“Maldades”: un libro arriesgado
Presentamos una reseña de libro “Maldades” (Sílaba Editores) de Santiago Gómez, una obra que fue presentada durante la FILBO 2024.
Pablo Montoya
Maldades es un libro que necesita de un cierto lector. Un lector con tiempo, un lector paciente. Su autor le hace mucho caso a Nietzsche cuando este decía que la literatura urge de “lectores vacas”, rumiantes. Este es un libro que hay que leer, y quizá releerlo, para estar atentos a sus circunvoluciones, muchas de ellas de rasgo experimental.
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Maldades es un libro que necesita de un cierto lector. Un lector con tiempo, un lector paciente. Su autor le hace mucho caso a Nietzsche cuando este decía que la literatura urge de “lectores vacas”, rumiantes. Este es un libro que hay que leer, y quizá releerlo, para estar atentos a sus circunvoluciones, muchas de ellas de rasgo experimental.
La extensión del libro obedece al deseo de Santiago Andrés Gómez de seguir una tradición literaria no solo colombiana o hispanoamericana, sino universal, la de los libros largos, que son, sobre todo, experiencias del lenguaje. Podría decirse que, en nuestro contexto literario, es una obra que se vincula mucho con otras como Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo, o como Hojas en el patio, de Darío Ruiz Gómez, en el sentido de que se trata de novelas que se fundamentan en un tratamiento riesgoso del lenguaje.
Maldades es también hija de José Lezama Lima, y en sus páginas se le rinde tributo, de algún modo, a Paradiso. Y también hay guiños con Conversación en la catedral de Vargas Llosa, libro igualmente esencial para la formación literaria de Santiago Gómez. Su novela está, por lo tanto, emparentada a aquellas novelas del boom latinoamericano en las que el experimento escritural prevalece.
No sé si Maldades sea un libro anacrónico, ya que se publica en un momento en que estos libros casi no se escriben, ni se publican, ni se leen. Los lectores de hoy se sienten más interesados por los formatos audiovisuales de la narrativa y están atrapados por el mundo virtual de las redes sociales. Pero como yo aprendí a leer y a escribir leyendo novelas parecidas a estas, no me sentí extraño ante Maldades. No se me expulsó de ningún modo. Al contrario, me conecté con lo que estos narradores cuentan.
¿Y qué cuentan ellos en Maldades? Cuentan la historia de una Medellín atravesada por el mal. El principal narrador de la novela es un personaje paranoico. Y el abrazo entre esta paranoia y Medellín acaso sea el contorno más sugestivo del libro. Santiago Gómez asume esa ciudad vértigo desde un atribulado y delirante sentimiento de persecución. Esa ciudad mala que le ha vendido el alma al diablo en varias ocasiones –al diablo del narcotráfico, al diablo del paramilitarismo, al diablo de la economía neoliberal– es la aparece en estas páginas.
Maldades es una crítica dolida a Medellín. Desde esta perspectiva, se incrusta muy bien en esa tradición literaria antioqueña–iniciada por Tomás Carrasquilla, retomada por Fernando González y seguida por Fernando Vallejo– que, a través de sus narradores diversos, fustiga sin cesar a una ciudad que se aborrece y se ama al mismo tiempo.
Esta crítica, que posee los perfiles de la demolición, se hace a través de Julián, alter ego de su autor, que tiene vínculos afectivos con tres mujeres. En realidad, hay cuatro historias en la novela. Por un lado, la de Julián, un hombre que hace un documental polémico en su ciudad y fracasa en su afán de denunciar la corrupción de la prensa oficial. Una prensa conservadora y manipuladora asociada con los grupos empresariales y políticos de un poder oscuro. Por otra parte, las historias de las tres mujeres –Verónica, Isáfora y Alzbieta– que son tan desequilibradas emocionalmente como Julián, y que nos narran sus problemas, con un saldo trágico de consecuencias que lindan con la literatura fantástica y de ciencia ficción.
Maldades es, asimismo, una novela con muchos inter textos, no solo literarios, sino cinematográficos. De hecho, el lector asiste en algunos pasajes al esplendor y la decadencia de una cierta sensibilidad cinéfila de Medellín, atravesada de psicodelia y sordidez y estremecida por la violencia urbana. En este sentido, no faltan las largas reflexiones sobre literatura y cine. Reflexiones que, a veces, son desbordantes y difíciles de seguir. Porque, como lo he dicho, estamos ante una novela tan caudalosa como exigente.
Tal es el reto arduo que plantea Maldades. Pero si el lector se identifica con el delirio, la paranoia y el dolor de sus narradores, frente a una Medellín degradada, tendrá una experiencia profunda y difícil de olvidar.