“Megalópolis”, de Francis Ford Coppola, una fábula romana
Parece que es normal que en un festival de cine haya películas que, por el nombre que hay detrás, sean muy deseadas. La que lleva ese destino en la edición 77 del Festival de cine de Cannes es Megalólopis, de Francis Ford Coppola.
Juan Carlos Lemus Polania
“No hay nada más terrible que una película pretenciosa. Una película que aspira a algo realmente grandioso y no lo logra es una mierda. Pero lo que me digo, al fin y al cabo, es: ¡al carajo! No me importa si es pretencioso o si no lo es (...) lo único que sé es que voy a ver esa película”
F. F. Coppola
Las razones para que este título llegara con una gran carga fueron diversas. El realizador lo llevaba planeando más de cuarenta años; no hubo estudio que se lo produjera; F. F. Coppola se gastó ciento veinte millones de dólares en realizarla. Se suman voces sobre el supuesto comportamiento acosador del octogenario realizador para con sus protagonistas femeninas, que terminó de caldear y revolver el ánimo. Se debe mencionar la costumbre dentro del mundo festivalero: esperar mucho tiende a dividir a la platea. Sucedió con creces con el más reciente trabajo—se dice que es su último— del octogenario director.
En la película, una voz en off habla del final de un imperio y de cómo se debería preservar la herencia. La idea del arquitecto y estrella en auge de la política local, Caesar Catilina (Adam Driver), el protagonista, está en el cómo convertir a Nueva York en un lugar más grande, más espectacular, más feliz: Megalópolis. Entre tanto, Catilina, vestido en una mezcla de lo contemporáneo y lo romano, se para en la cornisa del edificio Chrysler, donde vive en uno de sus últimos pisos, para lazarse y pedirle al tiempo que se detenga. Y el tiempo obedece. Del otro lado, la hija del alcalde, Frank Cicero (Giancarlo Esposito), y los hijos de los mega millonarios se enfiestan como rock stars. Pastillas y coca se consumen sobre las pieles de mujeres jóvenes. La música y el montaje usados por el cineasta dan cuenta del frenesí con el que se mueven los cuerpos.
Catilina es famoso y rimbombante como profesional en la altísima sociedad. El artista por excelencia con el poder sobre el tiempo. Un personaje que se comporta como manda la canción que dice “… La plata que cae en mis manos, la gasto en mujeres, bebida y bailando”. En la mayor fiesta de la ciudad, con carreras de carrozas y gladiadores incluidos, cuando se casa el banquero Hamilton Crassus III (Jon Voight), tío del protagonista, con el periodista Wow Platinum (Aubrey Plaza), al arquitecto termina a los golpes y luego encarcelado. El alcalde, con bajísima popularidad y enemigo de Catilina, aprovecha el momento de la caída del ídolo para atacarlo con la fuerza de su discurso. También lo hace Clodio Pulcher (Shia LaBeouf), primo del héroe y con ambiciones políticas también, que aprovecha las pantallas del Coliseo donde se celebra la fiesta para mostrar imágenes escandalosas del arquitecto/político con una menor de edad, todo mientras su virginidad se subasta por millones de dólares para recaudar fondos para la ciudad.
La secretaria y mano derecha de Catilina, hija del alcalde, Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), logra encontrar ciertas cuestiones que terminan por solventar la situación jurídica de personaje de A. Driver. Pero el arquitecto ha sabido pisar callos personales y ambiciones de personajes demasiado visibles. Ambiciones que quieren encausarse por parte de los propios adversarios o de los ayudantes de estos. El ídolo de la ciudad de Nueva York cae por segunda vez. Una caída que por su forma genera un mártir en Caesar. Renovadas las fuerzas, él sigue adelante con su proyecto de Megalópolis. Del otro lado, Clodio se ha ganado parte del pueblo con el lema “el poder para el pueblo” y este eslogan se proclama como la encarnación del mismo.
Megalópolis, tanto abucheada como aplaudida en Cannes, ha sido llamada “proyecto suicida”. “Apasionante sin pasión”, “sobrecargada”, “megaburrida”; como “ambiciosa obra maestra”, “experimento audaz”. Otra costumbre en los festivales es pedir que los grandes nombres se salgan de su lugar cómodo y se arriesguen. Si es por eso, a F. F. Coppola no se le podría exigir más. Pero en la Croissete quedan muchas dudas tanto en el público como en la crítica. La distribuidora Imax fue la que le dio el sí al estreno mundial Cuando baje la espuma del festival, la frase de Coppola con la que comienza este texto tendrá uno u otro sentido para los que la vean.
“No hay nada más terrible que una película pretenciosa. Una película que aspira a algo realmente grandioso y no lo logra es una mierda. Pero lo que me digo, al fin y al cabo, es: ¡al carajo! No me importa si es pretencioso o si no lo es (...) lo único que sé es que voy a ver esa película”
F. F. Coppola
Las razones para que este título llegara con una gran carga fueron diversas. El realizador lo llevaba planeando más de cuarenta años; no hubo estudio que se lo produjera; F. F. Coppola se gastó ciento veinte millones de dólares en realizarla. Se suman voces sobre el supuesto comportamiento acosador del octogenario realizador para con sus protagonistas femeninas, que terminó de caldear y revolver el ánimo. Se debe mencionar la costumbre dentro del mundo festivalero: esperar mucho tiende a dividir a la platea. Sucedió con creces con el más reciente trabajo—se dice que es su último— del octogenario director.
En la película, una voz en off habla del final de un imperio y de cómo se debería preservar la herencia. La idea del arquitecto y estrella en auge de la política local, Caesar Catilina (Adam Driver), el protagonista, está en el cómo convertir a Nueva York en un lugar más grande, más espectacular, más feliz: Megalópolis. Entre tanto, Catilina, vestido en una mezcla de lo contemporáneo y lo romano, se para en la cornisa del edificio Chrysler, donde vive en uno de sus últimos pisos, para lazarse y pedirle al tiempo que se detenga. Y el tiempo obedece. Del otro lado, la hija del alcalde, Frank Cicero (Giancarlo Esposito), y los hijos de los mega millonarios se enfiestan como rock stars. Pastillas y coca se consumen sobre las pieles de mujeres jóvenes. La música y el montaje usados por el cineasta dan cuenta del frenesí con el que se mueven los cuerpos.
Catilina es famoso y rimbombante como profesional en la altísima sociedad. El artista por excelencia con el poder sobre el tiempo. Un personaje que se comporta como manda la canción que dice “… La plata que cae en mis manos, la gasto en mujeres, bebida y bailando”. En la mayor fiesta de la ciudad, con carreras de carrozas y gladiadores incluidos, cuando se casa el banquero Hamilton Crassus III (Jon Voight), tío del protagonista, con el periodista Wow Platinum (Aubrey Plaza), al arquitecto termina a los golpes y luego encarcelado. El alcalde, con bajísima popularidad y enemigo de Catilina, aprovecha el momento de la caída del ídolo para atacarlo con la fuerza de su discurso. También lo hace Clodio Pulcher (Shia LaBeouf), primo del héroe y con ambiciones políticas también, que aprovecha las pantallas del Coliseo donde se celebra la fiesta para mostrar imágenes escandalosas del arquitecto/político con una menor de edad, todo mientras su virginidad se subasta por millones de dólares para recaudar fondos para la ciudad.
La secretaria y mano derecha de Catilina, hija del alcalde, Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), logra encontrar ciertas cuestiones que terminan por solventar la situación jurídica de personaje de A. Driver. Pero el arquitecto ha sabido pisar callos personales y ambiciones de personajes demasiado visibles. Ambiciones que quieren encausarse por parte de los propios adversarios o de los ayudantes de estos. El ídolo de la ciudad de Nueva York cae por segunda vez. Una caída que por su forma genera un mártir en Caesar. Renovadas las fuerzas, él sigue adelante con su proyecto de Megalópolis. Del otro lado, Clodio se ha ganado parte del pueblo con el lema “el poder para el pueblo” y este eslogan se proclama como la encarnación del mismo.
Megalópolis, tanto abucheada como aplaudida en Cannes, ha sido llamada “proyecto suicida”. “Apasionante sin pasión”, “sobrecargada”, “megaburrida”; como “ambiciosa obra maestra”, “experimento audaz”. Otra costumbre en los festivales es pedir que los grandes nombres se salgan de su lugar cómodo y se arriesguen. Si es por eso, a F. F. Coppola no se le podría exigir más. Pero en la Croissete quedan muchas dudas tanto en el público como en la crítica. La distribuidora Imax fue la que le dio el sí al estreno mundial Cuando baje la espuma del festival, la frase de Coppola con la que comienza este texto tendrá uno u otro sentido para los que la vean.