La soledad de la violencia en “Todos somos islas”
“Todos somos islas” (Rey Naranjo, 2024) reúne nueve cuentos del escritor vallenato Felipe Núñez Mestre, quien fijó su mirada en las periferias de una ciudad caribeña en la que habitaban personajes marcados por la violencia y el crimen.
Pablo Marín J.
“Todos somos islas” nos transporta a los barrios bajos de una ciudad costera sin nombre. Está llena de hoteles de mala muerte, de bares donde la banda de El Feo bebe a sus anchas, bodegas en el puerto donde Kid Cañaguate lucha a mano limpia. A lo lejos, la correccional de menores Isabel la Católica se alza oscura en medio de una isla de arena negra y las calles que la atraviesan dan cobijo a aquellos desplazados por la violencia, mientras una mujer sostiene con fuerza una bolsa de pollos robados en el bus de regreso a casa.
Felipe Núñez Mestre hizo su debut literario con esta colección de nueve cuentos, por el que ganó el premio Casa de Las Américas 2024, con historias que se sienten cercanas repletas de detalles que, posiblemente, se le han escapado a un sinfín de escritores que han decidido hablar de la violencia y la pobreza.
Propone un juego con los narradores, utilizando, con aparente habilidad, la primera persona para ponernos en los zapatos del Tropicana, que nos cuenta de su banda (Bronco, Pol, El Feo) con la que decide asaltar una casa de cambios; de la pequeña Irma, su madre y los extraños sucesos del nacimiento y la crianza de Luchito; de la pareja de Bronco quejándose en la noche con su recién nacido; del muchacho desplazado que llegó a conocerse en el boxeo como Kid Cañaguate o de la mesera de un bar que nos cuenta la historia de Alegra, que está en una relación violenta con un francés.
No solo se limita a este recurso, sino que es capaz de explorar distintas maneras de narrar estas historias. Las estructuras de cada uno de los relatos están estrechamente vinculadas con la temática que tratan. Para algunos de ellos, nos presenta dos puntos temporales (futuro y presente) que van convergiendo sobre el clímax, para dar una resolución que a primera vista parece simple, pero contiene distintas interpretaciones.
Hay algunos cuentos, como “Interior de una mujer con perro”, que se leen como un largo monólogo en el que la protagonista lucha consigo misma para comprender la situación en la que se halla y finalmente termina su “queja” para dar espacio a ese breve momento de claridad.
Cada personaje, por más que esté rodeado de personas, pareciera despedir un aura de total soledad, de rechazo a un mundo que parece rechazarlo primero, pero que igual dará la lucha para seguir adelante un día más. Un caso claro es el cuento “Una parte del trabajo”, donde una exreina de belleza se enfrenta a una adultez en donde su apariencia no es lo que le permite mantenerse, por lo que debe aceptar de mala gana un empleo en un zoológico que paga muy poco.
Quizá una de las situaciones más llamativas de la historia es como las vidas de estos personajes se entrecruzan. Oímos menciones del Tropicana en el bar, como de la pareja de Bronco sabe quiénes son los de la banda. También la exreina se conoce con la mesera. Todos son islas en un mismo archipiélago.
Núñez Mestre presenta una arista distinta de temáticas arraigadas en la literatura colombiana. Los desplazamientos, las violencias de grupos armados y la pobreza son puestos bajo la lupa de quien las vive, de quien habla con total tranquilidad de drogas o sexo y permite que el lector se posicione sobre la historia que se está contando.
“Todos somos islas” propone que es imposible existir en un vacío. Que somos una recolección del pasado, de las decisiones que tomamos en el presente y que existe una historia que puede brindar luz sobre aquellas facetas que preferimos ignorar de la realidad del país.
“Todos somos islas” nos transporta a los barrios bajos de una ciudad costera sin nombre. Está llena de hoteles de mala muerte, de bares donde la banda de El Feo bebe a sus anchas, bodegas en el puerto donde Kid Cañaguate lucha a mano limpia. A lo lejos, la correccional de menores Isabel la Católica se alza oscura en medio de una isla de arena negra y las calles que la atraviesan dan cobijo a aquellos desplazados por la violencia, mientras una mujer sostiene con fuerza una bolsa de pollos robados en el bus de regreso a casa.
Felipe Núñez Mestre hizo su debut literario con esta colección de nueve cuentos, por el que ganó el premio Casa de Las Américas 2024, con historias que se sienten cercanas repletas de detalles que, posiblemente, se le han escapado a un sinfín de escritores que han decidido hablar de la violencia y la pobreza.
Propone un juego con los narradores, utilizando, con aparente habilidad, la primera persona para ponernos en los zapatos del Tropicana, que nos cuenta de su banda (Bronco, Pol, El Feo) con la que decide asaltar una casa de cambios; de la pequeña Irma, su madre y los extraños sucesos del nacimiento y la crianza de Luchito; de la pareja de Bronco quejándose en la noche con su recién nacido; del muchacho desplazado que llegó a conocerse en el boxeo como Kid Cañaguate o de la mesera de un bar que nos cuenta la historia de Alegra, que está en una relación violenta con un francés.
No solo se limita a este recurso, sino que es capaz de explorar distintas maneras de narrar estas historias. Las estructuras de cada uno de los relatos están estrechamente vinculadas con la temática que tratan. Para algunos de ellos, nos presenta dos puntos temporales (futuro y presente) que van convergiendo sobre el clímax, para dar una resolución que a primera vista parece simple, pero contiene distintas interpretaciones.
Hay algunos cuentos, como “Interior de una mujer con perro”, que se leen como un largo monólogo en el que la protagonista lucha consigo misma para comprender la situación en la que se halla y finalmente termina su “queja” para dar espacio a ese breve momento de claridad.
Cada personaje, por más que esté rodeado de personas, pareciera despedir un aura de total soledad, de rechazo a un mundo que parece rechazarlo primero, pero que igual dará la lucha para seguir adelante un día más. Un caso claro es el cuento “Una parte del trabajo”, donde una exreina de belleza se enfrenta a una adultez en donde su apariencia no es lo que le permite mantenerse, por lo que debe aceptar de mala gana un empleo en un zoológico que paga muy poco.
Quizá una de las situaciones más llamativas de la historia es como las vidas de estos personajes se entrecruzan. Oímos menciones del Tropicana en el bar, como de la pareja de Bronco sabe quiénes son los de la banda. También la exreina se conoce con la mesera. Todos son islas en un mismo archipiélago.
Núñez Mestre presenta una arista distinta de temáticas arraigadas en la literatura colombiana. Los desplazamientos, las violencias de grupos armados y la pobreza son puestos bajo la lupa de quien las vive, de quien habla con total tranquilidad de drogas o sexo y permite que el lector se posicione sobre la historia que se está contando.
“Todos somos islas” propone que es imposible existir en un vacío. Que somos una recolección del pasado, de las decisiones que tomamos en el presente y que existe una historia que puede brindar luz sobre aquellas facetas que preferimos ignorar de la realidad del país.