Reseña de“Bartleby y compañía”, de Enrique Vila-Matas
Análisis y reflexiones de Bartleby y compañía, del escritor español Enrique Vila-Matas, en la que el narrador es un rastreador de “Bartlebys”, que inspirado en un personaje del relato de Herman Melville, retrata a esos seres que se niegan a escribir motivados por la pulsión negativa.
Manuel Nieto
De Salvador Elizondo:
Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo
y también puedo verme ver que escribo.
Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía.
Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía
y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía.
También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito
que me imaginaría escribiendo que había escrito
que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.
Fin
1. Con Bartleby y Compañía: la pregunta de Florencia, Enrique Vila-Matas nos invita a terrenos de la literatura que no se suelen visitar en críticas, ensayos o biografías. Nos habla del escritor como el ser que inventa o crea historias, personajes y los modos de ese oficio, quehacer o pulsión. ¿De dónde vienen las historias que escribe? ¿Por qué escribe un escritor? ¿De quién son las historias? ¿Qué papel juega el lector respecto a la historia que lee o a quien la escribe?
2. Para adentrarse, y adentrarnos, en semejantes terrenos, muestra la cara más inesperada del carácter de creador–escritor: “Todos conocemos a los ‘Bartlebys’, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo”.
3. El camino que nos invita a recorrer Vila-Matas es aquel donde están los escritores que carecen de la disciplina de deportista necesaria para sentarse durante horas interminables frente a la pantalla o la hoja en blanco a crear y armar historias y personajes. Un recorrido que, además, salpica de ironía.
4. “… hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.
5. ¿Cuántos autores han confesado que ellos escriben solo cuando oyen una vocecita que les habla al oído dictándoles la historia que ellos acaban por escribir? Para Vila-Matas, esos no son autores, sino copistas, como lo fue Bartleby en su oscuro y monótono trabajo, un amanuense que tiene ese oficio hasta el día que decide: “Preferiría no hacerlo”. ¿De dónde provienen las historias, entonces? ¿De la vocecita secreta, de la investigación, del ingenio, de la curiosidad, de la inventiva?
6. Con Juan Rulfo usa un muy buen ejemplo. Después de escribir Pedro Páramo y los cuentos de El llano en llamas, en muchas entrevistas le preguntaron cuál sería su próximo libro, en qué novela estaba trabajando y Rulfo eludía la respuesta o contestaba vagamente que escribía una novela que se llamaría La Cordillera. Entonces cuenta Vila-Matas: “Cuando le preguntaban por qué ya no escribía, Rulfo solía contestar: —Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias”.
7. Es posible que muchos hayan interpretado la respuesta de Rulfo como una argucia muy personal para eludir la pregunta. Pero concluye Vila-Matas: “Su tío Celerino no era ningún invento. Existió realmente. Era un borracho que se ganaba la vida confirmando niños. Rulfo le acompañaba muchas veces y escuchaba las fabulosas historias que le contaba sobre su vida, la mayoría inventadas”.
Otro de los personajes señalado por Vila-Matas es Robert Walser, que sabía que escribir que no se puede escribir, también es escribir.
8. ¿Una historia inventada es original? La cuestión sigue ahí: ¿De dónde sacan los escritores sus historias? Cada escritor tiene su respuesta. García Márquez, por ejemplo, la resumió en el título de sus memorias: Vivir para contarla. Lo mismo podría decirse de José Eustasio Rivera o Jack London o Joseph Conrad y seguramente de Balzac y Proust: contaron lo vivido. Bien pueden hacerlo por una necesidad o una pulsión. Por el deseo irreprimible de denunciar sucesos, hechos o personas. O, tal vez, por salvar del olvido, por supuesto temporal, un momento, una persona, un hecho.
9. Y la lista de quienes decidieron dejar de escribir o ser copistas o amanuenses de la vocecita no acaba así no más: Augusto Monterroso, Felipe Alfau, Samuel Beckett o Rimbaud que después de escribir dos únicos libros de poesía tiró la pluma y se fue a aventurar y hacer negocios a Yemen, Chipre, Etiopía. Y más atrás Sócrates que jamás escribió una línea. Kafka que le pidió a su amigo que quemara todo lo que había escrito, que no era mucho.
10. Vila-Matas nos muestra otro sendero o nos tiende otra trampa irónica. Nos habla del Instituto Pierre Menard donde enseñan a decir «No» y donde se forman copistas. Según Jorge Luis Borges, Menard fue un escritor francés que en pleno siglo XX decide escribir los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte de El Quijote y un fragmento de capítulo veintidós. Y lo hace exactamente igual a como los escribió Cervantes.
Quizás Vila-Matas, siempre en clave de humor, dice, como Borges, que hay tantos Quijotes como lectores del Quijote. Cada lectura es única e individual y por eso irrepetible. Así, Borges cuestiona la tradición cultural que le da un peso fundamental al autor y a la obra original, y anticipa la muerte del autor.
11. Con ese recorrido que comienza con espejismos y termina en un laberinto también de espejos, Vila-Matas nos deja de nuevo ante las preguntas: ¿De dónde vienen las historias que escriben los escritores? ¿Por qué escribe un escritor? ¿De quién son las historias? ¿Cuál es el papel que juega el lector respecto a la historia que lee o a quien la escribe?
12. En este camino inesperado y sinuoso, Vila-Matas invita al lector a pensar en lo que hay detrás de un texto, ensayo, cuento o novela. En la originalidad o no de las historias, en los padres de una sola obra inolvidable o de un universo complejo, completo y casi inagotable como Macondo, Yoknapatawpha, o, por el contrario, una sola pieza como Pedro Páramo o Una temporada en el infierno. De ser así podría ser cierto lo que dicen que dijo García Márquez: «Uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre.»
De Salvador Elizondo:
Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo
y también puedo verme ver que escribo.
Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía.
Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía
y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía.
También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito
que me imaginaría escribiendo que había escrito
que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.
Fin
1. Con Bartleby y Compañía: la pregunta de Florencia, Enrique Vila-Matas nos invita a terrenos de la literatura que no se suelen visitar en críticas, ensayos o biografías. Nos habla del escritor como el ser que inventa o crea historias, personajes y los modos de ese oficio, quehacer o pulsión. ¿De dónde vienen las historias que escribe? ¿Por qué escribe un escritor? ¿De quién son las historias? ¿Qué papel juega el lector respecto a la historia que lee o a quien la escribe?
2. Para adentrarse, y adentrarnos, en semejantes terrenos, muestra la cara más inesperada del carácter de creador–escritor: “Todos conocemos a los ‘Bartlebys’, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo”.
3. El camino que nos invita a recorrer Vila-Matas es aquel donde están los escritores que carecen de la disciplina de deportista necesaria para sentarse durante horas interminables frente a la pantalla o la hoja en blanco a crear y armar historias y personajes. Un recorrido que, además, salpica de ironía.
4. “… hace tiempo que estudio la enfermedad, el mal endémico de las letras contemporáneas, la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.
5. ¿Cuántos autores han confesado que ellos escriben solo cuando oyen una vocecita que les habla al oído dictándoles la historia que ellos acaban por escribir? Para Vila-Matas, esos no son autores, sino copistas, como lo fue Bartleby en su oscuro y monótono trabajo, un amanuense que tiene ese oficio hasta el día que decide: “Preferiría no hacerlo”. ¿De dónde provienen las historias, entonces? ¿De la vocecita secreta, de la investigación, del ingenio, de la curiosidad, de la inventiva?
6. Con Juan Rulfo usa un muy buen ejemplo. Después de escribir Pedro Páramo y los cuentos de El llano en llamas, en muchas entrevistas le preguntaron cuál sería su próximo libro, en qué novela estaba trabajando y Rulfo eludía la respuesta o contestaba vagamente que escribía una novela que se llamaría La Cordillera. Entonces cuenta Vila-Matas: “Cuando le preguntaban por qué ya no escribía, Rulfo solía contestar: —Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias”.
7. Es posible que muchos hayan interpretado la respuesta de Rulfo como una argucia muy personal para eludir la pregunta. Pero concluye Vila-Matas: “Su tío Celerino no era ningún invento. Existió realmente. Era un borracho que se ganaba la vida confirmando niños. Rulfo le acompañaba muchas veces y escuchaba las fabulosas historias que le contaba sobre su vida, la mayoría inventadas”.
Otro de los personajes señalado por Vila-Matas es Robert Walser, que sabía que escribir que no se puede escribir, también es escribir.
8. ¿Una historia inventada es original? La cuestión sigue ahí: ¿De dónde sacan los escritores sus historias? Cada escritor tiene su respuesta. García Márquez, por ejemplo, la resumió en el título de sus memorias: Vivir para contarla. Lo mismo podría decirse de José Eustasio Rivera o Jack London o Joseph Conrad y seguramente de Balzac y Proust: contaron lo vivido. Bien pueden hacerlo por una necesidad o una pulsión. Por el deseo irreprimible de denunciar sucesos, hechos o personas. O, tal vez, por salvar del olvido, por supuesto temporal, un momento, una persona, un hecho.
9. Y la lista de quienes decidieron dejar de escribir o ser copistas o amanuenses de la vocecita no acaba así no más: Augusto Monterroso, Felipe Alfau, Samuel Beckett o Rimbaud que después de escribir dos únicos libros de poesía tiró la pluma y se fue a aventurar y hacer negocios a Yemen, Chipre, Etiopía. Y más atrás Sócrates que jamás escribió una línea. Kafka que le pidió a su amigo que quemara todo lo que había escrito, que no era mucho.
10. Vila-Matas nos muestra otro sendero o nos tiende otra trampa irónica. Nos habla del Instituto Pierre Menard donde enseñan a decir «No» y donde se forman copistas. Según Jorge Luis Borges, Menard fue un escritor francés que en pleno siglo XX decide escribir los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte de El Quijote y un fragmento de capítulo veintidós. Y lo hace exactamente igual a como los escribió Cervantes.
Quizás Vila-Matas, siempre en clave de humor, dice, como Borges, que hay tantos Quijotes como lectores del Quijote. Cada lectura es única e individual y por eso irrepetible. Así, Borges cuestiona la tradición cultural que le da un peso fundamental al autor y a la obra original, y anticipa la muerte del autor.
11. Con ese recorrido que comienza con espejismos y termina en un laberinto también de espejos, Vila-Matas nos deja de nuevo ante las preguntas: ¿De dónde vienen las historias que escriben los escritores? ¿Por qué escribe un escritor? ¿De quién son las historias? ¿Cuál es el papel que juega el lector respecto a la historia que lee o a quien la escribe?
12. En este camino inesperado y sinuoso, Vila-Matas invita al lector a pensar en lo que hay detrás de un texto, ensayo, cuento o novela. En la originalidad o no de las historias, en los padres de una sola obra inolvidable o de un universo complejo, completo y casi inagotable como Macondo, Yoknapatawpha, o, por el contrario, una sola pieza como Pedro Páramo o Una temporada en el infierno. De ser así podría ser cierto lo que dicen que dijo García Márquez: «Uno viene al mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre.»