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Que la crónica es un género periodístico (no literario), que un cuento es mucho más que una crónica (es ante todo una fina y meditada composición estética), que el conflicto entre lo estético y lo ético es una puja difícil de lidiar, y por eso creerle a un cronista es un acto de fe, que la literatura es ficción y pensamiento (no hechos e inmediatez), que…A lo mejor, no nos pondremos de acuerdo, y quizá no sea necesario, lo cierto es que -quiérase o no- la crónica -o el cuento de no ficción- es una forma con la capacidad de generar los mismos interrogantes, las mismas reflexiones, las mismas sensaciones, que una obra literaria.
“Allende el mar” de Óscar Osorio es una prueba de la validez de esta filigrana y de su pertinencia para la cultura del libro. Más aún: para la cultura colombiana.
Son relatos conmovedores y desgarradores, sobre exiliados colombianos en Estados Unidos. Son historias de vida que nos hacen preguntarnos por nuestra condición humana, por las adversidades que implica nacer acá y no allá, abajo y no arriba, de este y no del otro lado. En suma: por lo que cuesta ser colombiano.
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No quiero decir que así lo diga explícitamente el libro. No: no es una crítica, ni una apología de un patriota o antipatriota. Es algo mucho más trascendental: un reportero que usa su pluma en función de verbalizar el periplo de colombianos que se han visto en la obligación de migrar a otro país, otra ciudad, otro entorno -territorios donde son seres anónimos y parias-, en busca de mejor suerte.
“El único consuelo que tenía era hablar con mi novio por teléfono, quejarme con él: “Puta, yo dejé mi vida para venir a estar mierda -le decía llorando-. Tenía mi carrera y ahora solo es limpiar la casa, cocinar y recibir humillaciones”. Sentía un dolor en el pecho, una desilusión, una frustración. La gente no piensa en la situación de uno: sin conocer, sin inglés, sin ninguna idea de cómo buscar trabajo, sin contactos, sin saberse mover. Es una cosa increíble” (p.122-123).
A lo sumo, dichas palabras -del texto “Ya no hay forma de comenzar de nuevo”- sirvan para ilustrar la circunstancia de zozobra y desasosiego que engloba a los personajes de este libro.
Desde luego, hay mucho más, pues no se trata de personas resignadas, sino de individuos pujantes y estoicos, que han sacado agallas y fuerzas para (sobre)vivir. Lo cual me hace pensar en la mirada que propone el autor: no es una idealización del parroquiano que habita el extranjero, sino la relación del antes, el entretanto y el después del exiliado. Cuidado: con variantes y matices.
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Además, hay contemplada una revictimización del sobreviviente: muchos de los personajes han resistido a su ciudad de origen -a impensables formas de agresión física y verbal- y luego han tenido que soportar un país en el que son abordados como inferiores.
Más que el paraíso americano es la sobrevivencia en una nación que brinda la oportunidad de manera hostil y agresiva, donde además el lugar de origen pesa, el estatus social, y en algunos casos la suerte está en contra:
“La pandemia me acabó de empobrecer. Tenía tres clases en Medgar Evers College; me las quitaron. Me tiraron a la calle. En Hunter, me dejaron el curso que dicto desde hace diez años. Con esa clase, mantengo mi continuidad en el sistema de CUNY, que no quiero romper porque son décadas, pero es muy poco dinero. Quedé en la olla” (p.179), cuenta John Estrada en el texto “El niño que deseaba intensamente que su padre muriera”.
Inútil sería proponer un resumen de cada una de las once historias que contienen el libro. Cada una de ellas pertenece a una humanidad, un barrio y acaso una familia. Todas, también hay que decirlo, privilegian la subjetivación del yo, la idealización con la que nos vemos a nosotros mismos y con la que contamos nuestro devenir en el mundo.
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De suerte que no es tanto lo que fue, o lo que de verdad ocurrió, sino la forma en que el individuo entrevistado se interpreta a sí mismo en la vida. Pero esa sería otra discusión.
Es llamativo que un docente de literatura que lleva décadas en su oficio de investigador y crítico literario, haya decidido saltar de la literatura al periodismo. Óscar Osorio, en efecto, cuenta con una experiencia amplia y plausible en la Universidad del Valle, también ha publicado libros de cuentos, poesía y novela.
“Allende estaba el mar” (Tusquets, 2023) es un libro que cuenta con las suficientes virtudes estéticas como para sugerir su lectura.