Una sencilla metáfora del amor a nuestra geografía: “Colombia, mi abuelo y yo”
Luego de treinta y tres años de su primera publicación, Colombia, mi abuelo y yo, presenta una nueva edición que nos narra algunos cambios históricos y el recorrido por todos los rincones de nuestra geografía de la mano del mejor guía: Papá Sesé.
Jael Stella Goméz
Hace falta mirar al país con optimismo y reconociendo sus fortalezas y virtudes. Colombia, un país de contrastes en su geografía con una mezcla de etnias producto del cruce de españoles, indígenas y africanos, revela, una riqueza absoluta, tanto en sus paisajes como en su gente. El libro Colombia, mi abuelo y yo nos presenta una geografía llena de imágenes y de historias. Geografía viva, emotiva y cercana, que llama a la comprensión de nuestro país desde el lugar que ocupa en el planeta.
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Hace falta mirar al país con optimismo y reconociendo sus fortalezas y virtudes. Colombia, un país de contrastes en su geografía con una mezcla de etnias producto del cruce de españoles, indígenas y africanos, revela, una riqueza absoluta, tanto en sus paisajes como en su gente. El libro Colombia, mi abuelo y yo nos presenta una geografía llena de imágenes y de historias. Geografía viva, emotiva y cercana, que llama a la comprensión de nuestro país desde el lugar que ocupa en el planeta.
La historia de Pilar Lozano nos presenta a un niño que hereda de su abuelo, Papá Sesé, un baúl con mapas, libros, fotografías, un globo terráqueo, un telescopio y algunas notas sobre geografía colombiana. El niño recuerda los relatos del abuelo curioso y aventurero, quien ha recorrido de extremo a extremo el país, reuniendo escritos e imágenes de sus travesías. Estos recuerdos son aprovechados por la escritora como “carta de navegación” para llevar de la mano al lector por cada una de las regiones de Colombia.
En primera instancia, una mirada amplia al universo y los planetas que lo conforman destaca el lugar que ocupa la Tierra. La relación de nuestro planeta con el Sol, la Luna y las estrellas y su funcionamiento como galaxia en un sistema que marcha en perfecto engranaje. Dicha mirada se completa con una explicación de los meridianos y su función determinante en la ubicación de lugares en el globo terráqueo.
El recorrido por los territorios de Colombia empieza por las fronteras en la selva y en el mar. En Taroa, pueblo ubicado en Punta Gallinas, al extremo norte, donde calles y casas están bañadas por la arena del desierto, los niños cuidan las cabras, van por agua montados en un burro y se pintan la cara con polvo negro para protegerse del sol y el viento. Al extremo sur, en Leticia, encontramos leyendas de fantasmas y peces extraños que hechizan con sus lamentos a los pescadores del río Amazonas. En cabo Manglares reina la arquitectura de madera y los niños asisten a la escuela donde una sola maestra dicta todas las clases, para todos los cursos, reunidos en un solo salón. Allí también existen flores exóticas que nacen y mueren en un mismo día. En La Guadalupe encontramos la piedra del Cocuy, que divide a Venezuela, Brasil y Colombia. Es un poblado muy pequeño y desde allí se puede ir hasta Puerto Inírida, la capital de Guainía.
Cada uno de los lugares que recorren abuelo y nieto en sus narraciones está tan hermosamente ilustrado, y descrito con un lenguaje sencillo y mágico, que invita a recorrer con los sentidos cada uno de sus maravillosos rincones. Dan ganas de ir a Juradó, a conocer sus jardines de plantas y flores sembradas en canoas, a las puertas de los palafitos; o al páramo del Puracé, a descubrir el venado conejo, llamado así por su tamaño; y seguir recorriendo palmo a palmo las cordilleras para encontrarse cara a cara con el chigüiro, el caimán, el oso de anteojos o la palma de cera. O comer majule y macheque en los hatos del Llano y perderse en la manigua de nuestras selvas o anochecer en el Caribe, esplendorosa región que guarda en sí misma un poco de cada una de las otras regiones. Por último, amanecer en Nabusimake, uno de los pueblos más bellos de Colombia, ubicado en la Sierra Nevada de Santa Marta, o escuchar el creole con el que hablan los nativos de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
El libro, que fue escrito en 1987, tiene numerosas reimpresiones y también varias ediciones. Esta nueva propuesta agrega temas actuales como el uso de Internet que hace el abuelo Sesé para acceder a información, la disputa de Nicaragua con Colombia por territorio marítimo e incluso una mención al Covid-19: “Y se hubiera multiplicado su interés por el tema después de ver al mundo paralizado por culpa de un virus”.
Ahora, las ilustraciones de Olga Cuéllar acompasan el tono optimista con hermosas y lúdicas imágenes que enriquecen las metáforas literarias con detalles, y decoran y llenan de alegría el texto. Por ejemplo, las pequeñas viñetas que se pegan a las letras capitales animan el comienzo de cada capítulo.
La autora le apuesta al reconocimiento del país como un descubrimiento de la belleza y riquezas que ella misma encontró en sus viajes por el territorio nacional y que comparte con los lectores en este libro que ya se puede considerar un clásico de la literatura infantil. El lenguaje y las imágenes depuradas hacen de este libro un acercamiento también a la literatura como forma de exaltar las emociones que despierta en una persona, abuelo o niño, la contemplación de la naturaleza y la responsabilidad debida a esas regiones, muchas veces abandonadas a su suerte.
“Una geografía […] escrita como un cuento para que los niños conozcan y se enamoren de su país. Los niños como el que yo fui cuando mi abuelo me llamaba mi pequeño” (p. 248).