Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La primera parte se llama “Los médicos” y habla de quienes, según su hipótesis, son referentes reales o históricos para la construcción de personajes novelescos que se presentan como médicos y que ocupan lugares relativamente centrales en algunas de las novelas: el médico de Aracataca Alfredo (o Antonio) Barbosa que asocia con el personaje de La hojarasca, el amigo médico en París, el argelino Mohammed Tebbal que asocia con el personaje de El coronel no tiene quien le escriba, el médico Henrique de la Vega asociado con el personaje Juvenal Urbino en El amor en los tiempos del cólera, Alejandro Próspero Révérent el médico francés que asistió en sus últimos días a Simón Bolívar en El general en su laberinto y el médico Juan Méndez Nieto autor de unos muy entretenidos Discursos medicinales terminados hacia 1604 pero solo publicados en 1989, que vivió en Cartagena desde 1569 y que pudo ser referente para el personaje Abrenuncio de Sa Pereira Cao en Del amor y otros demonios. Tras el repaso de las novelas, el final de esa primera parte explora además otros temas quizá menores: otros personajes médicos que aparecen en las obras, las imágenes de los hospitales en las obras del colombiano y cierra esta sección hablando de las “amistades médicas de Gabo”.
Al menos las primeras 230 páginas dedicadas a las novelas, siguen más o menos el mismo esquema: repasos de los argumentos de las obras, rastreo biográfico y presentación documental de cada médico, cronología del médico referente en estricto paralelo con el médico personaje de la obra respectiva, reconocimiento de algunos rasgos en común entre persona y personaje, asociados en muchos casos con lo que Fernández llama “reflejo”, “retrato” o “imagen”. Así, de entrada y puesto en perspectiva de los estudios literarios, uno podría decir que el libro es un poco simplificador o reduccionista de los problemas narrativos asociados con la construcción de los personajes, la organización de las tramas o la valoración de elementos biográficos en la prosa ficcional, pero no por ello es menos interesante el trabajo de Fernández por cuanto para un lector atento de las novelas abre nuevas posibilidades de lectura, aun en el caso de que caiga varias veces en el cacareado “realismo mágico”.
Segunda parte
La segunda parte del libro de Fernández no es menos provocativa, se llama “La medicina”. Aquí, el objeto de estudio es mucho más difuso, exige más del lector, y deja ver que los textos de García Márquez serán leídos destacando un carácter de discurso decididamente disciplinar pero no por ello menos polifónico. La lógica del discurso disciplinar, se da al menos en dos niveles: por una parte, Fernández muestra cómo en la prosa de García Márquez es posible rastrear –incluso en detalles– datos asociados con la historia de la medicina, con las formas del diagnóstico, con el discurso forense, con el léxico explorado en asuntos como la nosología –estudio de las enfermedades– la farmacopea y los aforismos médicos. Por otra parte, el libro de Fernández muestra que:
- [Gabriel García Márquez] va adecuando a cada época los remedios, los profesionales, las concepciones fisiopatológicas y la terminología médica más oportuna. El recurso habilidoso a la lexicografía propia de cada periodo es un punto clave de esta carpintería, que es capaz por sí sola de embarcar al lector en un viaje por piélagos remotos de palabras y sonoridades añejas que evocan otros tiempos: agua boricada, alferecía, trementina de Chipre, fiebres crepusculares, ácido muriático… A pesar de que este andamiaje histórico-médico le supone al autor un trabajo de documentación ingente, estamos seguros de que su música pasará desapercibida para la mayoría de los lectores, quizá por las mismas razones por las que la música en una buena película se integra sin notarse, late al compás de la narración y es tan natural que ninguna estridencia la delata al oído. (337)
Terminada la lectura del volumen, saltan varias preguntas. La primera: más allá de los muy interesantes referentes históricos y documentales que nos muestra el libro de Fernández, ¿por qué son importantes los personajes médicos en las novelas de Gabriel García Márquez?
Quizá lo primero que debo decir es que los personajes médicos son un tópico literario, son un lugar común que con relativa facilidad se refieren con más o menos detalle en muchas tradiciones literarias que Gabriel García Márquez conocía y de lo cual dejó guiños, alusiones, homenajes en sus obras: en el siglo XII Merlín en la literatura artúrica entre otras muchas cosas es presentado como médico o curandero; del siglo XV el médico y escritor francés François Rabelais, autor del Gargantúa, era reverenciado por Gabriel García Márquez como se lee en Cien años de soledad; entre los cronistas del siglo XVI Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por ejemplo, recorrió el sur del actual Estados Unidos básicamente haciéndose pasar por médico y lo contó en sus Naufragios; en el siglo XVII proliferó la imagen del médico como un ignorante, imagen que fue desarrollada por Cervantes (hijo de “cirujano”) en el Quijote, por Quevedo en el Libro de todas las cosas, por Juan del Valle y Caviedes en sus Guerras Físicas, Proezas Medicales, Hazañas de la Ignorancia; en el siglo XVIII los médicos aparecen dibujados en el Diario del año de la peste de Daniel Defoe (libro que cargaba Ana Magdalena Bach); en el siglo XIX la imagen del médico se asocia con lo monstruoso como en El doctor Jekyll y Míster Hyde o Frankenstein. Así las cosas, Gabriel García Márquez tiene personajes médicos como los tienen casi todos los grandes escritores que en el mundo han sido.
La abundancia de personajes médicos nos lleva a otra pregunta, ¿por qué tantos personajes médicos en la ficción narrativa, por qué tanta acidez contra médicos en la poesía burlesca? El libro de Fernández da muy buenas pistas para volver a pensar ese problema, al menos en lo que tiene que ver con la prosa de Gabriel García Márquez. Los personajes médicos aquí suelen ser hombres revestidos de autoridad real y simbólica en sus pueblos, personajes que cumplen una función social cuando son consultados, escuchan, miran con cuidado, intentan resolver problemas puntuales asociados con el dolor, personajes que dan cuenta de unas mentalidades en las que conviven sin mayor problema la magia, las supersticiones, el saber tradicional y la mentalidad científica. Desde el punto de vista narrativo, sirven para poner en evidencia un conflicto que puede ser ético, como en La hojarasca o El coronel no tiene quien le escriba, puede ser un conflicto amoroso con en El amor en los tiempos del cólera o un conflicto intercultural como en Del amor y otros demonios.
Solo como ejemplo, cuando en La hojarasca el médico deja de escuchar, deja de mirar con cuidado, de intentar curar el dolor comienzan los problemas: el médico francés tiene su consultorio y todo funciona bien, un día llega al pueblo la compañía bananera con sus servicios de salud y el médico del pueblo pierde su lugar real y simbólico, comienza a ser objeto de burlas, es condenado al olvido. Luego de la salida de la compañía bananera, en una noche trágica lo buscan con urgencia y ya su imagen no se asociaba con la idea de escuchar un relato que le gritan ante su puerta, ya no está dispuesto a curar el dolor. Ante la negativa, la turba se organiza para matarlo y, como el cura lo impide, las gentes de Macondo lo condenan al ostracismo y en silencio deciden que el cadáver del médico no será enterrado en el pueblo. Desde el punto de vista de la construcción novelesca esa es la oportunidad para erigir un tipo de héroe que atravesará varias de las novelas de Gabriel García Márquez: un personaje trágico que está aferrado a sus valores, un personaje cuyos principios ya no caben en ese microcosmos que es Macondo, un personaje que está convencido de que no debe ceder ante los ideales estúpidos de la turba y que debe ponerse por encima incluso de sus propias precariedades.
Que un médico y un coronel aparezcan juntos en varias novelas es muy útil en la estructura narrativa porque los dos ocupan lugares de privilegio en esa sociedad, los dos comienzan a sentirse como advenedizos en el que consideran su propio pueblo, porque –desde posiciones diferentes– los dos enfrentan el mismo problema, los dos se juegan la vida en confrontaciones que al terminar varias novelas quedan abiertas. En varias de estas novelas los médicos caminan al lado del protagonista, lo escuchan, lo aconsejan, hacen chistes, se ríen de él y con él, saben que caminan junto a un héroe que no se degrada, un héroe que reconoce la superioridad de su alma en relación con el mundo y con el destino y que está dispuesto a lo que sea contar de no claudicar.
Además de una detallada lectura de las novelas de Gabriel García Márquez, el libro de Fernández se sirve de decenas de entrevistas y documentos personales de muchos de los médicos referidos, de sus conocimientos propios de la ciencia médica, así como de la bibliografía que hoy es fundamental ya no solo para leer sino para estudiar la narrativa de Gabriel García Márquez: El viaje a la semilla de Dasso Saldívar (1997), Una vida de Gerard Martin (2009) y obviamente de Vivir para contarla (2002). Como si esto fuera poco, el libro de Fernández tiene un bello diseño editorial en el que un equipo liderado por José Antonio Carbonell y Cristina López Méndez cuidan la selección y ubicación de las imágenes, la iconografía, la organización general del material gráfico, la caja, el diseño de la página.
Seguramente uno podría plantear decenas de reparos al libro de Fernández: que se concentra en un árbol y pierde de vista el bosque, que pensar los personajes de los médicos como “reflejo de” algún sujeto histórico, empobrece la muy rica configuración de los sistemas de personajes que hacía Gabriel García Márquez para sus novelas, que al separar en las novelas lo que hace parte del discurso médico o las patologías o lo forense el libro pierde de vista el carácter polifónico, paródico o incluso burlesco que puede tener el uso de determinados registros, estilos o niveles léxicos o sintácticos en algunos momentos de las novelas. Pero de lo que no cabe duda es del rigor con el que Fernández lee, desde una perspectiva, el hecho de que su libro será referencia obligada cuando se hagan por ejemplo ediciones críticas, ejemplo de esos libros que solo con abrirlos dejan ver el cariño y la admiración que se le tiene a una prosa.