Sobre “Rogelio Salmona, un arquitecto frente a la historia”
El libro que nos ocupa contiene una visión novedosa y necesaria para entender y conocer a fondo la arquitectura de Rogelio Salmona.
Enrique Uribe Botero
“Creo haber aprendido viendo obras. Solo creo, porque uno nunca termina de aprender este oficio”.
Rogelio Salmona
Rogelio Salmona. Un arquitecto frente a la historia, de Cristina Albornoz Rugeles, es un texto novedoso en el sentido de que aborda un tema jamás tratado en los cinco libros que sobre el arquitecto y su obra hasta la fecha se han publicado.[1] Rogelio Salmona. Un arquitecto frente a la historia nos cuenta, con ilustrativa metodología, cómo se formó este gran arquitecto, tema de vital interés, sobre todo para estudiantes y formadores de arquitectura, amén de que nos hace ver con nitidez, de dónde provienen las respuestas arquitectónicas que Salmona dio a sus diferentes encargos.
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Cristina Albornoz nos lo precisa en cinco capítulos:
1. Conversar. Un diálogo entre la autora y Rogelio Salmona, en el que se busca que sea el mismo Salmona quien nos cuente cómo fue su proceso formativo, lo que el arquitecto desarrolla con visible emoción y detalle. De esta amena conversación se desprenden los siguientes cuatro capítulos.
2. Aprender. Empieza con su ingreso a la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional en 1945; habla de sus profesores y el programa académico, muy de la mano de lo que en el mundo se vivía en arquitectura, el Movimiento Moderno y sus principales protagonistas; de su salida del país en 1948 a causa de la situación política en Colombia y de su ingreso al taller de Le Corbusier, interés que había sido motivado por la visita del arquitecto suizo a Bogotá el año anterior y, lo más significativo, detalla los seis años de trabajo en el más importante taller de arquitectura del mundo en su momento, los proyectos en los que participó y sus apreciaciones sobre el trabajo del gran maestro, que resumo en la frase de Salmona: Me considero un discípulo de Le Corbusier pero no un seguidor. De esta valiosa experiencia, lo único que sabíamos hasta el momento era que Salmona trabajó con Le Corbusier. Nada más.
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En este capítulo, nos cuenta también cómo fue su formación en L’École de Hautes Études, una historia cientos de veces repetida a medias, su condición de pupilo durante diez años del gran historiador de la sociología del arte, Pierre Francastel, que, de hecho, fue más que una relación tutor-alumno; fue sin duda una relación de estrecha amistad intelectual de la que ambos se nutrieron, pues no hay relación sólida, cualquiera que sea entre seres humanos, en la que no haya reciprocidad. Sin duda, nuestro gran arquitecto fue una persona muy importante para el desarrollo intelectual del gran filósofo francés, amén de una deliciosa compañía.
Pero, ¿quién era Pierre Francastel? Tanto oír hablar de él y aquí Cristina Albornoz, al tiempo que nos cuenta cómo se hizo nuestro gran arquitecto, también nos cuenta quién era este importante catedrático, el porqué de esa mutua convivencia intelectual entre estos dos notables hombres y, sobre todo, nos deja claro por qué una persona que no tiene formación de arquitecto puede ofrecer a un amante de la arquitectura las lecciones que hicieron de él un notable profesional del oficio.
El aprendizaje donde Le Corbusier no consistió, por ejemplo, en el estudio de técnicas constructivas, de formas, de técnica, de concepciones de la estructura, incluso de la luz. Estas las aprendió con los viajes sugeridos por Francastel y el aprender a construir con la mirada, el análisis y el despiece con la vista y con el lápiz de los edificios que visitaba, el más emblemático sin duda el domo de Santa María de las Flores que Brunelleschi construye sin andamios. Con Le Corbusier, diría, aprendió de lo moderno, el cambio, la velocidad, la modernidad en la arquitectura, en la vida cotidiana y colectiva, porque la modernidad para mí era fundamental, dice Rogelio Salmona.
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Capítulo 3. Viajar. Dentro de las más importantes lecciones o tareas que le dejó Francastel a Salmona estuvo el haberlo motivado a viajar, hacer dibujos de lo visto, él hacía esos encargos no para publicar ese material, sino para obligarme a entrar con detenimiento en la mirada de esa arquitectura. Estos viajes se centraron en distintas ciudades de Europa, principalmente en países como Italia y España, en donde, después de quedar maravillado con lo visto en Granada, se motivó a visitar el norte de África, Marruecos, donde lo que más lo cautivó fue la arquitectura popular resuelta por sus propios habitantes con una muy acertada y, por eso, llamativa para Salmona, lectura del lugar, su gente, necesidades y literalmente salida de la tierra.
En Marruecos, Salmona despertó un gran amor y admiración por arquitectura del Magreb, de lo que da testimonio su permanente interés en la inclusión de patios interiores en la gran mayoría de sus proyectos, así como su pasión por utilizar el ladrillo como principal material de construcción de sus obras. Un material, la tierra, que, utilizado en crudo en África, en Colombia, Salmona encontró la fortuna de una tierra noble que proveía de arcillas de la mejor calidad para la producción de ladrillos. Material que se venía utilizando con Colombia en algunos barrios exclusivos de Bogotá, en los que predomina el estilo Tudor inglés, pero es sin duda después de Salmona que este se populariza.
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Las dos herramientas de trabajo que Francastel sugirió a su pupilo en esos viajes fueron el lápiz y la cámara fotográfica. Con el dibujo Salmona pudo notar la diferencia entre ver, lo que se logra mediante fotografías, y otra distinta, observar, lo que se logra con el dibujo. De ambas aprendió, pues sus cuadernos nos muestran que con el dibujo fue más allá de la arquitectura y los detalles constructivos. No fueron pocas las figuras humanas que dibujó. Muchos paisajes, dejando en claro que el paisaje, el paisaje por sí solo, también es arquitectura. Bien decía Le Corbusier: La naturaleza se hace paisaje cuando el hombre la enmarca. Y, cuando el uno contiene al otro, o, dicho de otra manera, el edificio hace parte del paisaje, esto es lo que se llama buena arquitectura, lo que se ve claramente en todas y cada una de las obras de Rogelio Salmona: un armonioso diálogo entre la obra construida y el lugar que ocupa. Evidente también en la arquitectura del Magreb que fascinó a Salmona.
Capítulo 4 Documentar. Salmona, una vez más, por instrucciones de Pierre Francasel, aprendió a documentar, importante renglón en el proceso de aprendizaje y enseñanza que Salmona quiso poner en práctica a su regreso a Colombia como catedrático en las universidades Nacional y Andes, no con mucho éxito desafortunadamente, tal como se detalla en el libro.
Francastel lo motivó a elaborar un archivo fotográfico de grandes obras y detalles de arquitectura, archivo que trajo a Colombia con el fin de construir con él la fototeca de la Universidad de los Andes y que, en gran parte, desapareció. Desaparición que fue minimizada con comentarios como: “Salmona exagera” o, dicho por Germán Téllez, con cinismo: “esto no sirve para nada”. Frases y acciones como descuidar lo recibido que, a mi modo de ver, lo que ellas reflejan es un país que no entendió, éramos un país en formación. La segunda facultad de arquitectura, apenas se abría. Nada raro, ni el mismo Salmona en su momento tampoco sabía de qué se trataba. Cuenta Salmona: “documentaba los ejemplos más representativos, con la lista que Francastel me había ayudado a conseguir. Él sabía dónde se encontraban, sabía los vericuetos, ¡yo qué iba a saber de ese tipo de cosas! Lo aprendió y quiso que sus compatriotas también lo aprendiéramos”.
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Por fortuna, y gracias al cuidado del arquitecto Hernando Camargo, se logró conservar una muestra de ese archivo, que la autora nos reproduce con minucioso cuidado. Y aquí otra virtud del libro, la juiciosa documentación y respaldo bibliográfico o testimonial de todo lo que en él nos cuenta.
Capítulo 5. Enseñar. En este capítulo, la autora nos habla de la corta experiencia de Salmona como profesor de historia en las universidades Nacional y Andes en Bogotá. Un programa, que el libro nos expone en detalle, y una metodología inspirados o basados en su aprendizaje de arquitectura con quien fuera su mentor: Pierre Francastel. Su manera de enseñar, nadie mejor la puede exponer que el entonces profesor Salmona: A mí me interesaba la arquitectura, hablarla, pero no un curso, lo tomaba más bien como conversaciones sobre arquitectura. Nunca fui profesor, nunca supe eso.
De este capítulo vale la pena destacar los testimonios de algunos de sus exalumnos y colegas, entre ellos: Willy Drews, Pedro A. Mejía, Germán Téllez y Carlos Morales.
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Queda claro que, con este libro, Cristina Albornoz nos abre una puerta de entrada muy importante al desconocido hasta el momento proceso de formación del arquitecto Rogelio Salmona y el origen de los más característicos atributos de su arquitectura. Sin duda, uno de los nombres más importantes de su generación en la arquitectura mundial.
[1] Rogelio Salmona: Arquitectura y poética del lugar, análisis crítico de Germán Téllez, Universidad de los Andes ;1991; Salmona de Ricardo Castro, Villegas Editores 1998; Rogelio Salmona Obra completa de Germán Téllez, Editorial Escala 2006 que incluye como primer tomo el libro publicado por la Universidad de los Andes en 1991; Rogelio Salmona Maestro de la arquitectura de Nora Aristizábal Panamericana Editorial 2006; Tríptico Rojo de Claudia Antonia Arcila Taurus Editorial 2007; Tributo, de Ricardo, Villegas Editores 2008, y, De la calle a la alfombra: Rogelio Salmona y las torres del Parque en Bogotá, 1960, en coedición de las universidades Andes y Nacional sede Bogotá de la arquitecta Tatiana Urrea. No deja de llamar la atención que cuatro de las seis autoras de los libros escritos sobre el arquitecto sean mujeres. En horabuena
“Creo haber aprendido viendo obras. Solo creo, porque uno nunca termina de aprender este oficio”.
Rogelio Salmona
Rogelio Salmona. Un arquitecto frente a la historia, de Cristina Albornoz Rugeles, es un texto novedoso en el sentido de que aborda un tema jamás tratado en los cinco libros que sobre el arquitecto y su obra hasta la fecha se han publicado.[1] Rogelio Salmona. Un arquitecto frente a la historia nos cuenta, con ilustrativa metodología, cómo se formó este gran arquitecto, tema de vital interés, sobre todo para estudiantes y formadores de arquitectura, amén de que nos hace ver con nitidez, de dónde provienen las respuestas arquitectónicas que Salmona dio a sus diferentes encargos.
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Cristina Albornoz nos lo precisa en cinco capítulos:
1. Conversar. Un diálogo entre la autora y Rogelio Salmona, en el que se busca que sea el mismo Salmona quien nos cuente cómo fue su proceso formativo, lo que el arquitecto desarrolla con visible emoción y detalle. De esta amena conversación se desprenden los siguientes cuatro capítulos.
2. Aprender. Empieza con su ingreso a la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional en 1945; habla de sus profesores y el programa académico, muy de la mano de lo que en el mundo se vivía en arquitectura, el Movimiento Moderno y sus principales protagonistas; de su salida del país en 1948 a causa de la situación política en Colombia y de su ingreso al taller de Le Corbusier, interés que había sido motivado por la visita del arquitecto suizo a Bogotá el año anterior y, lo más significativo, detalla los seis años de trabajo en el más importante taller de arquitectura del mundo en su momento, los proyectos en los que participó y sus apreciaciones sobre el trabajo del gran maestro, que resumo en la frase de Salmona: Me considero un discípulo de Le Corbusier pero no un seguidor. De esta valiosa experiencia, lo único que sabíamos hasta el momento era que Salmona trabajó con Le Corbusier. Nada más.
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Pero, ¿quién era Pierre Francastel? Tanto oír hablar de él y aquí Cristina Albornoz, al tiempo que nos cuenta cómo se hizo nuestro gran arquitecto, también nos cuenta quién era este importante catedrático, el porqué de esa mutua convivencia intelectual entre estos dos notables hombres y, sobre todo, nos deja claro por qué una persona que no tiene formación de arquitecto puede ofrecer a un amante de la arquitectura las lecciones que hicieron de él un notable profesional del oficio.
El aprendizaje donde Le Corbusier no consistió, por ejemplo, en el estudio de técnicas constructivas, de formas, de técnica, de concepciones de la estructura, incluso de la luz. Estas las aprendió con los viajes sugeridos por Francastel y el aprender a construir con la mirada, el análisis y el despiece con la vista y con el lápiz de los edificios que visitaba, el más emblemático sin duda el domo de Santa María de las Flores que Brunelleschi construye sin andamios. Con Le Corbusier, diría, aprendió de lo moderno, el cambio, la velocidad, la modernidad en la arquitectura, en la vida cotidiana y colectiva, porque la modernidad para mí era fundamental, dice Rogelio Salmona.
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En Marruecos, Salmona despertó un gran amor y admiración por arquitectura del Magreb, de lo que da testimonio su permanente interés en la inclusión de patios interiores en la gran mayoría de sus proyectos, así como su pasión por utilizar el ladrillo como principal material de construcción de sus obras. Un material, la tierra, que, utilizado en crudo en África, en Colombia, Salmona encontró la fortuna de una tierra noble que proveía de arcillas de la mejor calidad para la producción de ladrillos. Material que se venía utilizando con Colombia en algunos barrios exclusivos de Bogotá, en los que predomina el estilo Tudor inglés, pero es sin duda después de Salmona que este se populariza.
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Las dos herramientas de trabajo que Francastel sugirió a su pupilo en esos viajes fueron el lápiz y la cámara fotográfica. Con el dibujo Salmona pudo notar la diferencia entre ver, lo que se logra mediante fotografías, y otra distinta, observar, lo que se logra con el dibujo. De ambas aprendió, pues sus cuadernos nos muestran que con el dibujo fue más allá de la arquitectura y los detalles constructivos. No fueron pocas las figuras humanas que dibujó. Muchos paisajes, dejando en claro que el paisaje, el paisaje por sí solo, también es arquitectura. Bien decía Le Corbusier: La naturaleza se hace paisaje cuando el hombre la enmarca. Y, cuando el uno contiene al otro, o, dicho de otra manera, el edificio hace parte del paisaje, esto es lo que se llama buena arquitectura, lo que se ve claramente en todas y cada una de las obras de Rogelio Salmona: un armonioso diálogo entre la obra construida y el lugar que ocupa. Evidente también en la arquitectura del Magreb que fascinó a Salmona.
Capítulo 4 Documentar. Salmona, una vez más, por instrucciones de Pierre Francasel, aprendió a documentar, importante renglón en el proceso de aprendizaje y enseñanza que Salmona quiso poner en práctica a su regreso a Colombia como catedrático en las universidades Nacional y Andes, no con mucho éxito desafortunadamente, tal como se detalla en el libro.
Francastel lo motivó a elaborar un archivo fotográfico de grandes obras y detalles de arquitectura, archivo que trajo a Colombia con el fin de construir con él la fototeca de la Universidad de los Andes y que, en gran parte, desapareció. Desaparición que fue minimizada con comentarios como: “Salmona exagera” o, dicho por Germán Téllez, con cinismo: “esto no sirve para nada”. Frases y acciones como descuidar lo recibido que, a mi modo de ver, lo que ellas reflejan es un país que no entendió, éramos un país en formación. La segunda facultad de arquitectura, apenas se abría. Nada raro, ni el mismo Salmona en su momento tampoco sabía de qué se trataba. Cuenta Salmona: “documentaba los ejemplos más representativos, con la lista que Francastel me había ayudado a conseguir. Él sabía dónde se encontraban, sabía los vericuetos, ¡yo qué iba a saber de ese tipo de cosas! Lo aprendió y quiso que sus compatriotas también lo aprendiéramos”.
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Por fortuna, y gracias al cuidado del arquitecto Hernando Camargo, se logró conservar una muestra de ese archivo, que la autora nos reproduce con minucioso cuidado. Y aquí otra virtud del libro, la juiciosa documentación y respaldo bibliográfico o testimonial de todo lo que en él nos cuenta.
Capítulo 5. Enseñar. En este capítulo, la autora nos habla de la corta experiencia de Salmona como profesor de historia en las universidades Nacional y Andes en Bogotá. Un programa, que el libro nos expone en detalle, y una metodología inspirados o basados en su aprendizaje de arquitectura con quien fuera su mentor: Pierre Francastel. Su manera de enseñar, nadie mejor la puede exponer que el entonces profesor Salmona: A mí me interesaba la arquitectura, hablarla, pero no un curso, lo tomaba más bien como conversaciones sobre arquitectura. Nunca fui profesor, nunca supe eso.
De este capítulo vale la pena destacar los testimonios de algunos de sus exalumnos y colegas, entre ellos: Willy Drews, Pedro A. Mejía, Germán Téllez y Carlos Morales.
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Queda claro que, con este libro, Cristina Albornoz nos abre una puerta de entrada muy importante al desconocido hasta el momento proceso de formación del arquitecto Rogelio Salmona y el origen de los más característicos atributos de su arquitectura. Sin duda, uno de los nombres más importantes de su generación en la arquitectura mundial.
[1] Rogelio Salmona: Arquitectura y poética del lugar, análisis crítico de Germán Téllez, Universidad de los Andes ;1991; Salmona de Ricardo Castro, Villegas Editores 1998; Rogelio Salmona Obra completa de Germán Téllez, Editorial Escala 2006 que incluye como primer tomo el libro publicado por la Universidad de los Andes en 1991; Rogelio Salmona Maestro de la arquitectura de Nora Aristizábal Panamericana Editorial 2006; Tríptico Rojo de Claudia Antonia Arcila Taurus Editorial 2007; Tributo, de Ricardo, Villegas Editores 2008, y, De la calle a la alfombra: Rogelio Salmona y las torres del Parque en Bogotá, 1960, en coedición de las universidades Andes y Nacional sede Bogotá de la arquitecta Tatiana Urrea. No deja de llamar la atención que cuatro de las seis autoras de los libros escritos sobre el arquitecto sean mujeres. En horabuena