Naturaleza y humanidad en Rafael Dussan
Hay paciencia, disciplina, entusiasmo y un acogedor silencio en estos dibujos de Rafael Dussan. Lo suyo remite a las faenas del monje. Pero él, acorde al pálpito de nuestros días, no se afianza en lo religioso conventual, sino que indaga en la conmoción de los sentidos, en las ondulaciones de lo onírico, en el alto sentido poético y ético que tiene el concebir un universo donde naturaleza y humanidad se abrazan.
Pablo Montoya
En los trabajos de esta exposición surgen con claridad los pilares de la formación pictórica de Dussan: los imaginarios medievales renacentistas y barrocos de Italia, Francia y los países flamencos. Aquí hay una vislumbre devota de Giotto. Allí una reminiscencia pagana de Da Vinci. Un paisaje con ruina de Piranesi sopla en un lado. En otro planea la extrañeza del Bosco. Y más allá, la textura misteriosa de un tocado de Van Eyck se delinea entrañablemente. Y es que eso que llamamos estilo o personalidad o temperamento del artista, en Dussan significa una vuelta al pasado para dialogar con la naturaleza en medio de tiempos críticos.
El recorrido de Rafael Dussan como artista ha sido ponderado y cosmopolita. Ha expuesto en diferentes lugares del mundo. Pero son los años vividos en Cartagena y en Europa los que han marcado la plenitud en sus dibujos.
Esta simbiosis predomina también en esta exposición. Y su mensaje, porque Dussan se presenta aquí como un artista comprometido con su tiempo, es un canto a lo que deberíamos ser en tanto somos naturaleza. En estos dibujos se insinúan dos cosas esenciales. Por un lado, se propone una urgente necesidad de establecer una conversación sensible y amorosa con el mundo vegetal y animal del mar y del manglar. Y, por el otro, brota una especie de lamentación poética por la devastación ocasionada cuando el ser humano se cree el centro del universo. Al ver estos dibujos (técnicas mixtas sobre papel, madera y tela) los trazos de Dussan se aventuran como una maraña translúcida. Como el espacio de una ensoñación cálida, de una duermevela fantástica en la que picos y alas, hojas y tallos, escamas y plumas, tentáculos y aletas se fusionan permanentemente con la piedra que edifica el templo y el palacio, con el agua y el aire circundantes.
Y está el erotismo de estas imágenes. Este es quizás el elemento trascendental en la obra de Dussan. El suyo es un erotismo, forjado de insinuaciones exquisitas y silencios de epifanía, que se consolida en la materialización de una caricia. Erotismo que alcanza su debida elongación cuando logra verterse en la palabra, el sonido o la imagen. Y esto permite que, dentro del marco del festival de música de Cartagena, esta exposición acuda al canto para nombrarse. El canto del mar, que es el de Cartagena y el Caribe, y que para alcanzar su universalidad se sabe unido a la belleza delicuescente del cuerpo y a la delicia efímera de sus gozos.
Dussan nos obsequia las raíces y los tallos que se vuelven ansia al buscar más el afuera que el adentro. Los tentáculos del pulpo y la aleta del pez se erigen como el fresco monumento ante la fachada y las techumbres de las edificaciones. Hombres y mujeres que nacen de los tallos de los mangles y miran el entorno colonial y republicano desde una perplejidad callada. Naturaleza y humanidad se enlazan aquí para recordarnos que una existencia, tal como la ha propuesto la sociedad de consumo y el enloquecido mercantilismo de nuestros días, ajena a esta connivencia afectuosa con la naturaleza, sería no solo catastrófica para el equilibrio de todos, sino insípida y tediosa.
Y como desconocer, finalmente, que una sutil melodía une estos dibujos con la música que el festival celebra en esta ocasión. Por tal motivo, no es nada fortuito suponer que una comunicación íntima podría establecerse entre los dibujos de Rafael Dussan y uno de los finos valses poéticos de Enrique Granados, o con los acordes impresionistas con que Isaac Albéniz evoca el Albaicín y la Almería, o con una de esas noches deslumbrantes en las que Manuel Falla nos invita a recorrer la embriaguez de sus jardines.
En los trabajos de esta exposición surgen con claridad los pilares de la formación pictórica de Dussan: los imaginarios medievales renacentistas y barrocos de Italia, Francia y los países flamencos. Aquí hay una vislumbre devota de Giotto. Allí una reminiscencia pagana de Da Vinci. Un paisaje con ruina de Piranesi sopla en un lado. En otro planea la extrañeza del Bosco. Y más allá, la textura misteriosa de un tocado de Van Eyck se delinea entrañablemente. Y es que eso que llamamos estilo o personalidad o temperamento del artista, en Dussan significa una vuelta al pasado para dialogar con la naturaleza en medio de tiempos críticos.
El recorrido de Rafael Dussan como artista ha sido ponderado y cosmopolita. Ha expuesto en diferentes lugares del mundo. Pero son los años vividos en Cartagena y en Europa los que han marcado la plenitud en sus dibujos.
Esta simbiosis predomina también en esta exposición. Y su mensaje, porque Dussan se presenta aquí como un artista comprometido con su tiempo, es un canto a lo que deberíamos ser en tanto somos naturaleza. En estos dibujos se insinúan dos cosas esenciales. Por un lado, se propone una urgente necesidad de establecer una conversación sensible y amorosa con el mundo vegetal y animal del mar y del manglar. Y, por el otro, brota una especie de lamentación poética por la devastación ocasionada cuando el ser humano se cree el centro del universo. Al ver estos dibujos (técnicas mixtas sobre papel, madera y tela) los trazos de Dussan se aventuran como una maraña translúcida. Como el espacio de una ensoñación cálida, de una duermevela fantástica en la que picos y alas, hojas y tallos, escamas y plumas, tentáculos y aletas se fusionan permanentemente con la piedra que edifica el templo y el palacio, con el agua y el aire circundantes.
Y está el erotismo de estas imágenes. Este es quizás el elemento trascendental en la obra de Dussan. El suyo es un erotismo, forjado de insinuaciones exquisitas y silencios de epifanía, que se consolida en la materialización de una caricia. Erotismo que alcanza su debida elongación cuando logra verterse en la palabra, el sonido o la imagen. Y esto permite que, dentro del marco del festival de música de Cartagena, esta exposición acuda al canto para nombrarse. El canto del mar, que es el de Cartagena y el Caribe, y que para alcanzar su universalidad se sabe unido a la belleza delicuescente del cuerpo y a la delicia efímera de sus gozos.
Dussan nos obsequia las raíces y los tallos que se vuelven ansia al buscar más el afuera que el adentro. Los tentáculos del pulpo y la aleta del pez se erigen como el fresco monumento ante la fachada y las techumbres de las edificaciones. Hombres y mujeres que nacen de los tallos de los mangles y miran el entorno colonial y republicano desde una perplejidad callada. Naturaleza y humanidad se enlazan aquí para recordarnos que una existencia, tal como la ha propuesto la sociedad de consumo y el enloquecido mercantilismo de nuestros días, ajena a esta connivencia afectuosa con la naturaleza, sería no solo catastrófica para el equilibrio de todos, sino insípida y tediosa.
Y como desconocer, finalmente, que una sutil melodía une estos dibujos con la música que el festival celebra en esta ocasión. Por tal motivo, no es nada fortuito suponer que una comunicación íntima podría establecerse entre los dibujos de Rafael Dussan y uno de los finos valses poéticos de Enrique Granados, o con los acordes impresionistas con que Isaac Albéniz evoca el Albaicín y la Almería, o con una de esas noches deslumbrantes en las que Manuel Falla nos invita a recorrer la embriaguez de sus jardines.