“La literatura no está hecha para escenarios ideales”: John William Archbold
Nueva entrega de la serie “Fuera del papel” (entrevistas con autores a partir de los personajes de sus obras): la novela Comehierro, del escritor barranquillero John William Archbold, se presentó en la 36ª edición de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo). A propósito de este encuentro, el autor habló sobre la creación de su ópera prima y su protagonista.
Danny Arteaga Castrillón
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Un narciso moderno, un macho que esculpe con rigor su masculinidad, un hombre corpulento extraviado en su propio vacío. Así podría definirse al protagonista de Comehierro, novela publicada por CLU Editores y ganadora del Premio Distrital de Novela Corta ‘Germán Vargas Carrillo’ (del portafolio de estímulos de la ciudad de Barranquilla), que se desarrolla en el mundo del gimnasio y del entrenamiento físico, para abordar el tema de la obsesión de pertenecer y de crearse en el cuerpo una ficción para camuflar la soledad. Su autor John William Archbold, que fue docente de Literatura en la Universidad del Atlántico y hoy investigador sénior en el Museo Nacional de Colombia, explica su proceso creativo, el cual afirma que fue más orgánico que planificado, lo que implicó la construcción de un personaje tan deleznable como contradictorio.
¿Cómo fue construir el personaje de Edward John, el protagonista y narrador, que puede resultar tan detestable, pero que al mismo tiempo trasluce una cierta sensibilidad y agudeza en su forma de ver el mundo?
Fíjate que el personaje no me quedó tan detestable como lo pretendía. Tenía claro que no buscaba que agradara. Quería que el lector sintiera que estaba leyendo a alguien que le estaba contando una mentira. Que se diera cuenta, además, de que se le estaba tratando de convencer sobre esa mentira. Cuando tenía los primeros capítulos, hice lecturas piloto con personas cercanas y me di cuenta de que ese propósito no estaba funcionando y que el lector estaba cayendo en el engaño de Edward John. Entonces entendí que el recurso que mejor podía explotar era la aversión que pudiera sentirse hacia él.
Yo entreno desde hace diez años en el gimnasio. Cuando llegué por primera vez, veía a muchos pelados imponentes, cuya presencia provocaba silencio con tan soo caminar, pero a medida que los conocía iba descubriendo su sensibilidad y sus conflictos. Incluso, algunos tenían problemas con sus padres. Quería entonces que el protagonista tuviera una imagen de rechazo, pero que después esa apariencia que proyectara se entendiera como una armadura. Que se revelaran las aristas de las que ni siquiera él era consciente. Mi propósito era que el lector lo comprendiera.
La estructura es uno de los fuertes de la novela. Parte de un monólogo y de allí salta a los distintos episodios de la historia sin un orden cronológico preciso. ¿Cómo llegó a esa construcción y qué tan planificada fue?
Yo escribo de manera muy orgánica, no planifico tanto, desarrollo la historia al ritmo que los personajes me imponen. Escribo y después intento entender lo que escribí. Cuando lo logro, trato de reforzar la estructura desde un punto de vista más técnico y con un poco más de cabeza fría.
En otras palabras, intento en cierto punto ser técnico, pero lo soy sobre lo que previamente se ha establecido de forma orgánica. De esa manera siento que persiste la sinceridad en la historia, sin caer en pretensiones, poses o digresiones morales. Prefiero que todo se dé del modo en que se tiene que dar.
¿Qué tan presente estuvo el lector durante el proceso creativo?
Al principio quería que el lector hiciera una lectura irónica de la novela, que fuera consciente de la mentira que el protagonista le estaba contando, pero, como ya lo dije, los lectores de mis primeros capítulos no tuvieron esa percepción. En ese momento dejé de preocuparme por el lector. Volví a él de una manera más estratégica, cuando ya la novela estaba terminada y me encontraba en labores de carpintería.
Considero que el lector no debe ser una prioridad. Cuando el escritor piensa estratégicamente, se limita a sí mismo, se deja de asumir de manera transparente el panorama que se quiere recrear. Es necesario dejar salir lo que deba salir. Ya después uno trabaja sobre ese resultado, pero pensar solo en el lector es a veces un dolor de cabeza y puede ser castrante.
El momento más impactante de la novela es la escena de la violación a una mujer por parte del protagonista. Y esto ocurre de manera inesperada. Es una explícita que podría no estar exenta de controversia, pero que dice mucho sobre el carácter contradictorio del personaje. ¿Cuál fue el propósito de incluirla?, ¿qué buscaba reflejar en el protagonista?
Siempre me mantuve firme en la perspectiva de que esa escena tenía que narrarse, porque la literatura no está hecha para escenarios ideales, ni para ejemplificar, sino para representar la realidad. Por desgracia, las violaciones ocurren y la mayor parte no se denuncian, no quedan registradas y, peor aún, a veces el victimario ni siquiera las entiende como un acto de violencia. Esto último fue precisamente lo que más quise explorar.
Fue una de las escenas más pensadas. Tenía con ello dos propósitos: uno, responder qué motiva a que suceda una situación así, y dos, cómo la procesa el perpetrador. A mí me sorprende que muchos hombres se convierten en agresores sexuales, pero, sobre todo, que no sean conscientes o no lo asimilen como tal. Por eso Edward John tiene ese debate tan fuerte en el que es consciente de lo que hace, pero trata de justificarse y de desviar la atención, de decirse a sí mismo que no es tan grave. Eso pasa en el mundo de hoy: muchos hombres, por ejemplo, cuando se enfrentan a una crítica desde una perspectiva feminista, tratan de alguna manera de invalidarla con frases como: “esto es una exageración”, “las cosas no son así”, “en otros tiempos era diferente”.
Eso es entonces lo que pretendía reflejar, porque es importante tener una comprensión de cuál es la perspectiva del victimario, de alguien que es capaz de cometer un acto de esa índole. No considero que con ello se estén validando las acciones del agresor, pero sí podemos, en cambio, comprender cómo funcionan sus motivaciones y con ello generar una mayor conciencia sobre este tipo de violencias.
¿Qué lecturas influyeron en la obra?
En esa época estaba leyendo mucho a Scott Fitzgerald. Siento que está presente en muchos momentos de la novela. También Yukio Mishima, sobre todo en el primer capítulo, que tiene un tono cercano a El sol y el acero, un ensayo sobre el entrenamiento y el gimnasio. En el resto de la novela está más presente El color prohibido, principalmente por el tema de la misoginia y el resentimiento. Hubo una novela que leí antes de comenzar: Un hombre destinado a mentir, de Ramón Molinares, un excelente novelista atlanticense. Con esta obra complementé el tema de la dicotomía de la identidad, que también había encontrado en Fitzgerald, tanto en El gran Gatsby, como en Hermosos y malditos.
Después de convivir tanto tiempo con Edward John, ¿cómo lo percibe ahora?
Cuando terminé la obra sentí una emoción muy grande, pero al mismo tiempo me dio nostalgia porque se acababa la relación con este personaje que contenía tanta vitalidad para mí, sobre todo cuando había llegado a ese momento en el que pensaba en la historia día y noche, cuando Edward John se estaba matizando y desmoronando de una forma tal que me conmovía bastante, porque desde un principio yo le había apostado a su declive. De alguna manera, cuando uno concluye la escritura, aunque uno sigue trabajando, el personaje muere. Eso fue duro al principio, pero después me di cuenta de que seguía ahí latente. Por eso, cuando comencé la novela que me encuentro escribiendo ahora, empecé a odiarlo, porque no podía deshacerme de su voz. Fue muy difícil, seguía hablando a través del personaje nuevo que estaba creando. Después de mucho esfuerzo, logré apartarme.
Hoy no sé cuál será el futuro de Edward John. Espero que le haya deparado algo bueno, que por lo menos haya dejado de cargar ese sufrimiento tan grande, que haya superado sus contradicciones y sus carencias, porque era sobre todo un personaje con grandes carencias, pero también le agradezco mucho porque me enseñó a nivel técnico una experiencia que siempre va a estar presente en lo que haga con las palabras de aquí en adelante.