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A orillas del río Tajo, en la estación marítima de Rocha do Conde de Óbidos, los técnicos trabajan en la rehabilitación de seis paneles del artista antes de iniciar los trabajos en el centro portuario de Alcântara, situado a unos veinte minutos a pie y donde hay otros ocho murales.
El paso del tiempo y las filtraciones de agua han hecho mella en estas obras que se remontan a los años 40 del siglo pasado, cuando fueron encargadas por la dictadura de António de Oliveira Salazar, como parte de una política de obras públicas en la que se construyeron las dos estaciones marítimas.
En aquel entonces, era habitual que los edificios públicos tuvieran pinturas y mosaicos, que eran encomendados a los artistas más importantes. El objetivo era dar una imagen favorable a aquellos que llegaban al puerto lisboeta, que en ese momento contaba con grandes flujos de pasajeros por el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Así, el Gobierno pidió a Almada Negreiros que pintara unos murales con la historia de los descubrimientos del país para las dos terminales, pero el resultado generó descontento en el régimen.
Los seis primeros lienzos, que el pintor terminó en tres semanas, se hicieron en la estación de Alcântara, explicó Mariana Pinto dos Santos, investigadora del Instituto de Historia del Arte de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Nova de Lisboa, que participa en el proyecto de restauración.
La historiadora se mostró convencida de que “lo que no gustó fue el hecho de que no celebrara a los grandes héroes nacionales como quería la dictadura: uno de los trípticos enseñaba a mujeres pobres, descalzas, trabajando junto al río Tajo y transportando carbón, imágenes de pobreza que el Estado Novo no quería”.
Aun así, Almada Negreiros continuó con el encargo en la estación de Rocha, pero esta vez, aseguró Pinto dos Santos, los murales fueron una “auténtica afrenta”, porque el pintor fue mucho más gráfico.
Retrató a saltimbanquis pidiendo limosna, algo que estaba prohibido, y a migrantes junto a un barco que parecía zarpar hacia África en el que aparece una familia burguesa, “porque en esos años hubo una salida brutal de gente de aquí para colonizar e instalarse en Angola y Mozambique”, relató la investigadora.
En otro de los paneles aparecen mujeres vendiendo pescado, lo que gustaba al régimen, siempre y cuando se las representara en una versión bonita y estilizada, como si fueran un símbolo nacional.
El muralista retrató a las pescadoras como figuras fuertes y monumentalizadas, con una mujer de origen africano en el centro.
“Es el único caso de una pintura hecha en el contexto del Estado Novo que no pone un cuerpo negro subordinado- comentó la experta-, al contrario, lo celebra y lo sitúa en el centro de todo”.
Los murales estuvieron a punto de ser destruidos porque algunos sectores del régimen consideraban que esas imágenes no debían estar en las paredes de un edificio oficial, pero se salvaron por la movilización de personalidades influyentes que defendieron su valor artístico.
Finalmente, permanecieron en las dos estaciones, donde han pervivido hasta ahora, pese a que estas terminales han estado cerradas al tránsito de pasajeros desde los años 80, aunque la de Rocha se abre ocasionalmente para cruceros.
No ha sido hasta el año pasado que se decidió rehabilitar estos dos centros y los catorce murales que decoran sus paredes, gracias un protocolo firmado por el Puerto de Lisboa y el World Monuments Fund.
Todo ello, como indicó Teresa Veiga de Macedo, directora ejecutiva del World Monuments Fund, para crear un polo cultural en estos edificios, exponentes modernistas de la arquitectura portuguesa del siglo XX, donde lucirán con todo su esplendor los murales que cambiaron la forma de contar la historia colonial portuguesa.