Resurrección, la última novela de León Tolstói
Once años antes de que muriera el escritor ruso se publicó “Resurrección”, la novela que narra la historia de un príncipe que hace un cambio radical en su vida a raíz de la culpa y el desprecio que siente por la inequidad social, el deficiente sistema judicial y la burocracia de la Rusia de esa época (1899).
Laura Camila Arévalo Domínguez
“No soy un pájaro para cantar la misma canción todo el tiempo”, respondía Tolstói cuando se le recriminaban sus contradicciones. La mayoría de los años de su vida los vivió en medio de una lucha entre sus deseos más humanos y su consciencia o sus creencias sobre la moral, el bien y el mal. Cuando estuvo en la universidad, y a pesar de que en ese momento ya había comenzado a preguntarse sobre el sentido de la vida y la condición humana, se dejó seducir por lo popularmente aceptado, por el mandato común: bebió con sed de aprobación y jugó con ansias de victoria. También se acostó con cuanta prostituta se le cruzó por el camino, como si sus anhelos de placer fuesen una urgencia, una necesidad vital que no daba espera. Al amanecer y después de sus noches de excesos, padecía sus decisiones y se reprochaba su debilidad. Su ambivalencia lo agotó tanto que resolvió volcarse al otro extremo y llegó el día en el que aseguró que el sexo no era otra cosa que una bajeza, una indignidad.
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“No soy un pájaro para cantar la misma canción todo el tiempo”, respondía Tolstói cuando se le recriminaban sus contradicciones. La mayoría de los años de su vida los vivió en medio de una lucha entre sus deseos más humanos y su consciencia o sus creencias sobre la moral, el bien y el mal. Cuando estuvo en la universidad, y a pesar de que en ese momento ya había comenzado a preguntarse sobre el sentido de la vida y la condición humana, se dejó seducir por lo popularmente aceptado, por el mandato común: bebió con sed de aprobación y jugó con ansias de victoria. También se acostó con cuanta prostituta se le cruzó por el camino, como si sus anhelos de placer fuesen una urgencia, una necesidad vital que no daba espera. Al amanecer y después de sus noches de excesos, padecía sus decisiones y se reprochaba su debilidad. Su ambivalencia lo agotó tanto que resolvió volcarse al otro extremo y llegó el día en el que aseguró que el sexo no era otra cosa que una bajeza, una indignidad.
Y así ocurrió con temas como el amor, su clase social y hasta la escritura. Se casó pensando que en el matrimonio encontraría la realización que buscaba. Nació en una familia aristócrata y creció en medio de lujos, pero rápidamente se dio cuenta de que sus privilegios eran una vulgaridad, una injusticia demasiado burda con respecto a la miseria en la que vivían la mayoría de los rusos. Escribió, seguramente, porque esa era otra manera de pensar, pero porque además sabía que lo que pensaba podría cambiar el orden de las cosas. Tolstói era humano, demasiado humano, como escribió Nietzsche, para no dejarse seducir por los elogios que fue recibiendo con sus publicaciones. A pesar de esto, también llegó el día en el que despreció el oficio de escritor y se dedicó a tareas manuales similares a las de un campesino, una posible búsqueda de redención después de pertenecer a la casta que los sometía.
Escribió Los cosacos, Guerra y paz, Ana Karenina, entre muchos otros libros. Estuvo en la guerra y fue testigo de las peores formas de asesinato y de la pequeñez de los seres humanos. Probó siendo borracho, jugador, esposo, padre y escritor aclamado. Después de todo esto, llegó a su vejez casi con la pretensión de convertirse en lo que sea que se distanciara de los placeres fáciles para redimir a los más débiles a través de su escritura, así muchas veces se hubiese cuestionado la real utilidad de sus obras.
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Así fue como llegó a Resurrección, su última novela, que se publicó en 1899, once años antes de su muerte.
Y la comenzó a escribir con el objetivo de llamar la atención sobre lo que, para él, eran los problemas estructurales de la sociedad. Esta novela de 749 páginas es, sobre todo, una enumeración de las causas de la miseria en la que vivían la mayoría de los ciudadanos rusos y las leyes inequitativas basadas en problemas como la propiedad de la tierra, el sistema judicial y la burocracia.
Resurrección se centra en la historia de Katiusha o la Maslova, como le decían en la cárcel, y el príncipe Dimitri Ivanovich Nejliudov. La primera, una mujer muy pobre que fue rescatada por dos mujeres adineradas, quienes la educaron y la emplearon en su casa: su madre murió cuando era una niña. El segundo, sobrino de ellas, nació en medio de privilegios que no se ganó, pero sí heredó. Era un príncipe.
Estos dos personajes tienen tres primeros encuentros que se convierten en los giros más importantes de la novela, pero el segundo es en el que cambia, radicalmente, la vida de la Maslova, que por culpa de Nejliudov experimenta una serie de sucesos negativos que la conducen a un tribunal en el que es acusada de asesinato. Ese juicio es el tercer momento en el que, después de años y del suceso fundamental que los reunió antaño, Nejliudov pasa a ser uno de los jurados que terminarán por decidir la suerte de la Maslova. También es el hecho que causa el despertar de un hombre que, durante años, ignoró los llamados de su consciencia, y que emprenderá un camino de transformación enfocado en la salvación de Katiusha, el bienestar de sus “siervos” y el uso de sus influencias para que el sistema judicial funcione a favor de los más débiles.
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“Aquella increíble transformación se había operado en él simplemente porque había dejado de creerse para creer a los demás. Lo había hecho porque le resultaba muy difícil vivir creyéndose a sí mismo. En tal caso era necesario resolver todos los problemas no a favor de su yo animal, que buscaba placeres fáciles, sino casi siempre en contra de él; al creer a los demás, todo estaba resuelto siempre en contra de la parte espiritual y en favor de la animal. Es más: al creerse, se exponía a que lo censuraran; al creer a los demás, contaba con la aprobación de todos”, escribió el autor ruso sobre el adormecimiento de la consciencia de Nejliudov. Este personaje comenzó a pensar desde muy joven sobre cómo cambiar el sistema en el que algunos, muy pocos, tenían mucho, pero la mayoría vivía con tan poco que le sorprendía que sobreviviesen. Luego, cambió y se convirtió en un tipo apático e indolente que solo se preocupaba por su propio bienestar.
Tolstói escribió las angustias de este personaje nacido en la riqueza, pero preocupado por el estado de pobreza en el que vivían sus semejantes: era lo que le había pasado a él, quien además se había convertido, conscientemente, en una especie de faro, de luz para los que lo leían.
Nejliudov cedió sus tierras porque, como está escrito en el libro, las consideraba un bien común que no podía comprarse ni venderse, así como el agua, el aire o los rayos del sol: “No cabía duda de que todas las desdichas del pueblo o, al menos, la desdicha principal consistía en que la tierra que lo alimenta no está en sus propias manos, sino en las de personas que viven del trabajo del pueblo”.
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Después de ser jurado se dio cuenta de la ineficiencia y la negligencia de las casas de justicia, que funcionaban bajo leyes que no se cumplían o se modificaban al antojo de los que tenían algún poder o influencia. Por algún descuido o un afán como el de querer encontrarse con una amante y olvidar lo fundamental, se condenaba a un inocente a pasar años comiendo pan con té en medio de pasillos a los que les entraba la luz del día por medio de barrotes.
Esta novela es un relato del inconformismo y una manifestación de la indignación. Una demostración de que sí es posible que alguien, por extraño que parezca, actúe en pro de algo más que su beneficio. Una historia sobre el daño que se causa al no cuidar los detalles y del peligro de que los que administren “justicia” no tengan propósitos, convicciones ni principios. Una sucesión de palabras sobre lo bajo que puede llegar la condición humana, los excesos de la burocracia y la verdad detrás de nuestras decisiones, que, en su mayoría, se toman en busca de la aprobación y resultan siendo una traición al propio razonamiento.
“Lo importante es que reflexiones sobre tu vida y decidas lo que vas a hacer. Debes obrar de acuerdo con eso. ¿Es firme tu decisión? Y, por otra parte, ¿te conduces así siguiendo tu consciencia o realmente lo haces por la gente, es decir, para que te alaben”.