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La producción cultural nacional ha planteado el problema del maltrato a la mujer de provincia. En la literatura colombiana de los años cincuenta ese problema ya estaba presente. Tenemos el caso de Tránsito, la protagonista de la novela El día del odio de Osorio Lizarazo (1951). Ella es una adolescente campesina, empleada como sirvienta por su mamá en una casa de familia de Bogotá. Luego de trabajar casi sin paga durante algún tiempo, es injustamente acusada de robo y despedida por la señora de la casa, en parte porque esta mujer siente celos de que su marido contemple a la criada. (Recomendamos: Informe sobre la violencia contra la mujer rural en zonas de conflicto).
En adelante, la muchacha vivirá el duro tránsito por las calles del Centro de la ciudad; desorientada, trata infructuosamente de reunir algunos pesos para regresar a su pueblo. En cambio, cae presa de un triángulo muy peligroso de la época, a pocos meses del Bogotazo: los abusos de la policía, la hostilidad de delincuentes y la crueldad de proxenetas.
En lo que respecta a estos personajes, su común denominador es la conducta sexual violenta hacia Tránsito. En 1978, Hernando Téllez escribió lo siguiente sobre la muchacha: “Y pocas veces, o acaso nunca en la novela colombiana, se ha ofrecido el ejemplo, maravilloso como recreación artística y terrible como expresión cabal de la realidad social, de una existencia humana más humilde y más cándida y más ofendida, más pura y más prostituida, más perseguida y más sola, befada, escarnecida y desamparada frente a Dios, frente a la vida y la muerte, frente al Estado y la sociedad”. (Más: Visite el especial Impacto Mujer, campaña de El Espectador en defensa de los derechos femeninos).
En la línea de Osorio y coincidiendo con los escritores colombianos contemporáneos que han mostrado otras caras del mismo asunto, el cine sugiere que dicho problema es un fenómeno del presente. Hay tres películas que es importante evocar: La Sirga de William Vega (2012), Alias María de José Luis Rugeles (2015) y La mujer del animal de Víctor Gaviria (2016).
La película de Gaviria muestra la realidad de Amparo, una mujer de 16 años que es raptada y llevada a la parte más alta de una comuna de Medellín por un hombre mucho mayor, apodado El Animal. Las escenas de La mujer del animal son tan concentradas, que cada una contiene los problemas que el filme persigue. Uno de ellos son las limitaciones que enfrenta el lenguaje en escenarios de violencia.
Al respecto, en una ocasión, Amparo decide dejarse muy cortico el cabello, para evitar que El Animal la coja del pelo y la arrastre por el piso cada vez que quiere. Cuando él ve a su mujer, le dice: “Quiubo, ¿qué te pasó, hijueputa? ¿Vos crees que le voy a bajar los calzones malparida a un marica?”. Amparo le responde: “Ya no más. A mí no me volvés a agarrar del pelo”. “Qué te voy a agarrar a vos, hijueputa”, dice el marido. Continúa ella: “Y mucho menos arrastrarme por ahí como un perro en la calle”. “Sos una hijueputa”, le grita él. “¡No más, hasta hoy!”, agrega Amparo, con voz temblorosa.
Este intercambio de palabras deja ver que el discurso de ella es completamente razonable y expresa una resistencia en un ambiente de extrema violencia, mientras que las palabras de El Animal, que guardan una correspondencia con la brutalidad de sus actos, son denominadores externos a la mujer, es decir, no expresan lo que es Amparo; en cambio, esas palabras solo buscan golpearla, humillarla, atemorizarla y doblegarla. Así funciona el lenguaje de la violencia, el cual aspira incluso a silenciar las palabras razonadoras.
De otro lado, la obra de Vega es protagonizada por Alicia, una muchacha que está huyendo de un grupo armado que acaba de quemar el pueblo donde vivía con su familia. En medio del páramo, llega adonde su tío, un hombre parco, a pedirle refugio. Él la deja quedarse, con la condición de ayudar en las labores de la casa, que funciona como el hotel La Sirga. Al pasar de los días, comienza a percibir un entorno familiar, pues el tío muestra algo de amabilidad, la empleada del hotel le toma aprecio e incluso hace amistad con un joven balsero. Pero las cosas empiezan a enrarecerse.
Una noche, el tío cree estar siendo observado por alguien a través de la pared de tablas de su habitación. Tras comprobar por una rendija que es Alicia que simplemente se está cambiando en el cuarto contiguo, se queda contemplando a la sobrina desnuda, lo cual convertirá en un hábito. Otra noche, ocurre algo muy ambiguo. El tío organiza una reunión con sus amigos. Cuando todos se van a dormir, Alicia entra al cuarto de aquel, para manifestarle que no confía en esa gente, pues le recuerda que los bandidos que la desplazaron podrían estar cerca. Entonces, le pide que la deje quedarse con él.
Aunque no puede interpretarse que haya ocurrido algo entre ellos, sí percibimos la latente vulnerabilidad de Alicia, ya que los hombres que la rodean –el tío, el amigo y un siniestro primo que sirve intereses velados–, también la desean y creen que podría convertirse en la mujer de alguno; es más, la empleada le habla bien del balsero, para que se fije en este. En tal medida, es como si las personas cercanas a Alicia no se detuvieran a considerar su estado tras la pérdida de la familia. Ahora, viendo esa incomprensión y ante la presencia amenazante del primo, la protagonista intuye lo que el espectador logra descifrar: su pequeña realidad podría convertirse pronto en un nuevo infierno, a causa de la violencia. Por ende, decide marcharse de La Sirga.
Finalmente, Alias María es sobre una soldada adolescente de la guerrilla. Ella vive entre montes y campamentos improvisados. Como es normal, se involucra con un joven guerrillero y queda embarazada, algo que la ilusiona pero que no puede revelar, pues la línea de mando ha determinado que un médico visitará el campamento para interrumpir cualquier embarazo de las combatientes.
Junto a su novio y otros muchachos soldados, es delegada para proteger al hijo recién nacido de la esposa del comandante. Así, acatan esta orden difícil, en vista de que un ejército enemigo los persigue por la selva. Uno de los aspectos clave de la película es la insoportable contradicción que María experimenta: por un lado, debe velar por el bienestar del niño ajeno; por otro, tiene que prepararse para abortar al suyo. Lo cierto es que, como se verá, está fuera de su alcance proteger la vida de alguien.
En medio del fuego cruzado y el asedio, tanto el niño a cargo como algunos compañeros mueren. Cuando los que quedaron vivos se presentan ante el comandante, esta vez sin el bebé, su novio es ejecutado, y María debe esperar una sentencia. El hecho de haber perdido a los suyos constituye la tragedia personal de María; luego, su inminente castigo demuestra la brutalidad de toda línea de mando, encargada de ejecutar los procesos de deshumanización propios de la guerra. En la última escena de la película, vemos a María caminar sola con un rumbo incierto, quizás, a salvo.
En buena parte, estas obras contienen una crítica a la libertad que ha habido en Colombia para maltratar a las mujeres de provincia. Si uno se pregunta qué hace tan vulnerables a muchas mujeres del campo, debemos pensar en su situación en contextos donde impera la explotación laboral, la precariedad material y el desamparo institucional y social.
Ahora, en el marco del conflicto armado colombiano –según permite precisar el informe Mujeres y guerra. Víctimas y resistentes en el Caribe colombiano (CNMH, 2014)–, los duros hombres armados y sus ayudantes están acostumbrados a desplegar algunas de sus estrategias, imponer su dominio o descargar de manera oportunista sus represiones ejerciendo violencia sexual contra mujeres, en cuyos cuerpos se inscribe la guerra.
* Docente y editor de la revista Educación Estética.