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                                                                                                                                Ricardo Cano Gaviria, un pasajero de sí mismo

                                                                                                                                El escritor antioqueño, radicado en España, se hace presente en la Fiesta del Libro con “La carne es triste” (Sílaba Editores), un libro de relatos en los que recorre parte de su camino literario.

                                                                                                                                FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                Ricardo Cano Gaviria vive en España desde 1970. / Archivo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Luego, como si hubiera salido de las páginas de Hambre (Knut Hamsun), logró alguno que otro trabajo en El Espectador y en las páginas culturales de El Siglo. Comía cuando le pagaban y escribía siempre: cuentos, ensayos, críticas. La palabra, la mágica y ruin palabra, y creer en ella como la verdad y la única tabla de salvación posible, lo impulsaban todas las mañanas. La palabra escrita era lo que había ocurrido, y era revolución, pensamiento, sentir, pasión. La palabra escrita era explicación, y era juego también, y era el significado que había detrás del significado. Cano Gaviria creía en la palabra y en el texto.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Y entre viejas palabras y nuevos textos dijo alguna noche que su sueño era conocer a Roland Barthes, como lo reseñaría Juan Felipe Robledo. En septiembre del 68 viajó a París. Cuando llegó, vio y sintió que la ciudad olía a humo, a estudiantes rebeldes, a ideas que no iban a enterrarse, a luchas que seguían y no iban a desaparecer, a grupos que estaban por construirse, a otras letras, a otras ideas, a otras músicas y otras películas. Cano Gaviria conoció a Barthes. Fue a alguna de sus clases, y de camino a casa, repitió una y tantas veces algunas de las cosas que decía su maestro. “Soy indefectiblemente yo mismo y es en esto en lo que radica mi estar loco: estoy loco puesto que consisto”, por ejemplo.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Él cambió su mundo, y tal vez, sin saberlo, un poco, el de algunos más. Para el cambio y por el cambio, peleó, luchó, escribió, habló e incluso maldijo. Alguna vez le dijo al periodista Marcos Fabián Herrera que en Colombia había “un estrato de intelectuales y escritores que viven en su faceta más descarnadamente zoológica: animales de presa, que no sólo se quedan con los mejores trozos, sino que vigilan para que la pitanza se mantenga siempre entre los mismos. En ese sentido, Colombia es un modelo; cambian los presidentes, cambian los partidos en el poder, pero la gente que controla las cosas a nivel cultural e intelectual es siempre la misma. Por otro lado, hay cada vez más escritores y menos intelectuales, aunque algunos escritores posan de intelectuales”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Ricardo Cano Gaviria vive en España desde 1970. / Archivo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Luego, como si hubiera salido de las páginas de Hambre (Knut Hamsun), logró alguno que otro trabajo en El Espectador y en las páginas culturales de El Siglo. Comía cuando le pagaban y escribía siempre: cuentos, ensayos, críticas. La palabra, la mágica y ruin palabra, y creer en ella como la verdad y la única tabla de salvación posible, lo impulsaban todas las mañanas. La palabra escrita era lo que había ocurrido, y era revolución, pensamiento, sentir, pasión. La palabra escrita era explicación, y era juego también, y era el significado que había detrás del significado. Cano Gaviria creía en la palabra y en el texto.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Él cambió su mundo, y tal vez, sin saberlo, un poco, el de algunos más. Para el cambio y por el cambio, peleó, luchó, escribió, habló e incluso maldijo. Alguna vez le dijo al periodista Marcos Fabián Herrera que en Colombia había “un estrato de intelectuales y escritores que viven en su faceta más descarnadamente zoológica: animales de presa, que no sólo se quedan con los mejores trozos, sino que vigilan para que la pitanza se mantenga siempre entre los mismos. En ese sentido, Colombia es un modelo; cambian los presidentes, cambian los partidos en el poder, pero la gente que controla las cosas a nivel cultural e intelectual es siempre la misma. Por otro lado, hay cada vez más escritores y menos intelectuales, aunque algunos escritores posan de intelectuales”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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