Richard Strauss, la música al servicio del arte y la vida
El compositor de la ópera que comienza a presentarse hoy en el Teatro Colón, Ariadna en Naxos, desde joven mostró su interés incansable en la música. Este se vio reflejado en sus composiciones y las óperas que produjo hasta el día de su muerte.
Andrea Jaramillo Caro
Era alemán y vivió hasta cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su participación en la rama musical del Reich fue ampliamente criticada, sin embargo, su nuera afirmó que lo hizo para salvar su vida, pues ella y su familia eran judíos. Esos últimos años de su vida se vieron marcados por diferentes escándalos y la imposibilidad de salvar a varios miembros de la familia de su nuera de una muerte segura en los campos de concentración.
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Era alemán y vivió hasta cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su participación en la rama musical del Reich fue ampliamente criticada, sin embargo, su nuera afirmó que lo hizo para salvar su vida, pues ella y su familia eran judíos. Esos últimos años de su vida se vieron marcados por diferentes escándalos y la imposibilidad de salvar a varios miembros de la familia de su nuera de una muerte segura en los campos de concentración.
Antes de que su música sedujera a los nazis, Strauss mostró una pasión por la música desde niño. A los seis años, en 1870, comenzó a componer y no se detuvo. No se podía esperar menos de un hombre nacido en una familia en la que la música corría en la sangre. Aunque su carrera como compositor comenzó a los seis años, a los cuatro ya estaba tocando el piano. A la par recibía clases de teoría musical y orquestación, a los 8 comenzó a aprender a tocar el violín y con el tiempo se convirtió en un hombre de muchos talentos. La profesión de su padre, Franz Strauss, como músico en la Ópera de la Corte en Munich y el círculo social en el que se desenvolvía influyeron en su carrera, pues entre él y el compositor Ludwig Thuille le enseñaron la música de Beethoven, Mozart y Schubert. Tener un padre miembro y director de una orquesta, aunque fuera para aficionados, tenía sus ventajas porque las composiciones del joven Strauss eran tocadas por esta orquesta que dirigió Franz Strauss hasta 1896.
A pesar de la influencia de su padre y Robert Schumann en su estilo, Richard Strauss quedó fascinado por la música de Richard Wagner, luego de asistir a presentaciones de varias de sus óperas. Su padre, intentando llevarlo a un lado más conservador de la música, le prohibió estudiar la música de su tocayo y, aunque en un principio funcionó dado que en 1882 con el estreno de Parsifal expresó en cartas su desdén por Wagner, más adelante se arrepintió de sus declaraciones.
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A los 16 comenzó a aprender sobre conducción, de la mano de Hans von Bülow, a quien consideró uno de sus más grandes mentores, que lo vería como el legítimo sucesor de Wagner. Incluso asumió su puesto como director provisional de la Orquesta de la corte de Meiningen, cuando su mentor renunció inesperadamente. Otro compositor que impactó su vida fue Johannes Brahms. Strauss ayudó a preparar el debut de la sinfonía No. 4 de Brahms y, aunque este le dijo que su “sinfonía contiene demasiado juego con los temas. Esta acumulación de muchos temas basados en una tríada, que difieren entre sí solo en el ritmo, no tiene ningún valor”, Strauss se refiere a este periodo en su vida como la “adoración de Brahms”.
Luego de Meningen, vino la dirección de Múnich. En esta ciudad conoció a su futura esposa, Pauline de Ahna, al lado de quien comenzaría un periodo creativo en el que se destacó por sus habilidades como conductor y por la composición de poemas sinfónicos. Entre estos se encuentran Don Juan, Macbeth y Don Quijote. La pieza más famosa que Strauss compuso para este género se titula: “Así habló Zaratustra”, la cual está inspirada en el texto de Nietzsche y fue utilizada en la película “2001: una odisea espacial”, de Stanley Kubrick.
A pesar de que sus óperas, como “Electra”, “El caballero de la rosa” y otras, son bien conocidas, solo una de las que compuso fracasó. Era su primera obra lírica, la llamó “Guntram”, y el autor de la biografía: “Vida de Richard Strauss” escribió que “nunca olvidaría este revés, ni siquiera en sus últimas semanas de vida”.
El éxito con sus óperas vendría entre 1901 y 1911 cuando, desde Dresde, estrenó cuatro de sus obras más reconocidas: “Necesidad de fuego”, “Electra”, “El caballero de la rosa” y su versión musical de la obra de Oscar Wilde, “Salomé”. En estas y otras once obras trabajó con el libretista Hugo von Hofmannsthal. Durante esta época, y hasta 1933, era llamado constantemente a hacer apariciones como conductor invitado en diferentes partes del mundo, amasando fama internacional.
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Los primeros años del siglo XX fueron un éxito en su carrera, viajó a Suramérica donde dejó al público sorprendido con su talento y en 1920 fundó el Festival de Salzburgo. Sin embargo, este momento de aclamación llegó a su fin con su participación en la rama musical del Tercer Reich. Su hijo, Franz, se casó con Alice von Grab-Hermannswörth, hija de un industrialista judío, y con el advenimiento del nazismo en el país la seguridad de su nuera y su familia se vio en peligro.
En 1933 aceptó el puesto de presidente de la Cámara de Música del Reich, para el cual el mismo Adolf Hitler lo nombró en el cargo. Un eterno fanático de Wagner y las artes, la selección para Hitler era obvia, aunque Strauss no estuviera de acuerdo con la ideología de su empleador. Strauss escribió en su diario: “En noviembre de 1933, el ministro Goebbels me nombró presidente del Reichsmusikkammer sin obtener mi consentimiento previo. No fui consultado. Acepté este cargo honorífico porque esperaba poder hacer algo bueno y evitar peores desgracias, si de ahora en adelante la vida musical alemana iba a ser, como se decía, “reorganizada” por aficionados e ignorantes buscadores de lugares”.
Malo porque sí, malo porque no, el cargo en el que permaneció durante 20 meses le acarreó críticas de lado y lado. De acuerdo con el medio DW “el escritor Klaus Mann lo juzgó severamente en su autobiografía novelada. El hijo mayor del Nobel Thomas Mann lo entrevistó en Múnich haciéndose pasar por un reportero estadounidense. ‘¡Un artista de tal sensibilidad y al mismo tiempo obtuso en cuestiones de ideología y conciencia! ¡Un gran hombre sin ninguna grandeza!’”. Hasta el semanario Der Spiegel lo proclamó como un oportunista que se consideraba a sí mismo “intocable”.
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La estrategia pesó más que su moral, pues, aunque despreciaba a Goebbels en 1933 compuso y le dedicó una canción orquestal para asegurar su apoyo. La cooperación con el régimen no duró mucho, a pesar de las prohibiciones para tocar música de ciertos compositores, Strauss continuó trabajando y componiendo junto a su colega judío Stefan Zweig. Cuando su ópera, “La mujer silenciosa”, estrenó, Strauss insistió en que el nombre de Zweig apareciera en los afiches. Hitler y Goebbels evadieron asistir y tras tres presentaciones fue prohibida por el régimen.
Esto sumado a una carta que Strauss envió al libretista le costaron su puesto en la Cámara de Música del Reich. Pero por más odiado que fuera entre las líneas del Reich, Strauss seguía siendo necesario. De hecho, su composición del Himno Olímpico fue utilizado en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Su influencia seguía siendo tan grande que la utilizó para proteger a su nuera y nietos de cualquier tipo de violencia en su contra o de que fueran enviados a campos de concentración.
Su participación en medio del régimen no le salió barata. Strauss fue juzgado en un tribunal de des nazificación en Múnich en 1948 y se le encontró libre de culpa de todos los cargos que lo relacionaban con el Reich.
Sus últimos años los pasó componiendo los mismos géneros con los que empezó su carrera, música instrumental y lieder. Poco después de ser declarado inocente, se sometió a una cirugía de vejiga y su salud se deterioró rápidamente. En agosto de 1949 sufrió un ataque al corazón y el 8 de septiembre de ese mismo año la muerte dulce lo alcanzó mientras dormía y falleció debido a una falla renal.
Su legado permanece vivo en cada escenario en el que su obra es presentada, en cada par de oídos que lo escuchan y en cada par de manos que tocan sus partituras. Hoy es considerado como uno de los mayores exponentes del romanticismo alemán tardío, junto su ídolo Wagner. Su biógrafo afirmó para la DW que: “La forma ideal para caracterizar a Strauss no sería una pintura ni un dibujo o escultura. Sería más bien un mosaico, coherente de lejos, pero de cerca compuesto por fragmentos contrastantes”.
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