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Este año lanzó un libro titulado “Bienvenido al club”. Cuénteles a los lectores de qué se trata.
Después de la pandemia, muchos pasamos por procesos muy complicados. Yo, por ejemplo, me separé, y eso desencadenó un momento en mi vida muy difícil, lleno de momentos que no sabía cómo asimilar ni entender. Este libro terminó siendo una catarsis para mí, un espacio para procesar todos esos dolores y sufrimientos por los que estaba pasando. Y no era el único; varios amigos estaban viviendo situaciones similares. La idea inicial del libro era que fuera un manual del buen borracho, pero terminó convirtiéndose en una novela cómica sobre un hombre cercano a los 50 que tiene que empezar una nueva vida y descubre que ya no encuentra su lugar en el mundo. Así nació Bienvenido al club. Además, incluí una guía de cócteles para distintas situaciones de la vida. Quería hacer una especie de maridaje entre un cóctel y una emoción. Por ejemplo, si estás frustrado, ¿qué cóctel podría acompañarte? Si estás feliz y celebrando, ¿cuál sería el ideal?
Y como una extensión del libro está presentando una nueva obra...
Con el tiempo, me di cuenta de que este libro me abrió el camino para hablar de cosas que no me había atrevido a decir ni a reconocer de mí mismo. Cuando íbamos a ferias del libro en Colombia, muchos lectores me contaban que se conectaban profundamente con la historia personal del protagonista: un comediante en decadencia que se separa, se enamora de su manager y, sobre todo, se reconcilia consigo mismo. Eso me inspiró a montar un show de stand-up. Elegimos capítulos del libro que fueran fáciles de adaptar y terminamos creando un espectáculo que, aunque no está basado directamente en el libro, como dices, funciona como una extensión de este. Es una catarsis grupal: un espacio donde la gente puede reírse de sus propios problemas reflejados en los míos. Al final, incluso terminan compartiendo sus propias historias, como si fuera una sesión de “doctor corazón”. Y, por supuesto, nos tomamos unos buenos cócteles.
Usted menciona el “empoderamiento masculino”, considerando que los hombres suelen exteriorizar sus sentimientos con menos frecuencia que las mujeres...
Cuando empezamos a trabajar con la editorial, mi pareja, que también es mi manager, me dijo algo que fue clave: “Siento que no has alcanzado tu potencial de vulnerabilidad. Siempre proyectas esta imagen del comediante fuerte, que nada lo afecta, pero en realidad eres un idiota sensible. Eres alguien que siente, que se afecta”. Con la editorial surgió otra reflexión: muchas de nuestras autoras son mujeres que escriben sobre el empoderamiento femenino tras pasar por separaciones y momentos difíciles. Entonces pensé: nosotros también sufrimos, también nos separamos, también vivimos rupturas. Y aunque no siento que mi trabajo sea dar palmaditas, sí es mostrar que, a pesar de los problemas, somos más grandes que ellos. Recuerdo algo que me dijo una pareja de viejitos en un camerino: “Qué bonito su trabajo, hacer que la gente se olvide de sus problemas por un rato”. Y yo respondí: “No, ese es el trabajo del whisky. Mi trabajo es que usted sepa que puede superar sus problemas”. Con ese enfoque escribí el libro, pensando en hombres de mediana edad que hemos enfrentado rupturas, no solo de relaciones, sino de vida: perder un trabajo, una empresa, sentir que todo se derrumbó justo cuando creíamos que todo iba a estar bien.
El humor masculino muchas veces se centró en ridiculizar el papel de la mujer en el hogar... “La señora enojada que esperaba con rulos al hombre en la casa”.
El humor solía ser, y no me da miedo decirlo, sexista, machista, racista, regionalista. Para mí, eso siempre fue una vaina inexplicable, algo con lo que intenté ir en contra. Con este espectáculo, diseñado desde otra perspectiva, empiezo diciendo algo clave: a mí no me interesa por quién votó usted, de quién se enamoró, su género, el color de su piel o dónde nació. No me interesa lo que nos separa; me interesa lo que nos une. Y el humor es eso, lo que nos une. Es universal: todos nos reímos de lo mismo y, al reírnos, algo en nosotros se sana. Creo que el humor ha cambiado muchísimo. Dejó de ser esa herramienta predatoria que buscaba minimizar a quien era objeto de burla. Antes, nos reíamos del pastuso, del costeño, del rolo, del negrito, del gordito, del chaparro, o de la señora que pintábamos siempre con rulos, enojada, como Doña Florinda. Ese humor ya no tiene espacio porque lo que realmente trasciende es hablar de nosotros mismos, de nuestras propias frustraciones, de los dolores que todos compartimos.
¿Cómo cree que ha evolucionado ese tipo de humor frente a lo que ahora menciona?
Todos hemos sentido, en algún momento, que no encajamos, que no nos entienden. Cuando uno se ríe de eso, de lo propio, se pierde el miedo, deja de ser tan intocable, tan sagrado. Ese es el verdadero papel del humor: señalar lo que está funcionando mal en uno mismo y en la sociedad. La salud de una sociedad se refleja en el humor que produce. En Colombia, por ejemplo, tenemos un mártir del humor: Jaime Garzón. Pero ¿quién era el comediante en la Alemania hitleriana o quién lo es en Irán bajo un régimen? No existen porque el humor es un termómetro social. En mi espectáculo, esa idea se convierte en una cápsula de sanación. Nos reímos de lo que nos duele y eso nos transforma. Creo que los comediantes tenemos la responsabilidad de cambiar la narrativa del humor para señalar las diferencias, y convertirlo en un elemento de unión. Cuando logramos eso, todos podemos reírnos juntos y sanar un poco.
Le quería preguntar, porque presiento que ha tenido tiempo para analizarlo: ¿Por qué cree que a los 40 hay tanta deserción matrimonial?
Sí, parece que el manual dice que hay que separarse entre los 40 y los 50. Hablando desde mi caso, llegó un momento en el que, junto con mi exesposa, nos dimos cuenta de algo. Yo, en particular, estaba en una competencia constante por demostrarme a mí mismo y a los demás que podía con todo. Eso implicaba dejar de lado muchas cosas importantes, sentimientos y metas personales. Durante años, los dos nos dedicamos a construir esa “empresa” que era nuestro matrimonio. Lo veíamos como una sociedad empresarial: logramos sueños, sacamos adelante una familia, una hija en este caso. Íbamos al cine, cenábamos, viajábamos cada tanto. Pero nos olvidamos de nosotros mismos. Un día nos dimos cuenta de que nos habíamos convertido en socios más que en pareja. Nuestra relación se parecía más a una amistad que al amor. Entonces, cuando nuestra hija estaba a punto de graduarse del colegio y pensamos en quedarnos solos, nos sentamos y tomamos la decisión de terminar. Creo que muchos nos separamos no porque la pareja se desgaste, sino por el agotamiento que genera la institución del matrimonio. Esa idea occidental de que una familia debe ser un ejemplo de éxito, incluso a costa de frustraciones y tristezas, es lo que cansa.
No quiero dejar de preguntarle, ¿a usted qué fue lo que lo llevó por el camino de la comedia?
Desde los 16 años me subía a contar cuentos. En esa época no existía la figura ni entendíamos lo que era un stand-up comedian. Mi profesor y compañero fue Andrés López, el de La pelota de letras. Él fue quien me metió en este mundo. La comedia se volvió mi voz. Soy una persona particularmente tímida, no soy muy bueno socializando, y antes era peor. Pero en el escenario podía hablar de lo que quisiera. A través de los cuentos, contaba mi vida, mis angustias, mis frustraciones, mis deseos. Y ese espacio se volvió el lugar donde podía convertir todo lo feo en algo chévere, tanto para el público como para mí. Así empecé a hacer comedia profesionalmente, y en ese camino encontré todo: mi lugar, mi voz, mi felicidad. El escenario sigue siendo mi espacio seguro, el único lugar donde puedo decir lo que pienso sin miedo a que me juzguen. Porque, al final, lo peor que puede pasar es que se burlen de mí, y eso es justamente lo que busco que pase en los shows. Cuando pierdes el miedo a que se burlen de ti y lo abrazas como tu bandera, encuentras la libertad. Y no hay nada más valioso que eso: la libertad.
A alguien que quiera empezar a transitar los caminos sinuosos de la comedia, ¿qué le diría? ¿Cómo hacerlo si no tiene ni idea de por dónde comenzar?
Mi primer consejo es que se retire ya. Que no lo intente más. Porque sí, es un camino sinuoso, doloroso y lleno de cardos. Pero, si de verdad lo quieres intentar, el principal consejo que puedo dar, y que he visto como constante en todos los comediantes que conozco y que han llegado a algún lugar en este mundo, es: hay que abrazar el fracaso. La única forma de encontrar tu propia voz en la comedia, de descubrir de qué quieres hablar, es fracasando constantemente. Hay que enfrentarse a ese monstruo de mil cabezas que es el público. Es como la cocina. Una cosa es saber cocinar, y otra muy distinta es montar un restaurante y vivir de eso. Si decides tomar el camino profesional en la comedia, tienes que entender que es una carrera. Requiere entrenarte, probar, fallar, volver a intentarlo. Un comediante exitoso, básicamente, es alguien que tuvo un show bueno entre muchos malos. Al principio, mientras encuentras tu voz, terminas recogiendo tus pedazos del escenario. Literalmente, tienes que barrer lo que queda de ti, meterlo en una bolsa, irte a casa, recomponerte y volver a intentarlo. Y ese proceso, una y otra vez, es lo que marca la diferencia. Si todo te salió perfecto desde el principio, simplemente tuviste suerte. Pero cuando te caes, te levantas y sigues, ahí es cuando descubres de qué se trata todo esto. La comedia es eso: el fracaso, definido, sobre un escenario.