Roberto Arlt: una perturbación
El sábado pasado comenzamos a publicar una serie de textos escrita por Alejandro Alba García, titulada: “El cuento latinoamericano: trece poéticas que fundaron y renovaron el género”. Esta tercera entrega trata la influencia del argentino Roberto Arlt sobre el cuento.
Alejandro Alba García/ aalbag@unal.edu.co
El aprendizaje de Arlt tuvo lugar en las cloacas, no en las bibliotecas, decía Roberto Bolaño. Arlt se ubica en las antípodas de la refinación burguesa, de la imaginación de elevado esplendor, y se suma a otro imaginario que, aunque no deslumbra, no es de menor valor. Su lugar en el campo de la literatura es, como el de Borges, el de la orilla, pero otra. Las obras de ambos escritores, aparentemente distantes, quizá son los dos puntos de referencia más importantes de la primera mitad del siglo XX argentino. Si con la exploración de sistemas complejos y paradójicos, y con tramas sobre cuchilleros, compadritos, esquinas rosadas y aires de arrabal, Borges indaga sobre la problemática humana, Arlt, en cambio, se confina adrede a esta última zona, al pobrerío bonaerense del hurto, la falsificación, la violación, el rapto de ira, el asesinato…, en suma, al crimen y a la ruindad humana. En ese territorio, Arlt encuentra un número finito, pero inabarcable, de posibilidades artísticas. Otras especie de paradoja: esa reducción a la exploración del bajo fondo es el lugar sin límites arltiano, su biblioteca de Babel infecta y sumida en el fango.
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El aprendizaje de Arlt tuvo lugar en las cloacas, no en las bibliotecas, decía Roberto Bolaño. Arlt se ubica en las antípodas de la refinación burguesa, de la imaginación de elevado esplendor, y se suma a otro imaginario que, aunque no deslumbra, no es de menor valor. Su lugar en el campo de la literatura es, como el de Borges, el de la orilla, pero otra. Las obras de ambos escritores, aparentemente distantes, quizá son los dos puntos de referencia más importantes de la primera mitad del siglo XX argentino. Si con la exploración de sistemas complejos y paradójicos, y con tramas sobre cuchilleros, compadritos, esquinas rosadas y aires de arrabal, Borges indaga sobre la problemática humana, Arlt, en cambio, se confina adrede a esta última zona, al pobrerío bonaerense del hurto, la falsificación, la violación, el rapto de ira, el asesinato…, en suma, al crimen y a la ruindad humana. En ese territorio, Arlt encuentra un número finito, pero inabarcable, de posibilidades artísticas. Otras especie de paradoja: esa reducción a la exploración del bajo fondo es el lugar sin límites arltiano, su biblioteca de Babel infecta y sumida en el fango.
Pero los personajes de Arlt no solo habitan la periferia, los habitantes de la ciudad arltiana encuentran en su vida ordinaria momentos desconcertantes en situaciones límite que los asedian. Esos instantes que, aunque en apariencia sean comunes y corrientes, realmente están lejos de serlo: bordean un abismo de angustia por el que los personajes se desplomarán. La angustia en la obra de Arlt muestra el desequilibrio que causa el peso de la moral socialmente dominante sobre el dilema personal en el instante de un conflicto irresoluble, cuando el único horizonte visible es despeñarse por las laderas del crimen y la violencia, un acto extremo subvierte la norma moral, la complejiza, la lleva a los límites de lo inexplorado, tal como sucede con el narrador de El jorobadito o con el protagonista de la gran novela de Arlt, Los siete locos: ambos personajes son llevados a la experiencia límite donde surge la explosión arltiana que precede a la muerte, el instante propicio para el sacrificio y la consagración del sacrilegio, el momento de la injuria a la moral.
El personaje-narrador de El jorobadito, preso por su crimen, sabe que está “alojado a la espera de un destino peor”, aún más desdichado que el de su atormentada celda (se presume, claro, la muerte). El narrador revela que ha estrangulado a Rigoletto durante un rapto de extraña y alegre furia (que además le permite evadir su indeseado compromiso amoroso), pero, a la vez, un instante confusamente angustioso. El cuento permite observar en detalle la fatalidad involuntaria que arroga la pasión irrefrenable en el acto extremo del homicida (o de su inversión, el suicida, claro). Pero, ¡atención!: la cuentística de Arlt no formula la pasión como fruto del espíritu de un romanticismo anacrónico, sino que más bien la plantea opuesta a él: como una crítica feroz del sentimentalismo reformista que desenmascara todo tipo de aspiración mesiánica; es un insulto a los vendedores de porvenires añorados: fuegos de artificio para la hondanada arltiana.
La gran Beatriz Sarlo ve la obra de Arlt como extremista: “Del conflicto se sale por explosión” dice. En su obra, la existencia “solo puede ser narrada como crisis de todos los valores que ya no pueden organizar significativamente las acciones”, por lo tanto, en sus ficciones siempre “hay que matar a alguien” . Esto es así, quizá, porque la muerte en Arlt es tanto instrumento último de la angustia como forma del delirio permanente de quien la padece. Pero las acciones extremistas de esa angustia reinante en la experiencia del personaje arltiano revelan otra clave de su apuesta literaria: el problema interpretativo de la acción vital o, dicho de otra manera, la posibilidad de la experiencia comunicable.
Parte del problema interpretativo que percibimos en las ficciones de Arlt consiste en que la experiencia extrema (casi siempre criminal) es indiscernible para al mero espectador, acrítico, que percibe el acto moralmente “condenable”. En consecuencia, el problema de comunicabilidad de la experiencia extrema se plantea como un abismo insalvable entre quien experimenta la angustia y actúa en sus límites y quien percibe el acto. En El jorobadito observamos esa desconexión rotunda, por ejemplo, encarnada en la simplificación vulgar de los actos, tan característica en el periodismo: “Si hay algo que me reprocho es haber recaído en la ingenuidad de conversar semejantes minucias a los periodistas. Creía que las interpretarían, mas heme aquí ahora abocado a mi reputación menoscabada, pues esa gentuza lo que menos ha escrito es que soy un demente, afirmando con toda seriedad que bajo la trabazón de mis actos se descubren las características de un cínico perverso” (énfasis mío).
Ricardo Piglia, uno de los lectores más brillantes de la obra de Arlt, analizó esta desvinculación y supuso que la experiencia del personaje de Arlt se encuentra fracturada de su transmisibilidad porque el mecanismo acrítico que percibe dicha experiencia del personaje está despojada de sentido crítico. Esto se encarna en la banalización propia de la cultura de masas, que “se apropia de los acontecimientos y los somete a la lógica del estereotipo y del escándalo”, según anota Piglia . La escena de la muerte de Erdosain, en el final de Los lanzallamas, y el pasaje de El jorobadito son ejemplos de ese quiebre comunicativo.
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Aunque el lector va conociendo la gran complejidad del personaje, gracias al desarrollo del texto y el modo en que han sucedido los hechos durante la trama, un titular de diario termina reduciendo toda la experiencia a la más rotunda trivialidad periodística, simplificando las causas del suicidio (en Los lanzallamas) o del asesinato (en El jorobadito). La condensación de hechos que publica la prensa está totalmente desvinculada de la experiencia real del personaje: “Se suicidó el feroz asesino Erdosain, cómplice del agitador y falsificador Alberto Lezin, alias el Astrólogo”, menciona el narrador de Los lanzallamas. En la novela, esta fractura de la experiencia profunda frente a la circulación ligera de la información se presenta también como un mero resumen policiaco, muy parecido a lo que ocurre en El jorobadito. Ambos reportes destruyen la profundidad del sentido del acto de los personajes, lo trivializan para facilitar el juicio moral. Periodismo y reporte policial son las dos caras de la banalización y el acriticismo frente a la experiencia genuina que denuncia, ya en 1926, la obra del gran autor argentino.
Leer a Arlt es un escupitajo a la cara, un gancho a la mandíbula. No se pueden leer sus textos sin sentirse atacado, perturbado o, cuanto menos, incómodo. El malestar tiene que ver con el sistema de valores establecidos que Arlt cuestiona permanentemente. Esto constituye la otra dimensión de la imposibilidad comunicable de la experiencia. ¿Es posible comprender los actos? ¿Se pueden asimilar verdaderamente conductas que se consideran abominables? Arlt nos hace ver que no, porque, además de la banalización, hay una completa obstrucción del acto percibido, una condena previa que ocurre en el juicio preexistente del sistema moral. Así, la cuentística de Arlt injuria al moralista, le increpa, asqueado, su mezquindad, y le recuerda que su vulgaridad también lo ha condenado de antemano. La obra de Arlt encarna la más rotunda incomprensión de la experiencia humana, que queda abolida irremediablemente. Sus cuentos se fundan en esa perturbación.