Roberto Palacio: “Colombia es un país necesitado de ideas”
Entrevista al escritor Roberto Palacio a propósito de su libro “La era de la ansiedad” y su participación en el Hay Festival Jericó, que se realizó los días 20 y 21 de enero.
Claudia Morales -@ClaMoralesM
Roberto Palacio es un ensayista y filósofo colombiano que en su más reciente libro “La era de la ansiedad” (Editorial Ariel, 2023) nos invita a pensar en el comportamiento humano que hoy más que nunca está moldeado por las redes sociales y en los vacíos del ser que tan fácilmente conducen a la ansiedad. El escritor nos ofrece una ventaja con su publicación y es que no se trata de un texto académico sino de un ensayo con un lenguaje sencillo y cercano que facilita la atracción de todos los públicos.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Roberto Palacio es un ensayista y filósofo colombiano que en su más reciente libro “La era de la ansiedad” (Editorial Ariel, 2023) nos invita a pensar en el comportamiento humano que hoy más que nunca está moldeado por las redes sociales y en los vacíos del ser que tan fácilmente conducen a la ansiedad. El escritor nos ofrece una ventaja con su publicación y es que no se trata de un texto académico sino de un ensayo con un lenguaje sencillo y cercano que facilita la atracción de todos los públicos.
Palacio dedica su vida a la divulgación de la filosofía a través de su organización Seminarios La Vida Examinada; también es colaborador en Los Angeles Review of Books, Philosophical Salon, El Malpensante, entre otros, y desde 2019 pertenece a la red mundial de pensadores y divulgadores filosóficos IDW (Intellectual Deep Web).
En el marco del Hay Festival que se llevó a cabo en Jericó, Antioquia, los pasados días 20 y 21 de enero, el autor concedió esta entrevista para El Espectador.
La primera parte de “La era de la ansiedad” enfatiza en la insatisfacción con la vida que tenemos y en la añoranza de ser otros. ¿Por qué las personas tienen estos deseos enfurecidos de hacer transiciones hacia lo que no son?
Una de las preguntas que motivó este libro fue esa gran ansia contemporánea que tenemos de ser otros, de resignificarnos, como si hubiera una especie de núcleo que viviera dentro de nosotros y que pugna por salir. Ese núcleo es mi verdadero yo. No es fácil dar respuesta a esa pregunta. Esto de ser una persona que tiene una identidad distinta, que no es humano, sino un perro, por ejemplo, es un fenómeno reciente. Entender el presente es difícil porque hemos construido una forma de vida en la cual ya no pertenecemos a nada.
Le sugerimos: “La comedia es la parte técnica del humor”: Frank Martínez
El sociólogo canadiense Joseph Davis dice que la identidad de antes se construía bajo un “ideal interior” con acciones muy privadas y sin darle importancia a las audiencias ni a lo que demanda la sociedad. Ahora todo se trata de un modo performativo: la identidad se construye desde y para lo público y sólo se encuentra la felicidad si hay aceptación. Si no hay aceptación, llega la ansiedad. Esto lo provocan las redes sociales. Viéndolo de esa forma, ¿es exagerado afirmar que las redes son una maldición?
Estamos desesperados por reconocernos. Hoy somos narraciones en un mundo en el cual no hay grandes verdades y esas narraciones en las cuales no hay verdad dependen de cómo me defino yo y cómo quiero que los demás me reconozcan. Todas las actividades que hacemos en nuestras vidas y que no salen a lo público simplemente no existen. Por eso cuando las personas lloran se toman una selfie y cuando van a un entierro se toman una selfie con el ataúd del papá. Nuestra vida es un espectáculo. Y las redes son un instrumento que puede volverse una maldición porque les estamos adjudicando unos roles para las cuales no fueron hechas. Y los creadores de esas redes tienen objetivos predeterminados.
En el capítulo sobre el amor usted desarrolla las teorías del existencialista Jean-Paul Sartre y de Jean-Jacques Rousseau, que en ciertos modos son fatalistas. Y usted escribe una pregunta que me gustaría que respondiera: “¿Será posible amar sin caer en las contradicciones insalvables del amor de las que hablan Rousseau y Sartre?”.
Creo que hay contradicciones en el amor que son de todos los tiempos. Y creo que el amor como lo soñamos, esa compenetración absoluta, la idea de que encontré a la persona que es mía y puedo compartir todo sin ninguna contención, eso no va a pasar, no es posible. El amor que existe es un poco decepcionante porque es un proceso de constante negociación y como toda relación se acaba cuando la conversación se acaba. El amor hoy es especialmente difícil para nuestros hijos porque consiste en pequeñas relaciones en las cuales entran a decir “te amo” en tres días, a las dos semanas todo se acaba y salen corriendo donde el siquiatra a que les quite la tusa como si fuera una indigestión.
Hay también en el libro una reflexión sobre lo que por múltiples factores ocurre y es “el olvido de la realidad que tenemos ante nuestros ojos” y usted dice que “ese sigue siendo el problema fundamental que ha de abordar la filosofía en nuestro tiempo”. Pero a veces, la filosofía parece lejana de la cotidianidad de los seres humanos. ¿No es así?
Tenemos que hacernos muchas preguntas sobre la vida y, en ese sentido, la filosofía sirve para resolverlas. Pongo un ejemplo: ¿qué es lo real? Una alumna, que tuve en un curso que dicté, dijo que fue violada en el metaverso y ante eso es muy fácil decir que es una pendejada, pero ella se lo tomaba muy en serio. Entonces, surgen preguntas como ¿es lo mismo ser violada en un callejón, o no? Por eso ya no importa tanto la filosofía académica, porque a la gente común ya no le interesa. La filosofía es el pensamiento convertido en arte y, reconociendo que Colombia es un país necesitado de ideas, debe estar al alcance de todos.
Le recomendamos: “Poor things”: el bien o el mal en los límites sociales
Usted también escribe en “La era de la ansiedad” sobre la cultura de la cancelación. Destaco un par de frases: “Contra la práctica más inocente de todas, la de expresar puntos de vista, haciendo uso público de la razón, respondemos con la muerte o con el acallamiento” y “la voz del que disiente se ha convertido en una especie de canto irresistible de las sirenas que toca silenciar”. Ese es el diagnóstico de lo que está pasando. Desde la filosofía, ¿cuál sería la cura?
Kant decía que en un régimen de libertad no hay que temer por la seguridad ni por el bienestar público y si yo me doy cuenta de eso, si hay un proceso de discusión lo suficientemente vigoroso, las personas pueden expresar lo que quieran y eso no tiene por qué representar ningún peligro. Toda relación humana es una conversación y si renunciamos a ella lo que viene es la violencia. Los antiguos filósofos griegos entendieron que cuando hay dos razones enfrentadas, lo que hay es un esfuerzo por encontrar un término común de entendimiento que me permita ascender en la comprensión real. En eso tenemos que insistir, no hay otra salida.
En el capítulo titulado “Argumentación” usted desarrolla conceptos como el de la falacia, el del “eufemismo encubridor” y hay afirmaciones como “el lenguaje tiene la capacidad de corromper el pensamiento” y “los tiempos de crisis son tiempos de argumentos mal construidos”. ¿Qué hacemos para aprender a argumentar?
No hay nada peor que dar la razón a todos. La verdadera argumentación implica que yo pueda intercambiar ideas para también poder decirle al otro que no se está de acuerdo, que no está en lo correcto y ofrecerle razones para ello. Cuando somos capaces de hacer eso, estamos demostrando que al otro sí lo estamos tomando en serio. La peor forma de ignorar a alguien es decirle siempre que todo está bien.
Podría interesarle: Crónica de un matrimonio: las bodas de oro de Óscar y Gloria
Usted asegura en el libro que el volumen de información y la sensación de imposibilidad de gestar algo nuevo está matando el conocimiento. Eso es grave porque el paso anterior a esa idea sería que ya habrían muerto la creatividad y la curiosidad. ¿Es así?
Los más jóvenes están pensando que ya no hay nada por decir y eso es muy triste. Yo le digo a la gente que no importa que alguien ya haya dicho algo, por qué una idea reciente puede tener mucha relevancia. Siempre hay algo nuevo por decir, por descubrir. La ignorancia socrática no es el vacío, porque el ignorante no es el que está vacío, está lleno de conocimientos que debe desechar. Y al ignorante no le puedo dar de comer porque está indigestado y lo que tengo que hacer es quitarle la indigestión. Ahí es donde comienza el conocimiento.
Con lo que usted ha respondido es claro que la ansiedad es inevitable en las personas que tienen la vida atada a las redes, que son inestables ante las nuevas formas de amar y que no saben cómo llenar el vacío existencial. ¿Alguna recomendación final?
Hay tres cosas que yo siempre invito a reflexionar: uno, no pretendamos la perfección. Dos, perdonémonos los errores a nosotros mismos. Y tres, aprendamos a trabajar pensando en los demás.