Rodolfo Walsh, García Márquez y la humillación de Bahía Cochinos
Cuba, a 22 meses del triunfo de la Revolución. Cuba, a cuatro años de que 82 barbudos se hubieran subido en un yate, el yate Granma, para jugarse la vida en la selva de la Sierra Maestra y derrocaran el régimen de Fulgencio Batista.
Fernando Araújo Vélez
Cuba, a siete años de que un grupo, el 26 de julio, hubiera fracasado en su intento de cambiar las cosas y de tomarse el Cuartel Moncada, para desde ahí hacer la revolución. Cuba, a 500 días de que Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara hubieran entrado en La Habana, barbudos y levantando sus fusiles en señal de victoria. Cuba, a 700 kilómetros de las costas de la Florida, a donde fueron a parar los viejos dueños de la isla, y a donde irían otras decenas de exiliados que habían perdido su poder. Cuba, a 1930 kilómetros de Washington, desde donde el gobierno de John F. Kennedy y sus departamentos de inteligencia comenzaban a estudiar la manera de darle un vuelco a los barbudos.
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Cuba, a siete años de que un grupo, el 26 de julio, hubiera fracasado en su intento de cambiar las cosas y de tomarse el Cuartel Moncada, para desde ahí hacer la revolución. Cuba, a 500 días de que Fidel Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara hubieran entrado en La Habana, barbudos y levantando sus fusiles en señal de victoria. Cuba, a 700 kilómetros de las costas de la Florida, a donde fueron a parar los viejos dueños de la isla, y a donde irían otras decenas de exiliados que habían perdido su poder. Cuba, a 1930 kilómetros de Washington, desde donde el gobierno de John F. Kennedy y sus departamentos de inteligencia comenzaban a estudiar la manera de darle un vuelco a los barbudos.
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Y Cuba, a 2000 kilómetros de Nueva York, y a 7000 y más de Madrid, París y Londres, desde donde las agencias de noticias bombardeaban al mundo con sus versiones de los hechos, según los intereses de sus socios, de sus patrocinadores, de sus respectivos gobiernos, y Cuba, como la encrucijada del mundo occidental, como el ejemplo a no seguir para muchos, y el ejemplo a seguir para otros, como el centro de la discordia y de la posibilidad de que el mundo se dividiera en dos bandos. Cuba, utilizada desde los tiempos de sus guerras de independencia por sus aliados de entonces. Cuba, usada, doblegada, mancillada, y Cuba, como el lugar de encuentro y de trabajo de varios periodistas y escritores que habían creído que con la revolución iba a haber un nuevo camino para América del Sur. Cuba, narrada desde adentro en Prensa Latina por aquellos hombres, que respondían a los nombres de Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Gabriel García Márquez y Jorge Masetti, entre tantos.
Cuba y los gestores de la Revolución, a través de Prensa Latina.
“Nunca sabíamos en Prensa Latina cuándo iba a venir el Che, simplemente caía sin anunciarse, y la única señal de su presencia en el edificio eran dos guajiros con el glorioso uniforme de la Sierra, uno se estacionaba junto al ascensor, otro ante la oficina de Masetti, metralleta al brazo -escribe Walsh poco después de su muerte-. No sé por qué exactamente daban la impresión de que se harían matar por Guevara, y que cuando eso ocurriera no sería fácil. Muchos tuvieron más suerte que yo, conversaron largamente con Guevara. Aunque no era imposible, ni siquiera difícil, yo me limité a escucharlo, dos o tres veces, cuando hablaba con Masetti. Había preguntas por hacer, pero no daban ganas de interrumpir o quizá las preguntas quedaban contestadas antes de que uno las hiciera. Sentía lo que él cuenta que sintió al ver por única vez a Frank País: sólo podría precisar en este momento que sus ojos mostraban en seguida al hombre poseído por una causa y que ese hombre era un ser superior”.
Noviembre de 1960. La Habana, Cuba, sede de Prensa Latina. Un hombre trabaja hasta más allá de las nueve de la noche. Escribe en una libreta, y de fondo, escucha el ruido de los teletipos que transmiten las noticias del mundo desde las agencias internacionales, UPI, AFP, AP, REUTER. El hombre se llama Rodolfo Walsh. Es argentino, de ascendencia irlandesa. Llega a Cuba en abril del 59, y desde entonces hace parte de la agencia de noticias de Prensa Latina, dirigida por otro argentino, Jorge Masetti. Entre los periodistas de la sala de redacción hay un colombiano, Gabriel García Márquez, y un poeta, Juan Gelman. De repente, Walsh va a buscar las tiras de papel que llegan, las arranca y empieza a estudiar posibles similitudes entre noticia y noticia. Busca un patrón de información. Algo. Se lleva los folios a su casa y sigue buscando allá, con un manual de criptografía al lado, según lo refiere muchos años más tarde Michael McCaughan en su libro Rodolfo Walsh (Editorial Ícono).
El hombre, Walsh, gafas grandes de carey, cuadradas, tez blanca, pelo negro, llega todas las mañanas a su oficina y dice que va avanzando, ante la mirada burlona de sus compañeros. “Nos reíamos de él”, admite años más tarde García Márquez, “hasta que de pronto se apareció con la buena nueva”. Transcurren los días y las semanas. Unas veces más, otras menos, Walsh se acerca a algo. No puede decir a qué, pero es algo importante. Decodifica los patrones que se repiten, o que son sospechosos, en los pliegos de noticias que han llegado a Prensa Latina desde el 14 de noviembre de 1960, hasta el 26 de enero del 61. En libretas, va anotando sus descubrimientos. Y de repente, la bomba. Como dice García Márquez, “cuando aparece este paquete, bueno, ahí comenzaron en serio los preparativos de defensa, y fue la primera información concreta de lo que se estaba preparando, y ya tenía los lugares, todo…”.
La bomba es que Walsh descifra las comunicaciones entre la embajada de los Estados Unidos en Guatemala, más precisamente entre algunos miembros de la CIA allí, y las agencias de seguridad de su país, el gobierno guatemalteco, el de los Estados Unidos y un puñado de cubanos exiliados que trabajan en conjunto para invadir Cuba. Incluso, determina el lugar exacto del campo de entrenamientos de los militares que van a dar el golpe. Más tarde, por órdenes de Masetti, y seguramente de Fidel Castro y del Che Guevara, Walsh se va vestido de pastor protestante a vender biblias a Guatemala y a predicar la gracia de Dios ante la inevitable llegada del apocalipsis. Se viste de negro, con un cuello blanco volteado, hasta que da con el sitio del campo donde se está gestando la invasión. Meses más tarde, en abril, cuando los invasores llegan a Bahía Cochinos, las fuerzas revolucionarias cubanas los están esperando.
En septiembre de 1977, seis meses después de que los militares masacraran a Walsh en Buenos Aires, Gabriel García Márquez escribe en la revista Alternativa: “En realidad, fue Rodolfo Walsh quien descubrió – desde muchos meses antes – que los Estados Unidos estaban entrenando exiliados cubanos en Guatemala para invadir a Cuba por Playa Girón en abril de 1961. Walsh era en esa época el jefe de Servicio Especiales de Prensa Latina, en la oficina central de La Habana. Su compatriota, Jorge Ricardo Masetti, que era el fundador y director de la agencia, había instalado una sala especial de teletipos para captar y luego analizar en juntas de recreación el material informativo de la agencias rivales. Una noche, por un accidente mecánico, Masetti se encontró en su oficina con un rollo de teletipo que no tenía noticias, sino un mensaje largo en clave muy intrincado. Era en realidad un despacho del tráfico comercial de la Tropical Cable de Guatemala.
“Rodolfo Walsh, que por cierto repudiaba en secreto sus antiguos cuentos policiales, se empeñó en descifrar el mensaje con la ayuda de unos manuales de criptografía recreativa que se compró en una librería de lance de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noches insomnes, sin haberlo hecho nunca y sin ningún entrenamiento en la materia, y lo que encontró dentro no sólo fue una noticia sensacional para un periodista militante, sino también una información providencial para el gobierno revolucionario de Cuba. El cable estaba dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala, adscrito al personal de la embajada en ese país, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar en donde empezaban a prepararse los recluías; la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal al norte de Guatemala”.
“Me llaman Rodolfo Walsh -escribe él-. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser Presidente de la República (...). Nací en Choele-Choel, que quiere decir “corazón de palo”. Me ha sido reprochado por varias mujeres. Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba”. La invasión a Cuba, ordenada, firmada por John F. Kennedy y por todos sus departamentos de seguridad, entra en su fase definitiva en abril del 61. Dos mil entran por Playa Girón. Otros tantos los están esperando, informados ya de lo que se avecina. El fracaso norteamericano es estruendoso. Una humillación histórica.