Rodrigo Hernández, de la ingeniería a la actuación, un camino predestinado
El actor colombiano, formado en el Teatro Libre, habló para El Espectador sobre cómo llegó al mundo de la actuación, los momentos más emblemáticos de su carrera y porqué el teatro lo concibe como un acto de sanación.
Laura Valeria López Guzmán
Rodrigo Hernández Jeréz, en compañía de una prima, desde muy pequeño y en reuniones familiares creó espacios donde la danza, las obras de teatro y los recitales de poesía se convirtieron en el evento principal. Luego, unos años más adelante, dentro del aula de clase y gracias a un profesor de historia Hernádez llegó formalmente a las tablas, pues hizo parte del grupo de teatro del colegio. En esos momentos, cuando la adolescencia se utiliza como excusa para experimentar y encontrar la vocación, contaba con el apoyo de sus padres. Al llegar la etapa de la universidad este apoyo quedó al 50%, pues su papá no estuvo de acuerdo con que se formara profesionalmente, por lo que se alejó del camino del arte.
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Rodrigo Hernández Jeréz, en compañía de una prima, desde muy pequeño y en reuniones familiares creó espacios donde la danza, las obras de teatro y los recitales de poesía se convirtieron en el evento principal. Luego, unos años más adelante, dentro del aula de clase y gracias a un profesor de historia Hernádez llegó formalmente a las tablas, pues hizo parte del grupo de teatro del colegio. En esos momentos, cuando la adolescencia se utiliza como excusa para experimentar y encontrar la vocación, contaba con el apoyo de sus padres. Al llegar la etapa de la universidad este apoyo quedó al 50%, pues su papá no estuvo de acuerdo con que se formara profesionalmente, por lo que se alejó del camino del arte.
“Mi papá me terminó convenciendo de estudiar ingeniería eléctrica, a pesar de que mi mamá me hubiera insistido en que me dedicara a cualquier rama artística. De hecho, alcancé a presentarme a la Universidad Nacional a Bellas Artes y no pasé, así que esto reforzó la llegada a la Escuela de Ingenieros. Aquí me sentía fuera de base, pero lo asumí de la mejor manera para responderle a mi papá. Durante el tiempo que estuve estudiando ingeniería me fue muy bien en deportes y las materias que tenían que ver con creación. Cuando decidí contarle a mi papá que no iba a seguir estudiando su respuesta fue que no volvería a pagarme nada. Ahí comenzó mi vida”, contó Hernández.
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Volver a comenzar significó trabajar entregando en la calle productos de Coca Cola, condones en la plazoleta de la 85, entre otras cosas. Aunque con esto parecía que su carrera de actuación se desdibujaba cada vez más, su necesidad por trabajar en cualquier cosa lo llevó a entrar a un set de grabación, espacio en el que pudo conocer los procesos que hay detrás de los comerciales, el cine y las novelas. En su encuentro con las cámaras revivió el sueño de ser actor, así que regresó a los talleres y seminarios de teatro. En uno de ellos, que se desarrolló en Casa E, estuvo con Jorge Cao, quien se convirtió en un padrino para Rodrigo Hernández.
“Cuando estuve en el seminario de Casa E, Jorge Cao, que se acercó mucho a los estudiantes, me dijo que estaba perdiendo el tiempo haciendo otras cosas y que si me quería dedicar a la actuación tenía que ponerme a estudiar. Me recomendó formarme en el Teatro Libre. Él fue mi primer maestro y fue el que me enfocó en el teatro. Para mí, esto fue un giro total, pues cuando finalizó el curso tocaba invitar a los padres y mi papá estuvo ahí. Cao comenzó diciéndoles que si sus hijos querían estudiar algún arte tenían que apoyarlo, porque los que estábamos ahí queríamos estudiar, queríamos ser artistas. Desde el otro lado podía ver cómo a mi papá se le aguaban los ojos y poco a poco dejaba caer algunas lágrimas sobre sus mejillas. Con este suceso mi papá cedió y, sumado al apoyo de mi madre, decidió volver a pagarme los estudios. Así entré a estudiar actuación en el Teatro Libre y en la Universidad Central, por convenio del teatro”, añadió.
Al terminar la carrera y viajar con su alma máter por Colombia presentando dos obras se reencontró con Cao, quien esta vez le propuso trabajar con él en la producción y actuación de la obra Yepeto, presentación en la que debutó como artista. Posteriormente, trabajó en el Laboratorio de Victoria Hernández, un espacio de experimentación para actores, en el que de la mano de su directora produjeron “El amor es un francotirador”. Al terminar las tres temporadas de esta obra se encontró con Juan Carlos Agudelo, un compañero de carrera. Los dos, entre conversaciones informales y cotidianas, se preguntaron en qué podrían invertir su futuro próximo, qué obra podrían crear. Entre dudas e interrogantes llegaron a la creación de Grises, una historia basada en la obra Actos sin palabras II del dramaturgo irlandés Samuel Beckett.
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Con el paso del tiempo, Hernández empezó a andar otros caminos en los que la televisión fue su brújula. En este formato actuó en Tu voz estéreo, Sala de urgencias y El Bronx, novelas que lo formaron para llegar a ser parte de la película Los fierros, una producción de Dynamo, dirigida por Pablo González. Hace dos años, en el 2020, la misma productora sacó, en Netflix, la microserie “El robo del siglo’', una obra basada en el asalto que se llevó a cabo en 1994 al Banco de la República, sede Valledupar. Para esta historia se tuvo en cuenta el libro de Así robé el banco de Alfredo Serrano Zabala, en el que el autor plasmó y representó la entrevista que tuvo con alias Fabio, uno de los actores intelectuales del crimen.
La gran mayoría de personajes que ha encarnado Rodrigo Hernández han sido personas marginadas, de la calle, del bajo mundo. Según él, en ellos ha dejado un poco de su personalidad y ha podido entenderlos también gracias a su cercanía con este tipo de ambientes, pues ha trabajado en cárceles a las que ha llevado su arte. “Estuve trabajando en la cárcel de El buen pastor dando clases de teatro. Tuve a cargo doce reclusas. Cada mujer era un personaje y tenía una patología. Cada una, al estar ahí por razones totalmente diferentes a las demás, provocó que creara un universo nuevo con el que pude jugar constantemente en mi vida”.
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Para Hernández, ser un personaje antagónico es un acto de sanación. “Yo no sé si se han quedado en mí o yo se los he dejado a ellos. Es posible que haya exorcizado cosas mías con cada personaje que hago. Por ejemplo, al interpretar un personaje antagónico uno suelta una parte de la maldad o el rencor que se lleva adentro. Uno se libera de una cantidad de cosas. Al actuar se crea una especie de espejo donde la tragedia del personaje se vuelve la de uno”, agregó.
La actuación también le ha permitido experimentar otros terrenos, así como hacer parte de producciones extranjeras, en las que ha podido encontrar un motor para seguir trabajando por el sector en Colombia, pues en estas se cuenta con presupuestos que permiten cuidar la industria, cuidar al actor, y esto es una de las metas que tiene Rodrigo Hérnandez para su país.
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