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Bajo los escombros, cuerpos calcinados y remanentes de la tragedia de la ciudad italiana de Pompeya se ocultaban villas romanas cuyos muros mostraban diferentes escenas, desde mitológicas hasta de la vida cotidiana. Además de las figuras retratadas, había un color que reinaba sobre los otros. Era un rojo vibrante, con un tinte de marrón que sobrevivió no solo a la explosión del volcán Vesubio el 24 de agosto del año 79 d. C., sino también al paso del tiempo, pues la ciudad que pereció bajo la lava fue redescubierta en 1748 por Roque Joaquín de Alcubierre.
El color característico de las villas de Pompeya se originaba del mineral cinabrio, también conocido como sulfuro de mercurio, y era el preferido en el Imperio romano no solo para su diseño de interiores, sino también para pintar a sus gladiadores. Utilizar este tono de rojo era un lujo, pues el cinabrio debía ser importado desde las minas en Almadén, en España, que, al día de hoy, dos milenios más tarde, continúa siendo la mina de mercurio más productiva del mundo. El cinabrio y los colores que producía se convirtieron en un pigmento altamente valorado entre los romanos y griegos. “Los romanos amaban el cinabrio crudo. Pintaron a sus héroes gladiadores con eso; mujeres ricas sacrificaron su salud por belleza usando un lápiz labial hecho de ella, y se usó para pintar las estatuas de los dioses y los emperadores en días festivos”, escribió Victoria Finlay, autora del libro Color: la historia natural de la paleta. Con el resurgimiento de las ruinas romanas, el rojo Pompeya arrasó en Europa, convirtiéndose en el color de preferencia de las élites europeas para decorar sus comedores y habitaciones.
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“Aunque se compone de un simple pigmento de cinabrio, el rojo pompeyano es realmente único. Sin duda, destaca cuando se compara con las capas normales de pintura de cinabrio”, afirma Daniela Daniele, del Staatliche Museen en Berlín, citada en un artículo de 2004. Daniele estudió por qué se generaron diferentes colores utilizando el mismo pigmento y llegó a la conclusión de que “en el caso del rojo pompeyano, el cinabrio natural se procesó con especial cuidado, que incluye lo que Daniele denomina “purificación, molienda y control dimensional”. “Cuanto más finos son los granos, más brillante y cubriente es el color”, afirma Daniele”, según escribió Rossella Lorenzi para Discovery News.
Los seis metros de ceniza volcánica que enterraron a Pompeya y la hicieron desaparecer no borraron del todo el proceso artesanal con el cual crearon los murales. “Básicamente, los antiguos romanos se limitaban a añadir algunos granos más grandes al polvo de cinabrio finamente procesado, compuesto por granos de unas dos a tres micras. El resultado era una superficie brillante que no perdía su tono rojo saturado”, escribió Lorenzi. Esto demuestra que además de lo que costaba traer la materia prima desde la península ibérica, se le debía añadir el costo de producción, ya que debía ser una pintura lo suficientemente líquida para poder aplicarla sobre los muros, asegura Bernardo Marchese, de la Universidad de Nápoles.
Esto se conoce como la técnica del fresco, “pintados con pigmentos de alta tolerancia alcalina mezclados en agua sobre yeso húmedo. A partir de ahí, los detalles y los toques finales se añadían a secco, sobre yeso seco. Para ello se utilizaban aglutinantes como cal saponificada, colas de origen animal o vegetal, con pigmentos de baja tolerancia alcalina”, según escribió Tuuli Kasso del Instituto para la Arqueología Europea y Mediterránea.
Por cierto, Pompeya no era la única ciudad donde se utilizó este color. En las ruinas Herculano, ciudad que también sucumbió ante la explosión del Vesubio, se encontró el mismo rojo que cubría los muros de varias villas del pueblo vecino.
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A pesar de que la antigua Roma popularizó el uso de este color derivado del cinabrio, el primer lugar donde apareció no fue Italia, sino Turquía; mas exactamente en Sinope, ciudad que los romanos llamaron “Sinopsis”, para referirse al color que hoy conocemos como rojo Pompeya. Escritores de la antigüedad como Vitrubio y Plinio documentaron que los romanos conocían la corta durabilidad de este pigmento en sus muros que, cuando se exponía a la luz solar podía incluso desvanecerse a negro, según explica Kasso en su texto. “Las pinturas murales que contenían cinabrio se trataban con cera púnica, fabricada blanqueando cera de abeja al sol. Esto ayudaba a conservar el color; la pintura seca se pincelaba con cera púnica caliente y luego se alisaba con una herramienta caliente. El acabado final se hacía puliendo la superficie con paños de lino”.
Debido a que la producción del pigmento y su uso para los muros tenía un alto costo, otros miembros de la comunidad optaron por pintar sus paredes de un color amarillo ocre, que era más económico y menos peligroso para la salud. Dado que el rojo era un color popular para la decoración de interiores, encontraron una forma de crear este tono con el mismo material con el que pintaban de amarillo, “el ocre, un pigmento terroso derivado de la arcilla, se utilizaba para fabricar pigmentos amarillos y rojos (el ocre amarillo se vuelve rojo al mezclarlo y calentarlo con hematita, un óxido de hierro). Los rojos también podían obtenerse de fuentes más opulentas, y el escritor naturalista Plinio el Viejo relata que el cinabrio (sulfuro de mercurio), una costosa alternativa al ocre rojo, era tan deseable que se estableció por ley un precio máximo. De hecho, el cinabrio costaba el doble que el azul egipcio, y este —fabricado con mineral de cobre importado de Chipre calentado con cal y un álcali— era cuatro veces más caro que el ocre amarillo”, según el Instituto para el Estudio del Mundo Antiguo de la Universidad de Nueva York.
Una evidencia de esto se encuentra en la Villa de los Misterios, ubicada 800 metros al noreste de Pompeya, la cual fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997. La casa suburbana, cuyo dueño aún se desconoce, aunque hay teorías que apuntan a Livia, esposa del emperador Augusto en el siglo II a. C., es famosa por el buen estado de preservación de una serie de frescos que retratan variadas escenas. De acuerdo con diferentes teorías, los muros de fondo rojo podrían representar la introducción de una mujer joven a los ritos del dios Dionisio o la preparación de una novia para su matrimonio.
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A pesar de que hoy en día vemos estos remanentes del color que llamamos rojo Pompeya, según un estudio publicado en 2011 por el Instituto Nacional de Óptica de Italia, algunas de las paredes de la ciudad eran originalmente amarillas y no rojas. Sergio Ormani, el investigador que presentó el estudio, afirmó que “en la actualidad, hay 246 muros percibidos como rojos y 57 como amarillos. Pero según la nueva investigación, las cifras debían ser, respectivamente, 165 y 138. El descubrimiento nos permite replantearnos el aspecto original de la ciudad de una forma radicalmente distinta a la que estamos acostumbrados, en la que el rojo, de hecho, el rojo pompeyano, ha sido predominante”.
Esto, de acuerdo con los investigadores, muestra que los gases emanados por el monte Vesubio durante la erupción, sumados al calor, pudieron afectar los colores que cubrían la ciudad. El estudio muestra que el amarillo ocre reaccionó a los gases cambiando de color a rojo y por esta razón hoy vemos a Pompeya pintada de este tono. “Gracias a las investigaciones, hemos comprobado que el color simbólico de los yacimientos arqueológicos de Campania es el resultado de la acción de la fuga de gas a alta temperatura que precedió a la erupción del Vesubio en el año 79 d. C.”, concluyó Ormani.
Un color con viente mil años de historia
El rojo es “el color arquetípico, el primer color que los humanos dominaron, fabricaron, reprodujeron y descompusieron en diferentes tonalidades”, según escribió Michel Pastoreau en su libro Rojo: la historia de un color.
Este color ha sido asociado al amor y la pasión, aunque históricamente también se le conoce como el color de Ares, el dios griego de la guerra, por ende, el color de la ira, como el personaje de la película de Disney, Intensamente.
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Según la escritora Kassia St. Clair, este color, “junto con el negro es uno de los que los antiguos chinos asociaban con la muerte y esta combinación de colores aparecía en tumbas. Luego formó parte del sistema de los cinco elementos, asociado con el fuego, el verano y el planeta Marte. Ahora, además de asociarlo con el partido comunista, los chinos ven el rojo como un color de alegría y buena suerte”.