Rollo May, el existencialista del mito y el sentido (I)
El psicoterapeuta consideraba que la ansiedad normal, en contraposición a la neurótica, era esencial en la vida de las personas, ya que ayuda a movilizarlas y reafirmarlas.
Danelys Vega Cardozo
Era 1989, un año que pasaría a ser histórico, aquel en donde un muro caería y permitiría la unión de familias alemanas que estuvieron separadas por más de veintiocho años. Diez meses antes, en tierras norteamericanas llegaba al poder George H. W. Bush. Cinco meses después del ascenso del reemplazo de Reagan, una banda llamada Nirvana haría su debut musical con el lanzamiento de Bleach, su primer álbum. Mientras tanto, tres autores publicarían su artículo “Rollo May: un hombre con significado y mito”. Fredic E. Rabinowitz, Gleen Good y Liza Cozad fueron hasta la casa de un psicólogo de 78 años que se había interesado —como ya había ocurrido en Europa—, por la psicoterapia con orientación existencial: Rollo May. De aquel encuentro se desprendieron una serie de reflexiones que quedaron plasmadas en un papel, pero también una pequeña biografía que permitía tener un acercamiento con el existencialista.
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Era 1989, un año que pasaría a ser histórico, aquel en donde un muro caería y permitiría la unión de familias alemanas que estuvieron separadas por más de veintiocho años. Diez meses antes, en tierras norteamericanas llegaba al poder George H. W. Bush. Cinco meses después del ascenso del reemplazo de Reagan, una banda llamada Nirvana haría su debut musical con el lanzamiento de Bleach, su primer álbum. Mientras tanto, tres autores publicarían su artículo “Rollo May: un hombre con significado y mito”. Fredic E. Rabinowitz, Gleen Good y Liza Cozad fueron hasta la casa de un psicólogo de 78 años que se había interesado —como ya había ocurrido en Europa—, por la psicoterapia con orientación existencial: Rollo May. De aquel encuentro se desprendieron una serie de reflexiones que quedaron plasmadas en un papel, pero también una pequeña biografía que permitía tener un acercamiento con el existencialista.
Cuando Rabinowitz, Good y Cozad visitaron el hogar de May en California, se encontraron con una estantería que no solo incluía libros de psicología, sino también de religión y filosofía. Y es que a aquel hombre le había llamado la atención desde joven todo lo relacionado con arte y literatura griega, hasta el punto de que estudió artes liberales en el Oberlin College de Ohio (Estados Unidos). “Nuestra época se deteriora cada vez más. La mayoría de los estudiantes de las universidades estatales solían estudiar artes liberales. Ahora estudian negocios. El único objetivo que tienen en la vida es ganar dinero. Como objetivo en la vida, creo que ganar mucho dinero es un completo fracaso”, le dijo May a Rabinowitz en aquel encuentro.
Entonces, después de graduarse, se fue a vivir a Grecia por tres años. Ahí tuvo un mayor acercamiento a la “antigua civilización griega”. Pasaba sus días enseñando a niños entre los 12 y 18 años, tarea que combinaba con las horas que dedicaba a la pintura y al dibujo de paisajes europeos. Llegaron los años treinta y un folleto cambió su vida. Aquel papel, que vio en un tablón de anuncios, informaba sobre la realización de un seminario de “psicología individual”, ese que tendría lugar en Viena y sería dirigido por Alfred Adler. “A menudo me he preguntado qué habría pasado si no hubiera visto ese pequeño folleto”. Se volvió muy cercano a Adler, con quien se reunía en algunas ocasiones. “Aprendí mucho sobre los seres humanos y sobre mí mismo durante ese tiempo”. Después de ese seminario, se despertó en él un interés por estudiar psicología, así que, cuando regresó a Estados Unidos en 1933, se inscribió en un doctorado en psicología clínica en el Teachers College de la Universidad de Columbia.
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Pero antes de estudiar en aquel lugar, primero se matriculó en el Union Theological Seminary, en donde conoció a la persona que decía influyó más en su vida: Paul Tillich, un filósofo y teólogo que había llegado a Estados Unidos como refugiado tras ser desterrado por los nazis. A Rollo May le llamó la atención un cartel que anunciaba un par de conferencias que se realizarían sobre “la relación del psicoanálisis con la religión, la relación del marxismo con la cultura moderna y el significado del arte moderno”. Aquellas charlas serían dictadas por Tillich, así que decidió asistir a ellas. Allí, se encontró con estudiantes que se burlaban del filósofo por su pronunciación en inglés, entonces decidió escribirle una nota para que supiera que aquellas conferencias eran bastante significativas para él, y que no debía tomarse en serio las risas que recibía. “Me buscó y desde entonces nos hicimos amigos. Aunque era 20 años mayor que yo, resultó ser mi mejor amigo durante mis 30 años en Nueva York. Hablábamos mucho, y nada le gustaba más que ir con su mujer y la mía a su casa de verano en East Hampton y discutir cuestiones. Recuerdo que una noche discutimos sobre símbolos toda la noche. Aprendí más de Tillich que de todos los demás profesores que he tenido”.
Se casó dos veces, las mismas que se separó. Cuando recibió la visita de aquellos tres autores, estaba saliendo con una mujer con quien pensó que tal vez podría casarse en un futuro. “Siempre he tenido buenos amigos y amantes, pero me asusta el matrimonio”. Su primera unión duró veinte años, perduró tanto tiempo porque estaba esperando que sus hijos ingresaran a la universidad para disolver el matrimonio. “Me identifiqué con Camus, que había escrito sobre la soledad y la asunción de la responsabilidad por uno mismo. En los años sesenta, cuando supe que me iba a divorciar, reflexioné mucho sobre el significado del amor y la voluntad, y de ahí surgió el libro Amor y voluntad”.
En cuanto a la religión, decía que no creía en un Dios “que camina entre las nubes” o “que se pueda describir”. “Creo que Dios es la base del sentido y del ser”. Valoraba las religiones orientales, pero tenía sus reparos con respecto a la conversión en budistas zen. “Yo y varios amigos míos tuvimos una charla con el Dahli Lama. Cuando le pregunté: “¿Cree que habrá una fusión entre el cristianismo y el budismo zen?”, dijo: “No, aprenderán el uno del otro”. Esa es una muy buena respuesta. Ahora lo que tenemos que aprender en el cristianismo es lo que los místicos cristianos creen, que es que debemos preocuparnos por la serenidad, por amar a la gente y por servir”.
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Aquellas preocupaciones parecían casi una utopía en medio de una sociedad que él mismo opinaba era cada vez más individualista. “Nuestro individualismo, al contrario de lo que decía Perls (1969), nos destruirá. Nos preocupamos por el yo y por cómo se desenvuelve el yo. Dejamos de lado la sociedad, la cultura. No nos preguntamos: “¿Cómo está nuestra familia? ¿Cómo está nuestra ciudad? ¿Cómo está nuestro mundo?” Esto no lo preguntamos”. Una sociedad que también estaba repleta de personas sin nada en qué creer, aquella en donde el mito se había perdido, lo que hacía que la gente volcara la mirada hacia diferentes cultos o incluso la astrología. “Todos tenemos un gran deseo de creer en algo que no provenga de nuestro propio pensamiento, y por eso la gente se entrega al Señor o a algo por el estilo. La iglesia ha ido perdiendo adeptos como forma inteligente de mito. El amor es cada vez menos poderoso”.
Menos poderosa también era para él quizás la psicoterapia, pues creía que estaba atravesando por una crisis, ya que los psicoterapeutas centraban toda su atención en los problemas que tenía cada cliente y no en aquellos relacionados con el “ser”. “La proliferación de terapeutas no es útil a menos que descubramos que lo que nos preocupa es el sentido de la vida de una persona, no si tiene o no un trabajo”. Por eso, recomendaba que los psicoterapeutas antes de ejercer hicieran su propia introspección, así como un acercamiento a los antiguos griegos, porque decía que podría aportarles más sobre psicología que “una clase de estadística”. “El verdadero problema es cómo existes en un mundo que es antagónico, que te odia. ¿Cómo eres capaz de vivir en un mundo donde todos estamos solos, donde todos morimos? Eso es muy interesante. Los terapeutas y consejeros no hablan mucho de eso”.
No le daba miedo envejecer, de hecho, lo disfrutaba. Decía que durante esa etapa de la vida tenía más labores que realizar, entonces se dedicaba a escuchar música y pintar, entre otras cosas. Asimismo, creía que con la vejez llegaba la sabiduría. “No me gustaría volver a pasar por esta vida. Quiero decir, una vez es suficiente. No sé si haría algo diferente, pero sería demasiado aburrido”.
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Han pasado casi 28 años desde que falleció Rollo May, pero la sociedad quizás sigue siendo esa misma que describió en el siglo XX. “El verdadero pecado de nuestra sociedad es no hacer lo correcto. Los políticos dicen: “No he hecho nada ilegal” o “No soy culpable”, en lugar de preguntarse ‘¿Qué he hecho bien?’”.