Rollo May, el existencialista del mito y el sentido (II)
El psicoterapeuta consideraba que la ansiedad normal, en contraposición a la neurótica, era esencial en la vida de las personas, ya que ayuda a movilizarlas y reafirmarlas.
Danelys Vega Cardozo
Para Rollo May el mundo actual se encontraba plagado de personas que padecían una gran “crisis de identidad”, aquellas que carecían de significado, que dudaban sobre su rol e importancia en el mundo. “Es más la gente que padece de manera intensa el problema de Willie Loman en La muerte de un viajante: “Nunca supo quién era”, decía May en su libro El dilema del hombre. Creía que eso se debía por la pérdida de los valores, la poca importancia que se le daba a las costumbres tradicionales y la tecnología, que cada día absorbía más al individuo. “Pero así como ha aumentado la cantidad de años que vivimos, ha disminuido la cantidad de tiempo con significado”, escribió, citando a Allen Wheelis.
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Para Rollo May el mundo actual se encontraba plagado de personas que padecían una gran “crisis de identidad”, aquellas que carecían de significado, que dudaban sobre su rol e importancia en el mundo. “Es más la gente que padece de manera intensa el problema de Willie Loman en La muerte de un viajante: “Nunca supo quién era”, decía May en su libro El dilema del hombre. Creía que eso se debía por la pérdida de los valores, la poca importancia que se le daba a las costumbres tradicionales y la tecnología, que cada día absorbía más al individuo. “Pero así como ha aumentado la cantidad de años que vivimos, ha disminuido la cantidad de tiempo con significado”, escribió, citando a Allen Wheelis.
El problema real de que la gente perdiera su significado como individuo es que de fondo existía una pérdida del sentido de vida, lo que dificultaba que otros le ayudaran a encontrar el camino hacia el redescubrimiento sobre su relevancia en el mundo. “En nuestra etapa actual de pérdida del sentido de significación, la sensación tiende a ser: “Aún cuando supiese quién soy, de todas maneras no importaría como individuo”. Entonces, veía que las personas necesitaban de la validación de otros para sentir que importaban, por lo que le rehuían el anonimato, aquel que evitaba que fueran vistos como los protagonistas de los acontecimientos. “En realidad, uno de los valores evidentes de ser rebelde, como Camus y un sinnúmero de personalidades lo han señalado a lo largo de la historia de la humanidad, y cómo trataré de demostrarlo más adelante, consiste en que mediante el acto de rebelión obligo a las autoridades impersonales o al sistema demasiado sistemático a mirarme, a reconocerme, a admitir que existo, a tomar en cuenta mi poder”.
El individuo también se encuentra inmerso en una sociedad que cada vez le exige más, pero que no le da herramientas para responder a esas demandas, un entorno en donde no encuentra “roles viables” que asumir, que lo conducen a adoptar modelos tecnológicos. Quizá en aquella época se refería a los medios de comunicación, que hoy podríamos extenderlo hasta las redes sociales y los Influencers. “Carente de mitos positivos que lo guíen, más de un sensible hombre contemporáneo encuentra sólo el modelo de la máquina que lo convoca desde todas partes para convertirlo a su imagen y semejanza”.
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Y entonces, May acudió, a modo de ejemplo, al pánico que se vivió en Estados Unidos en 1961 por cuenta de una posible guerra termonuclear, para explicar cómo la pérdida del significado del individuo termina arrojándolo a un círculo vicioso producto del pánico que padece bajo este escenario. “La ansiedad lleva a la apatía, esta a un odio creciente que desemboca en un mayor aislamiento de la persona respecto a su prójimo, un aislamiento que, por último, aumenta el sentimiento de significancia y desamparo del individuo”. Y es que, ante aquella situación, el hombre niega su libertad, porque cree que no tiene capacidad de decisión y carece de responsabilidad, pues piensa que nada de lo que haga será tenido en cuenta. Su futuro básicamente depende de las decisiones que tomen unas cuantas personas, unos cuantos dirigentes políticos. Lo único que le queda al individuo es un constante estado de alerta; listo para huir o esconderse.
Pero la guerra también tiene otra consecuencia que nos aleja del bien común: la pérdida del tejido social. Ante una situación de pánico, el ser humano queda sumido en un escenario en donde todo es moralmente aceptable, incluso atentar contra el prójimo para salvaguardar su vida. “Todos nosotros, sea que estemos a favor o en contra de la guerra, estamos atrapados en una situación histórica de cataclismo en la cual no hay una clara delimitación de lo correcto y lo incorrecto, en la que la confusión psicológica es por lo tanto inevitable y -quizás el hecho más aterrorizador de todos- ninguna persona ni ningún grupo de personas está en condiciones de ejercer un poder trascendente”.
Al pasar a ser el poder algo impersonal, las decisiones de los seres humanos quedan a merced de la tecnología, de los cálculos que pueda ofrecer; elegimos sin tener que elegir. “Corno lo señalará más adelante, es tan absurdo “culpar” a la tecnología -y tan necio desde el punto de vista científico- como lo es culpar moralmente a algunos gobernantes “malvados” de otras naciones: un tipo de moralina, que nos lleva a la ilusión, tan común en psicoterapia, de que si tan solo algunos de los demás cambiasen, nos evitaríamos grandes problemas”.
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Y es que Rollo May decía que el problema no era la tecnología, sino el uso que hacíamos de ella como un mecanismo de alivio de nuestros miedos y emociones. “Cuando el hombre usa la tecnología como un modo lo único que logra es sentirse a la larga más ansioso, más aislado y alienado, porque progresivamente lo va despojando de su conciencia y de su propia vivencia como una persona centrada, plena de significado”.
Al entrar el individuo en un terreno donde su conciencia se ha disminuido, no solo pierde su sentido de significación, sino el reconocimiento de la época histórica que vive, de su poder de transformación en ella, de la relevancia y responsabilidad de cada una de sus acciones; pierde la consciencia de que es parte de una sociedad.
May también se refirió al “fanático de la organización”, a ese individuo que renuncia a su autenticidad e incluso a su significación a cambio de la validación de su empresa, de los aplausos o elogios de los demás. “Hasta este punto se dice que uno tiene significación, pero es una significación comprada precisamente al precio de renunciar a ella”.
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