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“Para morirse solo hay que estar vivos”, dicen muchos. A Ángela, la niña errante de la película que dirigió Rubén Mendoza, la muerte se le presentó llevándose a su padre para enseñarle que no hay justicia. Que por más joven que fuera se iba a quedar sola y tendría que asumir sus cambios y sus dolores desde la ausencia. Que la rabia y el ardor que deja la idea de no volver a ver, de extrañar, de querer abrazar, para ella serían inevitables. Para ella y para todos los que habitamos esta tierra y nos lanzamos hacia el éxtasis de un amor que después se convierte en puro sufrimiento. A Ángela la muerte no la dejó despedirse, la convirtió en una huérfana sin techo y la sometió a la resignación de reconocerse vulnerable e incapaz de suplir sus necesidades por sí misma. A Ángela no le dieron otra opción que la del viento, la de dejarse llevar por las decisiones de los adultos, que en la mayoría de los casos no son maduras, sensatas, ni mucho menos solidarias. Quedó a merced de las voluntades ajenas.
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El encuentro de las hermanas de esta película está atravesado por la ausencia. El papá las presentó desde su ataúd, tal vez gozando de la comodidad de ya no tener que dar ninguna explicación ni hacerse cargo de ninguna consecuencia. Mendoza, que ya ha tenido que enfrentarse con todas las posibles formas de muerte en su familia: elegidas, accidentales, inesperadas, enfermedades cortas y largas; decidió generar el encuentro de estas cuatro mujeres en medio de un velorio porque cree que desde la muerte también hay dulzura. “Esta circunstancia aumenta la tolerancia, pone a las personas a vibrar de manera parecida y los temas más espinosos los suaviza. En el caso de la película es una muerte accidental, pero, como dice William Ospina, ‘cualquier accidente lo configura una voluntad’, y a mí me pareció que partir de ahí podía representar muy bien las personalidades e historias de cada una de ellas. Cada una tiene una escala distinta para sentir ese temblor”.
Mendoza las relató por medio de las carreteras que las llevarían hasta el único refugio que Ángela tenía disponible. Sus rasgos los puso del lado de las montañas y las pintó como territorios complejos de fronteras heredadas. Durante ese viaje se conocieron, se desconocieron, se hirieron, se confesaron, se pusieron cercas, muros y cadenas, para luego abrirlos y dejarlos despejados para el encuentro.
De las cuatro actrices, Carolina Ramírez, Sofía Paz, Camila Mejía y Lina Sánchez, “tres estaban rotas con su padre”. Así que sus guiones fueron otra forma de contar que tenían una herida a la que todavía “echarle crema era difícil”, como dice Mendoza.
Además de la historia particular que cada una tuvo con su padre y de la forma en la que estaban atravesando el duelo, Niña errante, la película que inauguró el Festival Internacional de Cine de Cartagena, se acerca a la curiosidad de Ángela por las formas, pieles, curvas y olores de sus hermanas. La niña tendrá que comenzar a convivir con los cambios de su cuerpo, que, según lo que le han contado, terminará por parecerse a los de sus hermanas, así que las observa, las toca y les pregunta si para allá va su carne, que ahora se ve tan lisa, tan plana, tan joven.
Ángela se conversa. A veces se recrimina y otras tantas se consuela. Ángela sabe que va a cambiar, pero no entiende muy bien cómo. Su cuerpo no es su centro, pero sí su casa, y ahí va a tener que vivir su nueva etapa como la hija de nadie. Tiene los espejos de sus hermanas. Esos son sus referentes.
Rubén Mendoza y Sofía Paz, protagonista del filme, contaron en un diálogo con El Espectador que durante el rodaje hubo una especie de guardia femenina que protegió a las cuatro actrices, sobre todo en las escenas más complejas. “¿Quién puede estar aquí? ¿Qué personas quieren en la escena?”, les preguntaba Mendoza. Ellas decidían y así se grababa. También se abrió el guion para su reescritura. Cada una aportó y cuestionó la forma en la que se contaba su personaje. De las mujeres con las que se entrevistó el director, sus referentes familiares y las voces femeninas de la producción de este filme, se construyó un relato que cuenta una forma de atravesar la frontera entre la adolescencia y la madurez. Una de las miles que existen. “Acepto que me acerco como aprendiz a cualquier tema que tenga que ver con la experiencia de ser mujer, pero también tengo en cuenta que soy un ser con una parte femenina como cualquiera. Una parte femenina que me importa y que quiero desarrollar”, dijo Mendoza.
Para Paz, la niña errante de la historia, el tema que protagoniza esta película es la relación que se teje entre esas hermanas. La curiosidad de su personaje por el cuerpo de las otras lo atribuye a la expectativa de cualquier niña por crecer.
¿Se sintió expuesta?
“Me sentí cómoda y protegida. Por ejemplo, la escena de la tina no la quería hacer, lo expresé y me dijeron que bueno, que no se hacía si no quería. Después leí de nuevo el guion y me pregunté: ‘¿por qué no? Si es una escena bella y no tiene ninguna mala intención. Es una niña explorando una mujer en embarazo’. Así que me decidí”.
Paz dice que las reacciones negativas de la película son entendibles, pero que la “bajoneó” que se haya descalificado un trabajo con el que ella quería representar una de las tantas voces femeninas, refiriéndose a críticas en las que se dijo que con la película se irrespetó a las mujeres. “A mí ese feminismo radical no me representa, me choca. Yo siento que ahora hay una competencia entre las mujeres a ver quién es más feminista que la otra. A mí me identifica el feminismo que me empodera para tener el derecho de ser dueña de mi cuerpo, de mi historia y de mi voz. En esta película estoy yo y están mis hermanas. Todas somos mujeres”.
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Mendoza, que habla dejando en cada palabra rastros de una sensibilidad latente e intensa, se siente tranquilo. Tuvo claras sus intenciones desde la gestación hasta los resultados del filme. “Siempre intenté resguardarlas”, dice, agregando que los temas que escoge para trabajar son los que considera que le enseñarán algo. Siente que filmar a cuatro mujeres, que son hermanas y están acurrucadas buscando refugio, tenía unas intenciones muy claras que para él son totalmente opuestas a las de violentarlas. “Yo no puedo ver la creación en términos morales. Otra cosa es explotarla distinto y no puedo entender cómo alguien no ve la diferencia entre el uso ordinario de la figura femenina en productos como el reguetón y lo que nosotros hicimos”.