Rudolf Nureyev, un matrimonio devoto con la danza (I)
El documental, Nureyev, retrata la vida de uno de los bailarines de ballet más reconocidos de la historia. Rudolf Nureyev dejó su huella en el mundo del ballet y la danza con su pasión y devoción al arte. Su nombre es asociado con la palabra “intensidad” y los escenarios que pisó quedaron marcados por la historia y la presencia del ruso que renunció a su patria.
Andrea Jaramillo Caro
“Un genio de la danza”, “una pantera”, “su mayor característica es la intensidad”, son algunas de las descripciones que le dieron a Rudolf Nureyev. El ruso de semblante impasivo dejó su huella en la historia entre grand jetés y piruetas, su interpretación de diferentes personajes del mundo del ballet marcaron a las compañías y otros bailarines que trabajaron con él.
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“Un genio de la danza”, “una pantera”, “su mayor característica es la intensidad”, son algunas de las descripciones que le dieron a Rudolf Nureyev. El ruso de semblante impasivo dejó su huella en la historia entre grand jetés y piruetas, su interpretación de diferentes personajes del mundo del ballet marcaron a las compañías y otros bailarines que trabajaron con él.
“Con Nureyev sentí el mismo nivel de intensidad, de abandono, que tiene un gran artista en el apogeo de sus poderes. Nureyev era una pantera humana. Tenía es increíble grandeza animal y poder, pero al mismo tiempo era un ser humano”, decía el violinista Yehudi Menuhin. “Era un fenómeno y el lo sabía. Había ocasiones en que él lo sabía demasiado bien. Tristemente estaba destinado, me imagino, a consumirse y vivir al máximo”.
El documental de 2018 muestra entre las voces de aquellos que lo conocieron, que vieron su desarrollo, sus propias memorias y material audiovisual nunca antes visto, al hombre detrás de las zapatillas y los leotardos. Nacido en la Unión Soviética en 1938, en el distrito de Ufa, Nureyev inmediatamente se enfrentó a diferentes obstáculos, principalmente su situación familiar con su padre en la guerra y la forma de vida en el campo.
“Nací en un tren, en el ferrocarril trans-siberiano. Mi padre estaba en Manchuria, prestando servicio militar, y llamo a mi madre para reunirnos con él. El viaje era largo, de 12 días, me sacaron del útero cerca al Lago Baikal”, contó el bailarín en una de las entrevistas presentadas en el documental. En sus memorias narradas cuenta que habían vendido todas sus posesiones para adquirir comida y la forma en que fue tratado al llegar a su primer día de escuela.
Llegar a la danza no fue fácil. Su madre fue una de las primeras personas que lo animó a bailar y comenzó por unirse a diferentes grupos folclóricos que lo indujeron al baile, a pesar de que su padre se opuso a sus deseos. Sin embargo, en sus memorias contó que a los 11 años conoció a Anna Udelsova quien “fue casi una maestra real de ballet aunque no estuviera instruida para ello, me acerqué increíblemente a esa mujer de 70 años”. Aunque este arte fue considerado algo de las élites derrocadas por la revolución, unos cuantos vieron el valor y papel que podía jugar en este nuevo orden, desde la preservación de la tradición cultural rusa hasta un vehículo de propaganda soviética. Pero, de acuerdo con el documental de los hermanos David y Jacqui Morris, lo cultural y político colisionaron en la figura de Rudolf Nureyev.
Cuando las autoridades soviéticas comenzaron a darse cuenta del poder que tenía el arte y la cultura para difundir su mensaje, los administradores de las provincias se mostraron determinados a que su comunidad fuera observada por los altos mandos. Durante este proceso Nureyev se había unido al Grupo de Pioneros donde tomaba clases de baile, “cuando llegaba de las lecciones mi padre me golpeaba, no quería a un hijo afeminado en la casa”. Pero su padre no se saldría con la suya, pues los oficiales del distrito notaron el talento del joven bailarín y ofrecieron llevarlo a estudiar Leningrado. Pero su batalla para alcanzar su sueño en el escenario no terminó aquí. Se educó bajo la tutoría de uno de los grandes nombres del momento, Alexander Pushkin y su carrera despegó cuando se convirtió en solista principal del ballet de Kirov, actualmente conocido como Ballet de Mariinsky. La delicadeza, elegancia y pasión en sus movimientos se unía a su espíritu rebelde, carisma y curiosidad.
Su pasión artística no se limitó a la danza y se extendió a la literatura y el arte con un grupo de amigos en Leningrado, asistía de forma no oficial con Tamara Zakrzhevskaya a sus cales del literatura y lengua rusa en la universidad, con permiso del decano. “Recuerdo con un poco de tristeza esos momentos con amigos tan perfectos y agradables. Mi científico, su hermana y una adorable estudiante llamada Tamara que nunca se perdió ninguna de mis presentaciones”.
Con la Guerra Fría la cultura se convirtió cada vez más en un arma más sutil, una competencia adicional, que la Unión Soviética utilizó mostrando lo mejor de sus compañías de ballet. Mientras la Unión Soviética buscaba personajes que representaran sus valores, Nureyev ganaba fama y los oficiales del gobierno encontraron a sus “hombres soviéticos” en diferentes áreas del conocimiento. Yuri Gagarin fue el nombre de mostrar para la carrera espacial y Rudolf Nureyev el niño dorado de la competencia cultural.
Según profesores entrevistados para el documental, la deserción en un momento en que Nikita Khrushchev utilizaba la cultura para construir el prestigio de Rusia era un escándalo, pero inevitablemente sucedió en el caso de su bailarín estrella. Donde el mandatario vio una oportunidad para dar a conocer su joya de la corona en términos de cultura, Nureyev vio una ruta de escape. En 1961 se tomó la decisión de que el Ballet de Kirov haría un tour, con París como su primera parada. “Un tour era importante para el teatro y para los que bailábamos con él. Pero París era el centro de la cultura. Era como si una vez fueras reconocido en París, serías reconocido en todo el mundo”, decía una de las compañeras de baile de Nureyev, Alla Osipienko.
El espíritu libre de Nureyev se desenvolvió aún más en la capital francesa, donde se involucró en la vida nocturna del lugar. Al bailarín francés Pierre Lacote le dijo: “me siento tan libre”, a pesar de las limitaciones que ejercían sobre él durante este primer viaje al Occidente. “La KGB estaba molesta porque él llegaba muy tarde al hotel, pero no podían hacerle nada porque lo necesitaban”. Su presentación en París fue un éxito rotundo y se volvió un riesgo para los soviéticos y como consecuencia decidieron llevarlo devuelta.
“Cuando llegamos al aeropuerto me dijeron: tu no tienes un asiento en ese vuelo”, recordaba Nureyev y con poca información respecto a su retorno se vio obligado a tomar la decisión más difícil, abandonar su país o regresar y ser reprimido. Nureyev, en una sala del aeropuerto parisino, se convirtió en un apátrida.