Rudolf Nureyev, un matrimonio devoto con la danza (II)
El documental, Nureyev (2018), retrata la vida de uno de los bailarines de ballet más reconocidos de la historia. Rudolf Nureyev dejó su huella en el mundo del ballet y la danza con su pasión y devoción al arte. Su nombre es asociado con la palabra “intensidad” y los escenarios que pisó quedaron marcados por la historia y la presencia del ruso que renunció a su patria.
Andrea Jaramillo Caro
Una vez el bailarín renunció a su tierra madre se encontró con un horizonte de posibilidades y un público que ya clamaba su nombre. Se había convertido en una amenaza para el objetivo soviético de enaltecer su cultura con un éxito colectivo o grupal, pero Rudolf Nureyev con su talento individual hacía que esa meta se viera más lejana. Antes de embarcar el Ballet de Kirov hacia Londres, al bailarín le anunciaron que el mismo Khruschev quería verlo bailar en el Kremlin. Fue la única información que le dieron, antes de que enfrentara sus dos únicas opciones: quedarse en París o volver a Moscú. Él eligió la primera, convirtiéndose en un desertor.
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Una vez el bailarín renunció a su tierra madre se encontró con un horizonte de posibilidades y un público que ya clamaba su nombre. Se había convertido en una amenaza para el objetivo soviético de enaltecer su cultura con un éxito colectivo o grupal, pero Rudolf Nureyev con su talento individual hacía que esa meta se viera más lejana. Antes de embarcar el Ballet de Kirov hacia Londres, al bailarín le anunciaron que el mismo Khruschev quería verlo bailar en el Kremlin. Fue la única información que le dieron, antes de que enfrentara sus dos únicas opciones: quedarse en París o volver a Moscú. Él eligió la primera, convirtiéndose en un desertor.
“Sentí que la amenaza aumentaba, era como un pájaro dentro de una red que se tensaba cada vez más. Sabía que esto era una crisis, porque un pájaro debe volar”, decía en sus memorias.
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El sabía las consecuencias de quedarse en el occidente, lo más probable era que nunca volviera a reunirse con su familia o siquiera poner un pie en su patria madre. Pero también sabía que de elegir volver a su hogar se enfrentaría a condiciones que afectarían su carrera, pues al haber causado problemas en la capital francesa regresaría a ser castigado por las autoridades. “Decidí en ese momento que no volvería”, su amiga Clara llegó al aeropuerto y alertó a los guardias del bailarín ruso que quería permanecer en Francia. “Todo fue muy borroso. Sentí la necesidad de correr, pero por un momento mis músculos se convirtieron en plomo. En el salto más largo y sobrecogedor de toda mi carrera, aterricé de lleno en los brazos de los dos inspectores. ‘Quiero quedarme’, jadeé, ‘Quiero quedarme’”. Lo dejaron en una sala para que reflexionara y estuviera seguro de su decisión.
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En minutos se convirtió en un enemigo, pero en su mente este era un movimiento de auto-preservación. “Para mí esto fue un regreso a la dignidad, el derecho que más valoro: el de la auto determinación”. Su libertad le costó la posibilidad de volver a ver a su madre, sus hermanas, e incluso cuando regresó a los escenarios se enfrentó a sabotajes por parte de grupos comunistas, “tiraban bombas de gas lacrimógeno y vidrio roto al escenario”.
Sus compañeros de baile recordaban en el documental que su mirada al subirse al escenario era una llena de miedo por lo que pudiera pasar y, sin embargo, su determinación y pasión no lo habrían dejado alejarse de ese escenario. Francia le permitió ampliar a niveles impensables su círculo social, entre las personas que más recuerda en sus memorias es el fotógrafo estadounidense Richard Avedon, con quien formó una conexión a través de la cámara.
Pero si hubo alguien que realmente marcó su vida en ese momento fue el bailarín danés Erik Bruhn. Nureyev ya lo conocía, sabía quien era, pues su profesor Alexander Pushkin había puesto a Bruhn como el ejemplo a seguir. “Para mí, él es un actor, bailarín y creador tremendo”, dijo el ruso en una entrevista. Se conocieron en Copenhague y, según el escritor John Gruen, “fue como magia, los dos se enamoraron”. Los dos bailarines despertaban inspiración en el otro, en una grabación del danés se le oye decir que de no haber sido por Nureyev, habría renunciado.
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Mientras que Nureyev adornaba los escenarios del mundo, sus amistades y familiares en Rusia pagaban los platos rotos. Unos con bloqueos para salir del país y otros con problemas en la universidad o con sus trabajos y el bailarín no tenía forma de saber. Incluso fue sentenciado a siete años de prisión en una audiencia que brilló por su ausencia y oficialmente se había convertido en un traidor de la madre patria. Pasó de ser la joya de la corona a la piedra en el zapato.
A pesar de la situación en Rusia, Nureyev siguió creciendo y nada lo impulsó más que su relación con la bailarina inglesa Margot Fonteyn. Adorada por el público en su país y junto a Nureyev se convirtieron en un dúo imparable. Sin embargo, a pesar de ser considerada perfecta su imagen ya se había visto afectada por un escándalo por el cual fue encarcelada por dos días en Panamá y le costó la frialdad del Royal Ballet. Pero su asociación con Nureyev la devolvió a la cima, como si lo que el ruso tocara se convirtiera en oro.
Los bailarines se conocieron en la gala de Fonteyn, para la cual el apátrida había enviado una carta pidiendo a la inglesa que bailara con él. Su deseo se cumplió. Así comenzó un periodo de aprendizaje para ambos. Yehudi Menuhin, violinista, afirmaba en el documental que Fonteyn encontró una nueva vitalidad a través de él y Nureyev encontró en ella la elegancia para transformarlo de león a pantera.
La intensidad característica del bailarín ruso puede entenderse por sus memorias que viene de su linaje y ascendencia Tártaro, un grupo étnico de la región Volga-Ural. En sus memorias escribió que “no considero que los Nureyevs seamos rusos del todo, somos tártaros. Son exactamente 200 años desde que la magnífica y poderosa raza de guerreros Bashkir, que durante siete siglos no conocieron la derrota, fueron obligados a rendirse ante Rusia.Nunca perdieron el carácter feroz e indomable que los hizo temibles en la edad media. No puedo definir exactamente lo que es ser tártaro y no ruso, pero veo la diferencia en mis músculos. Nuestra sangre corre más rápido, siempre lista para ebullir. Y, sin embargo, parece que somos más lánguidos que los rusos, más sensuales. Somos una mezcla curiosa de sensibilidad y brutalidad”.
Cuando bailaban sus duetos se podía apreciar el respeto, la técnica, la elegancia y la confianza que ambos compartían. Para Margot Fonteyn era impensable que alguien fuera a verla a ella junto a un joven en ascenso a la fama, sin embargo afirmó que el ruso mostraba gran respeto por ella al ser una bailarina establecida y con una amplia trayectoria. “Nuestra asociación no habría tenido tanto éxito si no hubiera sido por nuestra diferencia de edad”, decía la inglesa en una grabación, agregando que, como en el caso del danés, se inspiraban el uno al otro.
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Bailar con el ruso, aunque era inspirador para ella, no fue fácil una vez se enfrentaron a la obra de Tchaikovsky: “El lago de los cisnes”. “Hasta ese momento los hombre se paraban detrás de las bailarinas para darles soporte, ocasionalmente hacían solos, ese era el estilo decente inglés. Y luego apareció esta persona extraordinaria y animalística. Desde entonces la barra se puso a un nivel muy elevado”, dijo Deborah MacMillan, viuda del coreografo Kenneth MacMillan. Nureyev llegó para sacudir el estilo refinado que se había establecido en el Inglaterra y Margot Fonteyn, aunque con sus reservas, le siguió el juego. “Nos convertimos en un cuerpo, un alma. Nos movíamos de la misma forma, muy complementario, cada movimiento de un brazo de la cabeza, no existían más brechas culturales o diferencias de edad. Nos había absorbido el personaje, nos convertimos en ellos”, decía el ruso y en las grabaciones que usa el documental, no solo de El lago de los cisnes, demuestra esto. La interpretación de ambos bailarines exude sentimiento e intimidad.
Juntos conquistaron el mundo, la audiencia no escatimaba en aplausos y vítores cuando este par de estrellas aparecían tras el telón. Su fama podía equipararse con la de deportistas y actores. Fue su época dorada, entre escándalos triviales y el mar de rostros de la alta sociedad.