Rudolf Nureyev, un matrimonio devoto con la danza (III)
El documental, Nureyev (2018), retrata la vida de uno de los bailarines de ballet más reconocidos de la historia. Rudolf Nureyev dejó su huella en el mundo del ballet y la danza con su pasión y devoción al arte. Su nombre es asociado con la palabra “intensidad” y los escenarios que pisó quedaron marcados por la historia y la presencia del ruso que renunció a su patria.
Andrea Jaramillo Caro
Muchos especularon sobre la naturaleza de la relación entre Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn, al igual que la relación del ruso con Erik Bruhn, pero nunca se supo cual era la verdad que se escondía en la intimidad. El bailarín ruso, a pesar de su fama, no develaba mucho de su vida privada en las entrevistas que daba. Sin embargo, siempre cauto con sus palabras, Nureyev nunca se atrevió a difamar a su madre patria públicamente, sabiendo que familiares y amigos podrían pagar las consecuencias de esa actitud. Pero eso no impedía que sintiera un profundo desdén por quienes lo mantuvieron alejado por años de sus seres queridos.
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Muchos especularon sobre la naturaleza de la relación entre Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn, al igual que la relación del ruso con Erik Bruhn, pero nunca se supo cual era la verdad que se escondía en la intimidad. El bailarín ruso, a pesar de su fama, no develaba mucho de su vida privada en las entrevistas que daba. Sin embargo, siempre cauto con sus palabras, Nureyev nunca se atrevió a difamar a su madre patria públicamente, sabiendo que familiares y amigos podrían pagar las consecuencias de esa actitud. Pero eso no impedía que sintiera un profundo desdén por quienes lo mantuvieron alejado por años de sus seres queridos.
El maestro carpintero del English National Ballet, Ted Murphy, contó en el documental que “cuando el Ballet de Kirov venía a Londres a presentarse, nos reglaban insignias rusas de las compañías como regalos. Había coleccionado varias a lo largo de los años y una noche que Nureyev vino a bailar, estaba usando algunas y se volvió loco. Las arrancó, las tiró al piso, las pisoteó y me dijo: no puedes volver a usarlas aquí”. Su reacción fue proporcional al dolor que le causaba no poder ver a su madre en Rusia, sumada a la frustración de no poder expresarse libremente.
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Más allá de sus problemas con Rusia, el bailarín se enfrentaba a problemas en su vida personal que venían del talento que el público reconocía en él, pues con o sin intención el ruso comenzó a eclipsar al danés y esto llegó a causar una división entre el par. Según el bailarín Pierre Lacote, discutían todo el tiempo. El mismo Bruhn en una grabación afirmaba que “quizás éramos un poco como dos cometas, que estaban en camino, y chocamos. Y hubo una explosión, y en esa explosión hubo una reunión. Estábamos destinados a tener esta colisión, la colisión ocurrió. Cuando eso sucedió, hay un punto de no retorno para siempre, excepto el recuerdo, si decides pensar en eso”.
Fue aquí donde la pasión por la danza y la intensidad que imprimía en sus movimientos comenzaron a cobrar factura. Nureyev le dijo en algún momento a su amiga, la bailarina Ghislaine Thesmar, “uno tiene que elegir entre entregar su energía a amar a un ser humano o amar su arte. Uno debe elegir, no se puede tener ambas”. De nuevo se encontraba frente a la situación en la que se le presentaban dos caminos diferentes, que en su cabeza no podían tener resultados más distintos, amar a una persona o amar su arte. Nureyev escogió esta última, convirtiendo el ballet en su pareja de por vida. A través de sus logros consumó su matrimonio devoto con la danza y nunca dio marcha atrás. “Debes dedicarte a algo por completo, si no alguien se comerá completamente tu vida y le pertenecerás a esa persona, mentalmente serás suya, y todo lo que hagas será para esa persona. Si te entregas al arte, nadie podrá reemplazar el arte”, le dijo a Thesmar.
Él le pertenecía en cuerpo y alma a la danza, no había país o persona que pudiera reclamarlo más que esta forma de arte que tampoco le pertenece a nadie. Pero su devoción a su arte no impidió que amara a Margot Fonteyn, a pesar de que ella tomó su decisión de mantenerse con su esposo aunque hubiera sido una relación tumultuosa.
Mientras la vida amorosa de Nureyev se tornaba tensa, la situación política a su alrededor no parecía suavizarse. En 1974 el bailarín ruso Mikhail Barishnikov, otra estrella del Ballet de Kirov, siguió los pasos de Nureyev al desertar durante un tour en Canadá. Heaather Watts, bailarina principal del Ballet de la Ciudad de Nueva York, decía en el documental que ella logró bailar con los dos rusos en 1978 en la Casa Blanca en un evento televisado, cuyo programa estaba compuesto por música de Balanchine y Stravinsky y se convirtió en una suerte de cachetada cultural contra Rusia.
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Aquí se notaba cuan intrínseca era la relación del ballet con la política, pues cualquier acción o éxito de Nureyev suponía un dolor de cabeza para los rusos. Y aunque intentara año tras año, durante 16 años, traer a su hermana y a su madre a su lado en el occidente, incluso con la firma del Helsinki Final Act, parecía una hazaña imposible incluso apelando a la buena voluntad de la comunidad internacional.
Sin embargo, no se detuvo aquí. Nueva York fue su siguiente parada y aquí encontró un nuevo apetito por las nuevas expresiones artísticas que se estaban desarrollando. Nureyev ansiaba trabajar con la bailarina contemporánea Martha Graham y esta fue otra relación armoniosa. El bailarín cambió radicalmente sus movimientos tradicionales y elegantes por una forma más natural y nueva de bailar. La ciudad que nunca duerme le permitió también descubrir otra faceta reflejada en la vida social del momento. Durante los años que Nureyev pasó en Nueva York, otro enemigo se materializó en la forma del VIH en paralelo con la libertad que se experimentaba. Y con ella se fue, de acuerdo con Janet Eilber directora artística de la Compañía de Baile Martha Graham, casi una generación entra de bailarines que retrasó el avance del mundo de la danza.
Al mismo tiempo que esto sucedía, los soviéticos y en particular Nureyev vieron en Mikhail Gorbachev un salvador y una oportunidad de libertad. “Siempre he creído que Gorbachev es una gran bendición, vino del cielo. Rusia siempre soñó con un líder ilustrado que viniera y les mostrara el camino”, decía el bailarín en una de las entrevistas usadas en el documental.
A pesar de las diferencias que llegó a tener con Erik Bruhn, él estuvo a su lado hasta el final. El biógrafo John Gruen afirmó que “fueron muy cercanos hasta el final. Se amaban mucho el uno al otro. Haberlos conocido juntos fue haber conocido a los dos mejores bailarines del mundo”. A su amigo y compañero danés, que acompañó en su lecho de muerte, lo despidió con una cita de Hamlet de William Shakespeare “dulces sueños, príncipe de Dinamarca”.
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Pero esta no fue la última pérdida que el bailarín ruso enfrentaría en un corto periodo de tiempo. Su amiga Liuba Myasnikova le escribió contándole sobre el estado de salud de su madre, que parecía no mejorar y cuya prognosis no era alentadora. Pero entre la tragedia sucedió un milagro y Rudolf Nureyev obtuvo el permiso que tanto buscó para visitar a su familia en Rusia. De vuelta en su madre patria no obtuvo ningún tratamiento especial pero si el sentimiento de regresar a sus orígenes y, finalmente, ver los rostros de sus seres queridos que había extrañado por 28 años.
Con la posibilidad de hacer viajes de ida y vuelta, la vida de Nureyev cambió, pero su atención estaba ahora dedicada casi al 100% a la dirección de la Ópera de París, un puesto que le ofrecieron y en el que, a ojos de los críticos, hizo maravillas. Sin embargo, su salud comenzó a oponerse a su profesión. Según Randall Bourscheidt, fundador del Proyecto Estatal para Artistas con VIH, “cuando su salud se vio comprometida se encontró en esta condición sombría, terrible, casi bélica. Y fue probablemente el último gran desafío al que se enfrentó en su vida, y era uno si esperanzas porque en el momento en que él se enfermó, esto era una sentencia de muerte”.
A pesar de su enfermedad y el desafío que suponía, a Nureyev se le abrió la puerta para regresa, no como civil sino como bailaría a Rusia y ofrecer, por primera vez en 30 años, una presentación para la historia. Al mismo tiempo que la pantera regresaba a casa, el muro de Berlín caía. Fue durante esta nueva visita que el alumno se reencontró con su maestra, que ya tenía 100 años. Entre risas y abrazos la mujer que ayudó a que Rudolf Nureyev diera sus primeros pasos en el ballet se sorprendió al ver a su antiguo alumno, que ya había superado a su maestra. Junto a ella y al escenario en el que preparó todo su repertorio 30 años atrás, el bailarín se devolvió en el tiempo para darle un toque moderno a ese lugar que lo vio formarse.
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Mientras estaba allí la tragedia atacó de nuevo, esta vez a su compañera y amiga Margot Fonteyn. Él estuvo siempre pendiente de ella, nunca la abandonó e incluso llego a pagar los mejores tratamientos médicos. Pero la medicina no era suficiente y cuando la posibilidad de una amputación se puso sobre la mesa Nureyev la apoyó, sin mencionar nada sobre su propio estado de salud que a la vez iba deteriorándose. Cuando la muerte alcanzó al diamante del ballet inglés, el corazón del ruso se partió en dos.
Sus últimos años los pasó dirigiendo obras de ballet, en sus últimos meses produjo un clásico ruso “La Bayadére” y en las grabaciones se le ve muy diferente a como lo muestra el resto del documental. La intensidad con la que muchos lo describían seguía ahí, pero ya no estaba la vitalidad que la acompañaba. “Vives mientras bailas”, solía decir el bailarín y aunque sus piernas ya no se movieran como antes y la enfermedad lo persiguiera, él siguió viviendo a través de las producciones que ponía en marcha y su genialidad y talento se tradujeron a los cuerpos de los bailarines que protagonizaban sus producciones. Al finalizar ese último reto de “La Bayadére” en la Ópera de París, la audiencia se desvivió en aplausos y llantos al ver al legendario bailarín y director en el escenario, frágil, pero con las características que definieron su vida y su carrera intactas. En ese escenario dio su último adiós a su audiencia, a sus bailarines y a su pareja, la danza. Rudolf Nureyev tocó el corazón y alma de todos quienes lo conocieron y lo vieron dedicarse a su pasión, el hombre al que comparaban con una pantera falleció el 6 de enero de 1993, manteniendo su filosofía y dedicación hasta su último respiro.