Ruth Bader Ginsburg: “Estamos pidiendo que protejan el derecho que tiene el país de cambiar”
Quien se convertiría en la segunda mujer en llegar a ser jueza de la Corte Suprema, encontró en la academia un espacio para reflexionar sobre la ley y la discriminación basada en el sexo. El norte de su ejercicio profesional fue el de desmontar el andamiaje legal que obstaculizaba la igualdad de hombres y mujeres ante la ley. Así lo muestra La voz de la igualdad (2018), película inspirada en la lucha de Ruth Bader Ginsburg.
María José Noriega Ramírez
Ruth Bader Ginsburg fue educada para cuestionar todo a su alrededor. La lectura y el debate fueron las bases de su educación. Fue una de las primeras mujeres en entrar a la Escuela de Derecho de Harvard. De hecho, perteneció a la sexta generación de mujeres formadas en la institución, aun cuando las personas a su alrededor, incluyendo a algunos compañeros, profesores y decanos, creían que el mundo del derecho, y el mundo en general, era exclusivo para los hombres. Y es que cuando le preguntaron por qué creía que había sido merecedora de un cupo que pudo haber sido asignado a un hombre, respondió sarcásticamente: “Mi esposo cursa segundo año. Entré a Harvard para aprender más sobre su trabajo. Así sabré ser una esposa más paciente y comprensiva”. Luego añade: “Vinimos a Harvard a ser abogadas, ¿a qué más?”. Pero Bader Ginsburg no iba a ser una más del montón. Con el tiempo iba a ser partícipe de un cambio social radical. Así lo muestra La voz de la igualdad, película inspirada en la vida de quien sería la segunda mujer en ser jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos.
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Ruth Bader Ginsburg fue educada para cuestionar todo a su alrededor. La lectura y el debate fueron las bases de su educación. Fue una de las primeras mujeres en entrar a la Escuela de Derecho de Harvard. De hecho, perteneció a la sexta generación de mujeres formadas en la institución, aun cuando las personas a su alrededor, incluyendo a algunos compañeros, profesores y decanos, creían que el mundo del derecho, y el mundo en general, era exclusivo para los hombres. Y es que cuando le preguntaron por qué creía que había sido merecedora de un cupo que pudo haber sido asignado a un hombre, respondió sarcásticamente: “Mi esposo cursa segundo año. Entré a Harvard para aprender más sobre su trabajo. Así sabré ser una esposa más paciente y comprensiva”. Luego añade: “Vinimos a Harvard a ser abogadas, ¿a qué más?”. Pero Bader Ginsburg no iba a ser una más del montón. Con el tiempo iba a ser partícipe de un cambio social radical. Así lo muestra La voz de la igualdad, película inspirada en la vida de quien sería la segunda mujer en ser jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos.
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Bader Ginsburg era judía, mamá y mujer. Eso le bastó para ser rechazada y discriminada una y otra vez; para tocar varias puertas en despachos en Nueva York y recibir un constante no como respuesta. La academia se convirtió en su campo de acción y en un escenario de reflexión alrededor de la ley, así como de la discriminación que había detrás de ella. “La ley dice que las mujeres no pueden trabajar horas extra y que los beneficios de Seguridad Social, a diferencia de los de sus esposos, no pueden mantener a su familia en caso de que muera. Dorothy Kenyon, abogada de derechos civiles, hizo una pregunta: Si la ley diferencia según el sexo, ¿cómo habrá igualdad entre hombres y mujeres? La Corte Suprema le contestó: No la habrá. La discriminación basada en el sexo es legal”. Pero Bader Ginsburg tenía algo claro: la lucha por la igualdad era una batalla en nombre de todos. Si las mujeres eran tratadas con igualdad ante la ley, los hombres también serían tratados como tal.
Justamente el caso que catapultó a Bader Ginsburg como una abanderada de la lucha por la igualdad fue el de un hombre discriminado por una ley de impuestos. Por ser soltero y cuidar de su mamá, la ley no le reconocía la reducción en el pago de los tributos al Estado. En un principio pensaba que cambiar la cultura no significaba nada si no se cambiaba la ley. Le dijeron que Estados Unidos no estaba listo para liderar esa batalla. “Primero cambia las mentes, luego las leyes”. Pero la verdad era que los tiempos eran otros, el país no era el mismo y se estaban gestando varias manifestaciones en nombre de un cambio. Por ejemplo, el fin de la Guerra de Vietnam. Es decir, era hora de actuar.
“Los jueces están regidos por los precedentes, pero no pueden ignorar el cambio cultural. A la Corte no le puede afectar el clima del día, pero sí le afectará el clima de una era”. Estas palabras que Bader Ginsburg escuchó años atrás, cuando era estudiante de derecho en Harvard, le sirvieron de inspiración para abogar por la igualdad entre hombres y mujeres ante la Corte Suprema de Estados Unidos. “Cuando estaba en la escuela de leyes, no había baños de mujeres. Me sorprende que nunca nos hayamos quejado. No porque fuéramos tímidas, sino porque nos sorprendía estar en la escuela de leyes. Hace cien años, Myra Bradwell quería ser abogada. Cumplió con los requerimientos del Colegio de Illinois, pero no le permitieron ejercer por ser mujer. Una injusticia que le pidió a la Corte Suprema que corrigiera y ella perdió. Esa fue la primera vez que alguien fue a la corte para desafiar su rol de género. Hace 65 años, cuando las mujeres en Oregón querían trabajar horas extra para ganar más dinero, como los hombres, la corte vio el precedente de Bradwell y dijo que no. Entonces hubo dos precedentes; luego tres, cuatro y más (…). Se les está pidiendo que protejan la cultura, las tradiciones y la moralidad de un Estados Unidos que ya no existe. Hace una generación, mis estudiantes habrían sido arrestadas por indecencia por usar la ropa que usan. Hace 65 años, habría sido inconcebible que mi hija quisiera tener una carrera. Y hace cien años, yo no habría tenido el derecho de pararme frente a ustedes. Hay 178 leyes que hacen diferencias basadas en el sexo (…). No les estamos pidiendo que cambien el país, eso ya sucedió sin el permiso de la corte. Les estamos pidiendo que protejan el derecho que tiene el país de cambiar”.
De ahí en adelante, el norte del ejercicio profesional de Ruth Bader Ginsburg fue el de desmontar el andamiaje legal que obstaculizaba la igualdad de hombres y mujeres ante la ley. En una de sus intervenciones citó a Sarah Grimké, escritora e integrante del movimiento por los derechos de las mujeres en Estados Unidos: “No pido favores por mi sexo. Solo les pido a mis hermanos que quiten sus pies de nuestros cuellos”.