Salir de la zona de confort (Reverberaciones)
En un país cuya cultura es criolla y producto del diálogo entre pueblos, que nuestras orquestas asuman una vista panorámica y equilibrada, menos europea y más colombiana, no debería ser un asunto excepcional sino un deber.
Esteban Bernal Carrasquilla
El pasado 17 de junio, al llegar al final de su concierto junto al grupo nariñense Apalau, el director asistente de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, Andrés Felipe Jaime, les agradeció a estos por “hacer salir a la orquesta de su zona de confort”. No era para menos, pues pasar de tocar repertorio sinfónico académico a acompañar a un grupo de música andina, con narración y carnaval a bordo, es una apuesta algo disruptiva. Y es de celebrar que la Sinfónica se sume con entusiasmo a este tipo de proyectos que apuntan a la convergencia de lenguajes musicales y que redundan en una relación más cercana con el público general, pues hay que decirlo: en Colombia hace falta que más personas asistan a conciertos de orquestas sinfónicas y agrupaciones de música de cámara.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El pasado 17 de junio, al llegar al final de su concierto junto al grupo nariñense Apalau, el director asistente de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia, Andrés Felipe Jaime, les agradeció a estos por “hacer salir a la orquesta de su zona de confort”. No era para menos, pues pasar de tocar repertorio sinfónico académico a acompañar a un grupo de música andina, con narración y carnaval a bordo, es una apuesta algo disruptiva. Y es de celebrar que la Sinfónica se sume con entusiasmo a este tipo de proyectos que apuntan a la convergencia de lenguajes musicales y que redundan en una relación más cercana con el público general, pues hay que decirlo: en Colombia hace falta que más personas asistan a conciertos de orquestas sinfónicas y agrupaciones de música de cámara.
Le sugerimos leer: Criollismo en treinta y cuatro cuerdas (Reverberaciones)
Como asiduo asistente a conciertos de música académica durante años, he hecho conciencia sobre la importancia de que agrupaciones musicales institucionales en nuestro país, como las orquestas de tipo sinfónico, se quiten las anteojeras que por décadas las han tenido mirando casi exclusivamente hacia Europa. Con algo de pesar y aburrimiento veo, en cada concierto de este tipo al que voy, poca diversidad social, étnica y etaria, a pesar de la alta calidad musical de nuestras orquestas.
Esto ocurre porque las únicas sinfonías que podrían resonar entre la mayoría de los colombianos son la Inconclusa en La Mar de Piero y la de los Bichos Raros de Puerto Candelaria, obras que no son sinfónicas más allá de su nombre, pero que gozan de popularidad local porque tratan de asuntos cotidianos. He ahí el quid del asunto: ¿cómo podemos hacer de la música académica algo cotidiano en Colombia para que la disfrutemos cada vez más personas, sin distinciones de clase, etnia y edad?
En un país cuya cultura es criolla y producto del diálogo entre pueblos, que nuestras orquestas asuman una vista panorámica y equilibrada, menos europea y más colombiana, no debería ser un asunto excepcional sino un deber. No se trata de renunciar a la tradición académica transatlántica porque no tiene sentido negar esa parte de nuestra herencia. Se trata de generar más posibilidades para que haya espacio de lo criollo colombiano en lo sinfónico. Y en ese cruce de caminos el resultado siempre será de ganancia para todas las partes, pues desde siempre la música clásica ha bebido del folclor, lo popular nunca ha entrado en disonancia con lo académico cuando este lo acoge, y el público cada vez más suele recibir con agradecimiento y curiosidad este tipo de diálogos vinculantes.
Podría interesarle leer: “Es García Márquez en estado puro”, dice traductor de la obra póstuma de Gabo
El concierto en mención, apto para las mayorías, es ejemplo de cómo lograr terreno común entre tradiciones y ofrecer al público calidad para atraparlo. Apalau cuenta con una afincada base folclórica con instrumentos de los Andes como el tiple, el charango y las zampoñas, con los que reproducen con fidelidad y exactitud el son sureño nariñense y otros aires de las montañas. El saxofón y la batería le dan a la agrupación un carácter un tanto cosmopolita al acudir a los lenguajes del jazz. Esta sonoridad se mantuvo a lo largo del concierto, pero fue complementada con cuatro elementos llamativos: la narración de mitos y leyendas propios de la región, el acompañamiento de esta por un coro mixto, una muestra de trajes y bailes tradicionales hacia el final del recital cuando el ambiente se tornó en un pequeño Carnaval de Negros y Blancos, y los arreglos sinfónicos que integraron a la orquesta. Todo lo anterior alrededor de un fabuloso proyecto concebido por “El Profe” John Granda Paz, orquestado por Pablo Muñoz (de Apalau) y Gustavo Parra (conocido compositor académico nariñense) y dirigido con gusto y gracia por Andrés Felipe Jaime.
Apalau Sinfónico tuvo lleno total y en la Sala Delia Zapata del Centro Nacional de las Artes pude ver un público diverso, contento y agradecido. Ojalá la Sinfónica siga apuntando a eventos de este tipo para que en un tiempo no muy lejano nadie se sienta fuera de su zona de confort cuando se trate de hacer parte, como músico o como público, de un concierto sinfónico.