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Oh, capitán!
A mis feraces montes llevó la historia tu rotunda hazaña; y contemplé los amplios horizontes, en mi robusta mocedad, nutrida de llanura, de sol y de montaña.
Llena la mente de tus grandes bríos, cansé las pampas; apuré sediento agua salvaje de mis anchos ríos; y mi pulmón atormentaba el viento asordando la hirviente torrentera, cuando a mis roncos gritos los condores se alaban de la abrupta cordillera a bañarse en los tórridos fulgores que pende el sol en la vibrante esfera.
Buscando un ritmo que agrandara el eco de tu pujanza, me aprendi los sones del ventarrón aborrascado y seco; , a palpitar con la fecunda tierra eché mi enorme corazón sonoro, y remonté la procelosa sierra, la sien flechada por centellas de oro: tal come el yunque que al potente choque trema, aveufando crepitantes chispas. Saltaba el rayo rastrillando el bloque: y en medio yo del tremebundo trueno, palpé la fuerza de la nube torva, y en ti pensando me quedé sereno.
Enardecido, sobre el agrio cerro, forjé después a resonantes golpes la audaz estrota que sonaba a hierro, que retemblaba como el bronce crudo y nunca cupo en mi memoria! Nunca podré medir su vibración de escudo: que al repuliria me llenó de espanto la deslumbrante inspiración procera que vino a mí para templar el canto.
Pero siempre tu espírita radiente me poseyó! Mis venas y mis fibras resonaban con impetu incesante; ti siempre en mis visiones interpuesto pugnabas por reinar sobre mi idea; y al crisparse de cólera tu gesto, yo con pávidos ojos te miraba dentro de mí despavesar la tea, prenderme el corazón con repentina crueldad, y al punto, dolorosamente, senté en mi seno reventa tu mina!..
Y al final te pudo comprender mi mente!
Cuando cayó la negación bastarda, en tus proezas, encendí mi pecho; y mudo el labio que los vientos sorbe, fui a la montaña donde el Tiempo duerme su lento olvido sobre todo el Orbe.
Allí la oscura Eternidad se asienta y se revuelve, como inmensa nube: y yo, rondando con el alma atenta, me, estremeci de regocijo interno, porque al Hamarte, mi razón sentía sotar a Dios en el silencio eterno.
Y con ni tromba al hombro, trepé el flanco descomunal de la sagrada Cumbre, tiñendo en sangre el árido barranco. Me increpaba la Sombra: “¿A dónde intentas llevar los resplandores de tu lumbre?”
Y grité: “Mas allá de las tormentas, a donde fue mi Capián!”
Horendo
clamor de voces replicó iracundo:
“¡¡El voló con las alas del estruendo!!”
Henchido con tu fuego jubiloso, ol sacroranto Numen que me infundes alientos de coloso, gané las rocas con empujes bruscos. y a mis pasos resueltos y triunfales rodaban rebotando los pedruzcos en los despeñaderos infernales.
Fui más allá del Tiempo, más amiba de todo, levantando la cabeza entre la Nube poderosa y viva.
Al coronar el filo inmortar, cuyo cabo perenne tradia en el cenit tranquilo, en mi tropeta de templado bronce aullaba un viento plañidero y bravo. y-vi que sobre el ápice fuigente guardiaban enfilados cien leones -roja la garra y el ijar batiente—
Y al fuerte resoplar de sus pulmones, vibraba el sol en el sonoro ambiente.
El hispano león, dando sus lomos al huracán, rugió sobre el basalto; y puesto al rastro de mi sombra loca, tendiéndose en un salto, tropó conmigo a la serena roca; y rindiendo el caudal de sus melenas, hundió su gran cabeza entre mis plantas para lamer el jugo de mis venas.
Entonces fue cuando en la excelsa pompa solar, de cara hacia el Pasado ignoto, sorbí los vientos y emboqué la trompa. Como rebrama el vozarrón del Noto en la estruendosa inmensidad, mi acento violó la bruma del, confín remoto y gruesas nubes levantó en el viento.
Y despertaron en la falda oscura del monte, oh patria, de guerreros bravos que no alcanzaron a ganar la altura, y que, ignorados, en su triste sombra de eternidad, ante la Gloria mudos, ni el sol los baña ni tu voz los nombra! Cargado el éter con mi gran sonido, temblaba aún, cuando clamaron todos al levantarse en belicoso ruido:
“La patria llama!”
Y hacia mí tendieron sus recios brazos y su pecho herido.
Mas yo agarrando la crinosa greña del león, y puesto sobre la ancha hondura, lancé mis voces desde la alta peña:
“Dormid, oh Sombras! Vuestra herencia clara nos quema el seno, pero tarda el día de ver al triunfo ensangrentando el ara. Oh, si la Gloria se ofreciera a vernos morir! Si, al menos, a la lid bravía nos arrojan: Mas la infanda suerte, nos mata lejos de la guerra-impía!- sin dar la vida ni gozar la muerte!”
El león, mirando la profunda base, se echó a rugir, y de su bronco acorde triunfaba limpia mi fogosa frase:
“—Siquier vosotras, en la Magna Justa visteis la Gloria recogiendo vidas. Sobre los campos que la muerte asusta, y fuisteis recogidas! Ay, que en nosotros la traición incrusta sus viles dardos, y la raza inerme ni esgrime el hierro, ni la sangre gusta, que el fosco dios de las batallas duerme. Pero le haremos despertar! Que apronte la gloria sitio, porque aquí vendremos a refalgir sobre el solemne monte”.
Ellos, cambiando su ademán absorto, se sonrieron! Mas la noche artera mató la dulce claridad del orto: se lamentaba la montaña entera, y cuando el rayo encandiló el celaje, sentí cercano a la rugiente fiera raudo trajín de militar rodaje.
Y apostrofé la fugitiva horda, oh Capitán, pero llenó mi oído el hondo hervor de la tiniebla sorda, y al ver tu llama fulgurar rojiza, gritando me arrojé despavorido sobre el león, entre su crin cobriza. hundí los ojos, y quedé en silencio...
Entonces tuve la visión precisa:
Rueda un tropel de trotadoras tropas entre el fragor del trepidante llano: fuzentes rostros, desgarradas ropas, medrosos brillos del acero plano, machetes largos de purpúreas manchas, rifles que truenan en la pronta mano, roncas cureñas anchas, todo golpeando en torbellino informe estalla, treme, arrollador, enorme?...
Unos avanzan; el acero choca, y destroncados, con la cara al polvo, vacian la sangre por la abierta boca; rodilla en tierra, la rabiosa gente peleando está, y al fogonazo horrendo levanta llama el pajonal caliente; otros que sueltan la bandera rota braman tapando el borbotón crujiente de las entrañas que la lanza brota: una legión que replegó su ala, ya sin pertrechos, con tremendo ruido la relumbrante bayoneta cala.
Mas de repente, en la feroz maniobra, el hombre, el hierro, el turbulento insulto callados quedan... Y entre gran zozobra se oye tronar galopador tumulto.
Sangrante el freno, la nariz sonora, sobre la pampa donde llueve plomo, febril corcel la inmensidad devora; y echando espuma y alargando el lomo, veloz se lanza en la humareda oscura; los rayos brillan en su herrado casco, y retumba a sus golpes el peñasco, y hace gemir de miedo la llanura.
Fuego! Los indomables escuadrones desbarata con brincos instantáneos, y relincha entre mil, detonaciones, y chata vientres y revienta cráneos; siempre atento al clangor de los clarines avanza, gira, formidable, fiero, y entre el clamor de bélicos trajines, le bate el viento sus revueltas crines sobre el fruncido rostro del lancero!..
Boves avanza, furibundo, macho, la espada blande, y en aciago trecho tiembla entre el humo su marcial penacho; vedlo: a los rayos del cenit dilata la robustez de corajudo pecho dondo relumbra el tahalí de plata; vedlo: allá grita, y a su voz la Muerte vuela entre el humo del cañón y mata; vedlo, le huye la fatal derrota y el triunfo mismo, con pavor se rinde bajo el tacón de su, sangrienta bota.
Mas no redime como tú, ni lleva el corazón meridional, ni cabe en su alma el fuero de la raza nueva; ni lo parió la Libertad, ni doma la ingratitud, y ni siquiera sabe, Libertador, lo que juraste en Roma.
Y tu, gallardo Paladín, ya loco, te desgajaste del bridón guerrero, y viendo en sitio la indefensa loma clamaste: “Aquí me matarán primero!” En medio al llano te miré jadeante mostear convulso tu mellado acero, al sol caido en tu febril semblante.
¿Por qué dudaste del Destino?
El llega sobre la Angustia, pero se abre paso; ayer hundiose entre ruidosa brega el espartano Villapol, y al punto tu heroico ejemplo levantó otro brazo con el acero del campeón difunto, y de un mandoble destrozó el fracaso. Déja que tomen el cuartel. Serena saldrá de allila libertad! Oh, míra que y el silencio la llangra llena..
Cielos: Se pára el español sonriente, y en altas dianas la Victoria anuncia!
Mas Dios palpita sobre el parque ingente, y mi procero Capitán pronuncia sus firmes voces sobre el pronto estrago:
“Aquí yo solo!” De coraje ciego está soplando su tizón aciago!
Horror!! Salvadle!!...
... Su heroísmo aterra, ya sacudió como bandera el fuego y está tronando la espantada tierra!..
¡Oh, tú, que lleno de arrogante arrojo resueitaste de la negra muerte lanzando al cielo tu mortal despojo: el trueno ronco de tu hazaña inmensa brotó del pecho de mi raza fuente!
Andina raza, que en los siglos lentos sorbió del Sol el poderoso impulso que engendra montes y avasalla vientos!
Arraigado en la entenña calurosa del pueblo, crece tu laurel jocundo. Entre mi cráneo tu explosión rebosa, y ya Ia canto, y a tu solo nombre sutre su vieja conmoción el mundo!
¡Quemar tu juventud, como si fuera grano de incienso, sobre el ara santa, Y ser tu propio corazón la hoguera!
¿Quién por gloriticarte no levanta su sér, arrebatado de pavura, y siento en sí la patria? !Fue tan grande tu inmolación, tan nuéstra tu locura!
¿Y quién en medio de la fuga torpe osó mivar el incendiado escombro que empenachaba tremulante espira?
Quién te recuerda sin flaquear de asombro!
Desaforada por tu noble ira, huyó la hueste en chocador desbande; en nuestros tercios tu valor conspira, doquier quebrantan la adversaria testa, y cual si hubieran descumbrado al Ande, algún picacho de flamante cresta, retando al Triunfo en desigual torneo sobre los hombres tu volcán pasearon de norte a sur, como feliz trofeo.
Y todavía la vivaz cimera en lenta marcha al Porvenir se mueve,. trazando el rumbo de anchurosa vera. Ceñida al pecho su mejor coraza, como Israel tras de la gran columna, persigue el ígneo resplandor la raza. Mi raza! Siempre domeñando azares, los enemigos la verán, pasmados, mover las tierras y ocupar los mares!
Al fin, un día, la viajera Cumbre descansará. Y al divisar de lejos la roja enseña de su vasta lumbre, vendrán los pueblos al solar latino a recibir en el fraterno gajo la verde oliva y el laurél divino.
*
Oh, Capitán!
Como regrusca niebla se alza el espectro de la Parca muda a despeñarme en la voraz, tiniebla!
Que llegue! Aquí para velar mi ocaso prendi tu fuego, y en la roca, viva, fulge la sangre que marcó mi paso.
Aquí el felino de bizarro porte, al verme hundir, afilará la zarpa en este risco, atalayando el Norte, y entre mi trompa con guerrero acento, que oirán los hombres, sobre aquesta escarpa desvelará la eternidad un viento!...