Sandra Torres, la actriz
Semblanza de la emprendedora de barrio que vendía eléctricos y se ganó el papel para el protagónico de la premiada película colombiana “Amparo”.
Laura Camila Arévalo Domínguez
“Después de que me dijeron que sí, que yo sería Amparo, y después de varios meses de pruebas sin ver ni una sola cámara, comencé a pedirle a Dios por protección: imaginé que tal vez me había metido en algo de trata de blancas y que me estaban trabajando para eso, no para una película”, contó Sandra Melissa Torres, protagonista de Amparo, sobre las primeras etapas del rodaje.
Se acomodó y cogió impulso para hablar de su pasado. Mencionó que casi no termina el bachillerato: la echaron del colegio del que se suponía que se graduaría por defenderse a golpes de los golpes. Contó que aguantó a los que abusaron de ella por mucho tiempo y que un día, por fin, decidió responder igual. Conoció al que ahora es su esposo, José Vanegas, a los trece años. A los quince, quedó embarazada. Sin muchas ganas de terminar de estudiar y con la barriga creciendo, Torres decidió que se quedaría en casa terminando su embarazo. El estudio quedó en pausa.
Fue vendedora de eléctricos: llegó al almacén de una señora llamada Beatriz Madrigal y se ofreció a barrer, limpiar o lo que fuese necesario para que la emplearan. A los meses, comenzó a vender. “¿Pero yo para qué voy estudiar si ya conseguí trabajo?”, les preguntó a los muchos que le sugirieron terminar su bachillerato. Finalmente, y después de mucha intermitencia producida por la maternidad, las ocho horas de trabajo, los veinte minutos de trayecto en el colectivo hacia la fábrica, los otros veinte de regreso, su bajo interés en un trámite que le daría lo que ya tenía y la insistencia de su esposo para que lo hiciera, se graduó.
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Contó que después de un tiempo se quiso independizar con otro almacén de eléctricos, pero terminó regalándolo todo y habló sobre compartir y las bendiciones que llegaron después de hacerlo. Continuó con una historia sobre lo bien que le fue a una legumbrería que montó y habló de su suerte para conseguir las cosas, pero sobre todo de la guía del señor. Llegó a montar un billar y se sorprendió mucho con las ganancias: “increíble que el trago dé más que la comida”. Cuando explicó cómo se convirtió en la protagonista de una película que la llevó hasta Francia, repitió que Dios la había puesto ahí, que fue él y no la suerte. Que todo ha sido, es y será por él.
Cualquier día, Torres vio a un muchacho que estaba en la calle con una cámara. Se le acercó y le preguntó qué estaba haciendo: buscando a Amparo entre varias mujeres para una película, le dijo. Ella se animó a hablarle porque sabía que por ese sector solían dar ayudas y no quería perderse de oportunidades. “Pues yo estoy en una reunión y hay muchas mujeres, mire a ver si de pronto ahí está la Amparo que se le perdió”, pero él le contestó que no se le había perdido nadie, y le explicó que lo que estaba buscando era una actriz natural para el cine. Mientras las demás iban pasando, ella se antojó y presentó la prueba: “Me llamo Sandra Melissa Torres, tengo 28 años y vivo en Villatina La Torre”.
Horas después llegó a su casa a burlarse de ella misma con su familia: que para hacer cine había que ser muy lindo, muy alto y muy mono. Que cómo se le fue a ocurrir. Que tan charra, que todas esas esperanzas de dónde y por qué, le dijeron sus familiares. Ella “se regaló”: cuando quiso hacer la prueba le dijeron que no porque debía tener más de treinta años y estaba convencida de que había hecho el ridículo, pero lo recordó con risas. Su familia le ayudó con más chistes y burlas inofensivas: este gato tiene todos los males, le repitieron. Su esposo, en cambio, no paró de decirle que si la dejaron hacer la prueba fue por algo. A los días, la llamaron para un casting.
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Fueron ocho meses de conversaciones y pruebas para evaluar si era la indicada. “Me pusieron a mirar por una ventana, a hablar de mí, a convencer a alguien de que me prestara una plata, pero no me dijeron si les gustó o no”, contó Torres, que hasta que no tuvo una escena en la que se bloqueó delante de la que sería su hija en la película, dimensionó lo que aceptó hacer. “Yo a los rodajes fui con todo aprendido; pero después de varias equivocaciones, me fui a esconder para llorar. El equipo de la película se dio cuenta y una de ellas me abrazó. Les ofrecí excusas y casi que renuncié. No me sentía capaz de quitarles más tiempo. Me respondieron que no me podía derrotar así, que yo era una actriz y que tenía potencial. Yo me la creí”.
Ensayaron un mes y rodaron durante otro más. Los planos de la película se centraron en ella, en sus gestos. Simón Mesa Soto, el director, explicó que así lo decidieron porque las películas de época eran muy caras. Y Torres lo tomó con frescura: le explicaron trucos para no intimidarse delante de las cámaras y ella los aplicó todos. ¿Y cómo planeó las escenas del llanto?, le pregunté. “Pasa que uno tiene cola, tiene historia”, me respondió. “¿Es en serio?”, le reclamó al equipo de producción cuando le recordaron esos episodios que contó durante los ocho meses en los que estuvo en las pruebas. Le pidieron perdón y le aclararon que los gestos que sobresalían en ella al recordar eran los que necesitaban. Ella entendió y obedeció: el llanto salió sin dificultad.
Los rodajes duraron doce horas aproximadamente por cada día. Contó que la cuidaron, que comió muy bien y que se divirtió tanto como para pensar en seguir actuando.
Al comienzo, a Torres le contaron que habría algunas escenas de sexo y algo de desnudos. Dijo que sí, que si había que quitarse la ropa, se la quitaba, pero confesó que lo hizo para ganarse el papel o para confirmarles que habían tomado una buena decisión al elegirla. Cuando llegó el momento, que fue al final de todas las escenas, la apartaron y le dijeron: hoy vamos con una de sexo. Se quedó muda y no pudo contener las lágrimas: recordó momentos desagradables de su pasado y se acomplejó por sus senos que, según ella, eran muy pequeños. “Se van a burlar de mí”, pensó. El equipo le mostró fotografías de modelos y actrices con busto pequeño que eran reconocidas por su trabajo y su belleza. La escena se hizo.
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“Simón fue muy flexible y me dio mucha confianza”, contó. Aunque sí lo reconoció como una figura de autoridad que, además, la guió durante todo el rodaje, aclaró que, a pesar de que es un hombre de pocas palabras, siempre le habló a todo el equipo con respeto y se proyectó “muy cálido. Me hizo sentir refugiada y eso fue muy importante. Es que yo de cine no sé nada”.
En una de las proyecciones de Amparo en el Festival de Cine de Cartagena, el equipo de la película reconoció, muy insistentemente, el compromiso de Torres con su papel y el proyecto en general. Los aplausos duraron varios segundos. Ella explicó que lo tomó como cualquier otro trabajo.
Torres viajó a Cannes y estuvo con Mesa Soto durante la Semana de la Crítica del festival. Como si fuese cualquier otro evento, se alistó para una ceremonia en la que premiarían a los que sí sabían de cine y habían estudiado para eso, según ella. No entendió nada: los demás hablaron en inglés y francés, así que cuando fueron a dar el premio a mejor actriz, alguien le avisó. A ella le dio risa: “Qué me voy a ganar esto si no soy actriz”, y escuchó que decían: “Sandra Melissa Torres”. “Veee, vee, te llamaron. ¡Ganasteee!”, y ella, en medio de un shock que aún siente, se levantó por su premio.
En su familia le dicen Gato. El cabello le llega a las caderas y lo mueve de lado a lado cuando está nerviosa o emocionada. Se siente atrevida contando algunas intimidades, pero no se frena, mejor se ríe. Muestra los dientes y habla con la misma velocidad con la que se frota las manos. Cuando no recuerda, achina los ojos. Se demora un rato: “Espera y verás”, dice, y salta de la silla cuando logra acordarse de ese detalle que le parece tan importante mencionar. Aún no se convence totalmente de que fue la gran protagonista, la actriz que no sabía que era actriz, la que vendía eléctricos y terminó en Cannes. No tenía pasaporte ni había montado en avión.
A su esposo le dice Vane (por Vanegas), y se hacen bromas de vez en vez, como alimentando una complicidad notoria. Son padres de Emiliano y Juan José, así que a diario se levantan a las 7 de la mañana a “despacharlos” para el colegio: desayunan calentado con arepa o fritan huevos que acompañan con chocolate. De rutina en rutina se van preparando para un domingo de descanso con bandeja paisa, el plato favorito de Torres, que construyó un protagónico tan sólido como su fe en la existencia de Dios.
“Después de que me dijeron que sí, que yo sería Amparo, y después de varios meses de pruebas sin ver ni una sola cámara, comencé a pedirle a Dios por protección: imaginé que tal vez me había metido en algo de trata de blancas y que me estaban trabajando para eso, no para una película”, contó Sandra Melissa Torres, protagonista de Amparo, sobre las primeras etapas del rodaje.
Se acomodó y cogió impulso para hablar de su pasado. Mencionó que casi no termina el bachillerato: la echaron del colegio del que se suponía que se graduaría por defenderse a golpes de los golpes. Contó que aguantó a los que abusaron de ella por mucho tiempo y que un día, por fin, decidió responder igual. Conoció al que ahora es su esposo, José Vanegas, a los trece años. A los quince, quedó embarazada. Sin muchas ganas de terminar de estudiar y con la barriga creciendo, Torres decidió que se quedaría en casa terminando su embarazo. El estudio quedó en pausa.
Fue vendedora de eléctricos: llegó al almacén de una señora llamada Beatriz Madrigal y se ofreció a barrer, limpiar o lo que fuese necesario para que la emplearan. A los meses, comenzó a vender. “¿Pero yo para qué voy estudiar si ya conseguí trabajo?”, les preguntó a los muchos que le sugirieron terminar su bachillerato. Finalmente, y después de mucha intermitencia producida por la maternidad, las ocho horas de trabajo, los veinte minutos de trayecto en el colectivo hacia la fábrica, los otros veinte de regreso, su bajo interés en un trámite que le daría lo que ya tenía y la insistencia de su esposo para que lo hiciera, se graduó.
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Contó que después de un tiempo se quiso independizar con otro almacén de eléctricos, pero terminó regalándolo todo y habló sobre compartir y las bendiciones que llegaron después de hacerlo. Continuó con una historia sobre lo bien que le fue a una legumbrería que montó y habló de su suerte para conseguir las cosas, pero sobre todo de la guía del señor. Llegó a montar un billar y se sorprendió mucho con las ganancias: “increíble que el trago dé más que la comida”. Cuando explicó cómo se convirtió en la protagonista de una película que la llevó hasta Francia, repitió que Dios la había puesto ahí, que fue él y no la suerte. Que todo ha sido, es y será por él.
Cualquier día, Torres vio a un muchacho que estaba en la calle con una cámara. Se le acercó y le preguntó qué estaba haciendo: buscando a Amparo entre varias mujeres para una película, le dijo. Ella se animó a hablarle porque sabía que por ese sector solían dar ayudas y no quería perderse de oportunidades. “Pues yo estoy en una reunión y hay muchas mujeres, mire a ver si de pronto ahí está la Amparo que se le perdió”, pero él le contestó que no se le había perdido nadie, y le explicó que lo que estaba buscando era una actriz natural para el cine. Mientras las demás iban pasando, ella se antojó y presentó la prueba: “Me llamo Sandra Melissa Torres, tengo 28 años y vivo en Villatina La Torre”.
Horas después llegó a su casa a burlarse de ella misma con su familia: que para hacer cine había que ser muy lindo, muy alto y muy mono. Que cómo se le fue a ocurrir. Que tan charra, que todas esas esperanzas de dónde y por qué, le dijeron sus familiares. Ella “se regaló”: cuando quiso hacer la prueba le dijeron que no porque debía tener más de treinta años y estaba convencida de que había hecho el ridículo, pero lo recordó con risas. Su familia le ayudó con más chistes y burlas inofensivas: este gato tiene todos los males, le repitieron. Su esposo, en cambio, no paró de decirle que si la dejaron hacer la prueba fue por algo. A los días, la llamaron para un casting.
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Fueron ocho meses de conversaciones y pruebas para evaluar si era la indicada. “Me pusieron a mirar por una ventana, a hablar de mí, a convencer a alguien de que me prestara una plata, pero no me dijeron si les gustó o no”, contó Torres, que hasta que no tuvo una escena en la que se bloqueó delante de la que sería su hija en la película, dimensionó lo que aceptó hacer. “Yo a los rodajes fui con todo aprendido; pero después de varias equivocaciones, me fui a esconder para llorar. El equipo de la película se dio cuenta y una de ellas me abrazó. Les ofrecí excusas y casi que renuncié. No me sentía capaz de quitarles más tiempo. Me respondieron que no me podía derrotar así, que yo era una actriz y que tenía potencial. Yo me la creí”.
Ensayaron un mes y rodaron durante otro más. Los planos de la película se centraron en ella, en sus gestos. Simón Mesa Soto, el director, explicó que así lo decidieron porque las películas de época eran muy caras. Y Torres lo tomó con frescura: le explicaron trucos para no intimidarse delante de las cámaras y ella los aplicó todos. ¿Y cómo planeó las escenas del llanto?, le pregunté. “Pasa que uno tiene cola, tiene historia”, me respondió. “¿Es en serio?”, le reclamó al equipo de producción cuando le recordaron esos episodios que contó durante los ocho meses en los que estuvo en las pruebas. Le pidieron perdón y le aclararon que los gestos que sobresalían en ella al recordar eran los que necesitaban. Ella entendió y obedeció: el llanto salió sin dificultad.
Los rodajes duraron doce horas aproximadamente por cada día. Contó que la cuidaron, que comió muy bien y que se divirtió tanto como para pensar en seguir actuando.
Al comienzo, a Torres le contaron que habría algunas escenas de sexo y algo de desnudos. Dijo que sí, que si había que quitarse la ropa, se la quitaba, pero confesó que lo hizo para ganarse el papel o para confirmarles que habían tomado una buena decisión al elegirla. Cuando llegó el momento, que fue al final de todas las escenas, la apartaron y le dijeron: hoy vamos con una de sexo. Se quedó muda y no pudo contener las lágrimas: recordó momentos desagradables de su pasado y se acomplejó por sus senos que, según ella, eran muy pequeños. “Se van a burlar de mí”, pensó. El equipo le mostró fotografías de modelos y actrices con busto pequeño que eran reconocidas por su trabajo y su belleza. La escena se hizo.
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“Simón fue muy flexible y me dio mucha confianza”, contó. Aunque sí lo reconoció como una figura de autoridad que, además, la guió durante todo el rodaje, aclaró que, a pesar de que es un hombre de pocas palabras, siempre le habló a todo el equipo con respeto y se proyectó “muy cálido. Me hizo sentir refugiada y eso fue muy importante. Es que yo de cine no sé nada”.
En una de las proyecciones de Amparo en el Festival de Cine de Cartagena, el equipo de la película reconoció, muy insistentemente, el compromiso de Torres con su papel y el proyecto en general. Los aplausos duraron varios segundos. Ella explicó que lo tomó como cualquier otro trabajo.
Torres viajó a Cannes y estuvo con Mesa Soto durante la Semana de la Crítica del festival. Como si fuese cualquier otro evento, se alistó para una ceremonia en la que premiarían a los que sí sabían de cine y habían estudiado para eso, según ella. No entendió nada: los demás hablaron en inglés y francés, así que cuando fueron a dar el premio a mejor actriz, alguien le avisó. A ella le dio risa: “Qué me voy a ganar esto si no soy actriz”, y escuchó que decían: “Sandra Melissa Torres”. “Veee, vee, te llamaron. ¡Ganasteee!”, y ella, en medio de un shock que aún siente, se levantó por su premio.
En su familia le dicen Gato. El cabello le llega a las caderas y lo mueve de lado a lado cuando está nerviosa o emocionada. Se siente atrevida contando algunas intimidades, pero no se frena, mejor se ríe. Muestra los dientes y habla con la misma velocidad con la que se frota las manos. Cuando no recuerda, achina los ojos. Se demora un rato: “Espera y verás”, dice, y salta de la silla cuando logra acordarse de ese detalle que le parece tan importante mencionar. Aún no se convence totalmente de que fue la gran protagonista, la actriz que no sabía que era actriz, la que vendía eléctricos y terminó en Cannes. No tenía pasaporte ni había montado en avión.
A su esposo le dice Vane (por Vanegas), y se hacen bromas de vez en vez, como alimentando una complicidad notoria. Son padres de Emiliano y Juan José, así que a diario se levantan a las 7 de la mañana a “despacharlos” para el colegio: desayunan calentado con arepa o fritan huevos que acompañan con chocolate. De rutina en rutina se van preparando para un domingo de descanso con bandeja paisa, el plato favorito de Torres, que construyó un protagónico tan sólido como su fe en la existencia de Dios.