Santander de Quilichao: la música que silencia balas
En el norte del Cauca, la música tradicional se ha convertido en una herramienta sanadora y de resistencia ante la violencia y la guerra.
Danelys Vega Cardozo
Es un día de fiesta en Santander de Quilichao, en el norte del Cauca. En el parque Francisco de Paula Santander, el principal del municipio, varias personas se reúnen bajo un encuentro musical, gastronómico y artesanal. Mientras tanto, en la Cámara de Comercio algunas agrupaciones esperan su turno para ingresar al auditorio y presentar sus propuestas ante programadores y productores nacionales y regionales. Cuando por fin les llega su oportunidad, hay un protocolo que se repite: diapositivas que dan cuenta de quiénes son, de su trayectoria musical y logros, entre otros datos. “Haber estado en el Teatro Julio Mario Santo Domingo fue un gran logro para nosotros”, dice una mujer vestida con traje morado, integrante de Dejando huellas, agrupación ganadora en 2015 del Petronio Álvarez, en la categoría Violines caucanos. Aquello parece un mercado musical que permite conocer al mismo tiempo los esfuerzos por rescatar las tradiciones afros y caucanas a través del arte y las opciones para hacer frente a la violencia.
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Es un día de fiesta en Santander de Quilichao, en el norte del Cauca. En el parque Francisco de Paula Santander, el principal del municipio, varias personas se reúnen bajo un encuentro musical, gastronómico y artesanal. Mientras tanto, en la Cámara de Comercio algunas agrupaciones esperan su turno para ingresar al auditorio y presentar sus propuestas ante programadores y productores nacionales y regionales. Cuando por fin les llega su oportunidad, hay un protocolo que se repite: diapositivas que dan cuenta de quiénes son, de su trayectoria musical y logros, entre otros datos. “Haber estado en el Teatro Julio Mario Santo Domingo fue un gran logro para nosotros”, dice una mujer vestida con traje morado, integrante de Dejando huellas, agrupación ganadora en 2015 del Petronio Álvarez, en la categoría Violines caucanos. Aquello parece un mercado musical que permite conocer al mismo tiempo los esfuerzos por rescatar las tradiciones afros y caucanas a través del arte y las opciones para hacer frente a la violencia.
Porque, a pesar de que el domingo 2 de octubre la gente ha regresado al parque, después de dos años de virtualidad, para gozarse el Festival de Mestizaje -una iniciativa de la Fundación Colombina y el Comité Cultural Armonía Caucana, que promueve la pluriculturalidad y el fortalecimiento del tejido social por medio de la música-, lo cierto es que hace tan solo un mes Santander de Quilichao era epicentro de noticias debido al asesinato de seis personas. Para ese entonces Iván Carvajal, consultor de seguridad de este municipio, mencionó en La W que “una de cada cuatro masacres en el departamento del Cauca sucede en Santander de Quilichao”. Y es que, si tenemos en cuenta las tasas de homicidio de los últimos cinco años en el norte del Cauca, este municipio lidera la lista. Aquí, en 2021, fueron asesinadas 99 personas, sin mencionar que en 2019 esta cifra se elevó a 126, la más alta desde 2017. Quizá por eso, desde el 4 de diciembre de 2019, la Defensoría del Pueblo emitió la Alerta temprana 048/19.
En aquel documento de 26 páginas, la entidad encargada de la protección y defensa de los derechos humanos manifestaba que el 61,9 % de la población de Santander de Quilichao se encontraba en situación de riesgo, desde indígenas, afrodescendientes, campesinos, víctimas del conflicto armado, hasta niños y adolescentes, ente otros. Este territorio es considerado un punto estratégico para el narcotráfico y los actores armados ilegales debido a su ubicación. Y es que en el norte del Cauca están presentes las columnas “Jaime Martínez” y “Dagoberto Ramos”, de las disidencias de las Farc y el Eln. La alerta continúa: el 17 de agosto de 2022 la Defensoría del Pueblo lanzó una nueva (019/22), aunque esta vez también incluyó a los municipios de Caldono y Buenos Aires, en donde “se evidencia la exacerbación del conflicto armado y la violencia por la disputa territorial”.
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Y, entonces, la música pareciera brindar un momento de paz en las calles de Santander de Quilichao. Porque, aunque no se puede negar la violencia presente en este territorio, tampoco se puede dejar a un lado su riqueza cultural y musical. Y el día del Festival de Mestizaje la gente grita, no de horror, sino de alegría, al ver y escuchar a las agrupaciones que se presentan en una tarima negra ubicada en el parque Francisco de Paula Santander. Algunos asistentes se encuentran de pie y bailan, mientras que otros observan todo desde sus sillas de plástico blancas o desde algún rincón del parque. Los niños y jóvenes son protagonistas no por empuñar un arma, sino por tocar una flauta, como dan cuenta los integrantes de la agrupación Caña dulce. “El arte salva vidas”, diría el director de aquel grupo.
De hecho, la música fue lo que alejó a Rónal Balanta -más conocido por su proyecto “Chambimbe”, que fusiona la música afro e indígena con la electrónica-, de caminos ligados a la droga o el narcotráfico. “Cuando crearon la escuela de música, éramos pelados que pudimos haber cogido otro camino, pero llegaron esas oportunidades de saber que eras bueno para algo, para la música, y cuando menos lo pensaste ella se volvió parte de tu vida (…) La música, al final, nos salva. Pienso que puedo dar testimonio de eso”.
Propuestas musicales como las de “Chambimbe” también se convirtieron en un ejemplo para seguir, en nuevas opciones para elegir, porque como asevera Leonardo Reyes, integrante de Tumbafro, “cuando uno se mete en esta música las armas no están en tus manos, porque ella sana, purifica. Es una manera de decirles a los jóvenes que hay cosas diferentes y apasionantes sin que sean desordenadas”. Y es que para él la música tradicional transmite paz y propicia entornos libres de violencia y muertes.
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Aquí la música es paz. Es una herramienta para expresar anhelos por un país mejor, como lo hicieron en 2018 las integrantes de Cantoras de Manato a través de su interpretación de la canción inédita Colombia libre, compuesta por Getzer Córdoba Palacios, que las llevó a ganar ese año el Petronio Álvarez en la categoría Mejor canción de memoria y reconciliación. “Entendemos que el Cauca ha sido muy pisoteado por la violencia, pero por medio de la música se puede sanar, se pueden transmitir mensajes de paz que restauren esa lucha ancestral, entendiendo que la lucha cantada también es resistencia. Desde el tambor, desde esas composiciones de paz, podemos transmitir un mensaje diferente, para que todo ese contexto negativo y de violencia cambie, mejore”.
En el norte del Cauca se ha empleado la música como una manera de defender el territorio de intereses particulares, como aquellos que involucran la explotación de sus recursos naturales. Fue así como surgió hace algunos años la canción Mi compadre no se va, de la agrupación Caña Brava, del corregimiento La Toma (Suárez, Cauca). Míralo bien compadrito, mira lo que vas a hacer/ El territorio de La Toma lo vamos a proteger/ contra multinacionales que nos quieren desplazar. / Y de las transnacionales no nos dejamos sacar. / Explotemos nuestro oro de forma tradicional. / Nos respeten sus culturas y que nos dejen en paz.
“El municipio de Suárez es altamente mirado por grupos al margen de la ley, pero a nuestro territorio ha sido difícil que ellos se arraiguen, porque hay una idiosincrasia en nosotros: la persona que llegue allí tiene que pasar por un reglamento estipulado en el consejo comunitario. Entonces, los violentos sí entran al corregimiento, pero no se quedan ahí”, comenta Édgar González Ambuila, mánager de Caña Brava, tricampeón del Petronio Álvarez.
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Aquí el arma más poderosa no es la que mata, sino la que encamina vidas: la música. Por eso se ha convertido quizás en sinónimo de esperanza. “Nosotros queremos que los niños, los jóvenes, las generaciones venideras, conozcan la riqueza de la música tradicional para evitar que se empuñen armas en las manos”, explica Leonardo Reyes. “La música se convierte en un acto de resistencia. Estamos tratando de que, con nuestra música y enseñanzas, los más pequeños y los jóvenes se inmiscuyan en la música para generar cultura y, a través de ella, paz. De alguna forma la cultura sensibiliza el alma”, menciona Rónal Balanta.
Almas que quizá también se sensibilizaron durante su presentación en el Festival de Mestizaje. Mientras una pantalla envolvía a los asistentes entre imágenes a blanco y negro acompañadas de colores rojos y verdes, Balanta tocaba la flauta y otros instrumentos, o a veces cantaba o movía una consola, encargada de dar ese toque electrónico a su música. Y entonces ocurrió que una señora descalza, vestida con falda de jean y un top cubierto por un chaleco se subió a la tarima a bailar de un lado para otro. En algunos momentos se ponía las manos en la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba presenciando, en otros aprovechaba para enviarle besos al artista. Mientras tanto, cerca de la tarima, una joven con trenzas bailaba en compañía de una niña, quien trataba de imitar sus pasos. En otra parte, una señora le decía a una foránea que de ahora en adelante tenía “una amiga en Santander de Quilichao”.
El cielo se volvió naranja y la música se silenció, pero el río Quilichao, que pasa por el parque Simón Bolívar, siguió sonando. Las nueve horas de festival habían llegado a su fin. El fin no ha llegado para la violencia, pero al menos hay música para resistir.