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<<Admirable séparation des fonctions, qui peut encore aller plus loin, comme chez cette malade, presque séparée de sa mégalomanie, que ses voix appellent “reine” - “Tu es reine, tu as des droits sur le trône” - et qui, surprise, dit au médecin : “Mais je ne veux pas le croire, docteur, dans notre famille nous avons toujours été bons républicains”>>1.
En su trilogía “Santos, locos, caníbales”, publicada en La Haya entre 1969 y 1981, Hindebaldus Pekkerman parte de las intuiciones de Huizinga sobre el papel de la locura en la civilización occidental para esbozar una tipología exhaustiva de la marginalidad, ilustrada con documentos de todos los rincones del mundo, desde los poemas de los indios navajos hasta los acertijos de los aborígenes australianos, desde los hechizos de la población ainu hasta los gritos obscenos del folclore húngaro, desde las baladas de Villon hasta El cegamiento3 de Canetti. Interesado en todo lo inusual, excéntrico, raro, Pekkerman propone una verdadera enciclopedia del no conformismo, trayendo ante el lector magos, faquires, ventrílocuos, locos por Cristo, derviches, brujos, trovadores, curas, chamanes, carteristas, admiradores de Maquiavelo, expertos en venenos, zoófilos, zombis, marines, fetichistas, narcisistas, proxenetas, nazis, satánicos, comunistas, lacanianos, vampiros, estranguladores de ancianos, profanadores de tumbas, espías, conserjes, toreros, mormones, enanos, coleccionistas de sellos, santos sin lengua o dependientes de Wagner. Dado que el espacio del que disponemos no nos permite discutir extensamente sobre el excepcional tratado de Pekkerman, nos detendremos solo en la forma en que en él se abordan las diversas manifestaciones de la locura.
Según Pekkerman, hay tres grandes interpretaciones propuestas para la locura a lo largo de la historia de la humanidad. En una primera etapa, el loco es considerado un mensajero sagrado, el portador de verdades que los dioses destinan a los mortales después de su retirada del mundo. Su función es eminentemente religiosa, es un asceta que sacrifica sus experiencias personales para ponerse totalmente al servicio de las potencias celestiales, inmolando su interioridad y convirtiéndose en un simple peón de los planes divinos. Su comportamiento extraño, iconoclasta, profundamente histriónico, está motivado por la carga de esas verdades que lleva consigo y que lo superan. Él es diferente de las personas comunes porque está marcado por la opresiva cercanía de la divinidad, porque siempre siente la mirada que lo señala sin cesar. Prisionero de poderes que no controla, acepta con resignación su destino, llevando con estoicismo la máscara de chiflado.
En una segunda etapa, se reevalúa el papel del loco. Los portadores de mensajes religiosos adquieren otro estatus, se ven obligados a demostrar un comportamiento impecable, integrándose incluso en el corazón de los dispositivos de control de la sociedad, rechazando cualquier salida iconoclasta. El loco sigue siendo un marginado, pero esta vez se le priva de su aureola sagrada, se le envía al grupo de vagabundos, rateros, simples perdedores, sin que su existencia nunca parezca marcada por la presencia de algún significado trascendental. Se convierte en un desecho, un desperdicio inexplicable, un simple error natural. Para que su existencia no se convierta en un escándalo inaceptable, debe ser tratado o eliminado. La enfermedad que lleva consigo se considera intolerable, porque representa una caricatura de la humanidad, la imitación demoníaca del retrato de Adán.
En la tercera etapa, la que, según Pekkerman, hemos llegado a vivir, se le asigna al loco una función estética, debe suplir la falta de creatividad de los llamados artistas oficiales, incapaces de despertar ni siquiera la más mínima emoción en el público. La humanidad decadente, carente de vitalidad o de cualquier estremecimiento sagrado, demuestra ser incapaz de dotarse con un arte a la altura de las épocas anteriores. El diagnóstico de Hegel se cumple, la muerte del arte se constata debidamente, los últimos pretendidos artistas son jubilados por decreto gubernamental. Pero entre los cada vez menos individuos cultivados persiste una nostalgia por el arte que las obras maestras del pasado no pueden satisfacer por completo. Sus miradas desorientadas, privados de los objetos estéticos canonizados, se dirigen sobre los locos, descubriendo en los síntomas de su enfermedad una forma de creatividad desviada de su sentido natural, pero aún viva, fresca, tumultuosa. Sin tener acceso al arte en el sentido al que están acostumbrados, se conforman con contemplar a los locos.
Original en rumano: “Sfinţi, nebuni, canibali” Traducción al español de Miguel Ángel Gómez Mendoza. Profesor Universidad Tecnológica de Pereira-Colombia.
1 <<Admirable separación de funciones, que puede ir aún más lejos, como en el caso de esta enferma, casi separada de su megalomanía, a la que sus voces llaman “reina”, -“Eres reina, tienes derechos sobre el trono”- y que, sorprendida, le dice al médico: “Pero no quiero creerlo, doctor, en nuestra familia siempre hemos sido buenos republicanos” >>. (Traducción libre. N. del T.). Henri Michaux, La connaissance par les gouffres, París, Gallimard, 1984, p. 249.
2 Original en alemán: Die Blendung (1936) (N. del T.).