Sebastián Sanjuán: “La infancia es invisibilizada en toda Colombia”
La obra “Hasta que deje de llover”, centrada en la desaparición y dirigida y escrita por Sebastián Sanjuán, se presenta hasta este sábado 12 de noviembre, a las 8:00 p.m., en el teatro La Sala.
Danelys Vega Cardozo
Hablemos un poco sobre el nombre de la obra: “Hasta que deje de llover”.
El título fue lo último que escribí. La obra gira alrededor de un drama familiar: la desaparición de una niña de once años y narra las 72 horas de búsqueda en las que se le detiene la vida a quienes están buscándola e incluso a ella misma. Entonces, hay una asociación que hago con la lluvia, con el diluvio; con todas las fases de tiempo de invierno, en donde a veces llueve más y en otras ocasiones solo caen gotas, aunque en realidad todo es una lluvia constante en donde uno solo está esperando a que salga el sol (ni siquiera sabes si va a salir o no), en la obra siempre se está esperando a que deje de llover.
¿Por qué se interesó en hacer una obra relacionada con la desaparición en nuestro país?
Todo empezó debido a esta problemática que ocurrió hace algunos meses: el hallazgo de cuerpos en bolsas de basura. Solo podía pensar en qué pasaría con mi familia y mi círculo cercano si fuera uno de esos cuerpos. Ese fue el gatillo inicial, y así empezó todo este universo.
Pero se centró fue en la desaparición infantil…
Sí, porque hay también una relación con mi infancia: a esta obra la llamo mi autoficción, porque, aunque no cuenta mi historia de vida, sí la forma en como veo la infancia, un lugar mágico, lleno de fantasía (en donde todo puede pasar), pero también es doloroso, una etapa en donde eres invisibilizado y no tienes ni voz ni voto. Por eso quería hacer una reconciliación con mi niño interno y mezclé ambos temas: la desaparición y mi infancia.
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¿Y su infancia fue así como la describe?
No solo la mía, estoy tentado a pensar que la infancia es invisibilizada en toda Colombia (lo infantil es invisible ante los ojos de nuestra sociedad). La niñez no importa, lo que importa es darles un beneficio económico: sacarlos adelantes en términos de educación, alimento y vivienda, pero realmente no hay una preocupación profunda alrededor de su mundo psicológico y la forma en cómo los tratamos. Siento que la infancia -casi que poniendo la voz de muchos compañeros y personas con las que he hablado y que se han devuelto a su infancia viéndola con dolor- tiende a ser menospreciada por todas las instituciones, desde el colegio, la misma Iglesia (solo a cierta edad se puede consumir la comunión) y la familia (se les dicen a los niños: “No te metas en conversaciones de adultos”).
Como si los niños no tuvieran voz…
Exacto. Para el adulto los niños son casi como una máquina de sus propios procesos, pero ellos tienen un montón de cosas que contar, de heridas y sueños. Todo esto lo he ido descubriendo a través de un proyecto que se llama La Diva Teatral: construyendo paz y cuidado, en donde trabajamos con niños entre los seis y 12 años, allí nos hemos encontrado con sus voces que nos dicen: “Es que a mí no me escuchan en la casa. A mí me golpean y ya, y solo para eso estoy”.
¿Y por qué cree que en nuestra sociedad tendemos a invisibilizar a los niños?
Porque el concepto de niñez es muy nuevo. En plena Revolución Industrial los niños eran contratados para los oficios que un adulto no podía hacer (cuando querían limpiar una tubería, no cabía el meñique de un adulto, pero sí el de un niño). Con la explotación de ellos en esta época y con el nacimiento de la psicología empezaron a ocurrir fenómenos que reivindican sus derechos y voces. Entonces, todo es muy nuevo (finales del siglo XIX y principios del siglo XX), así que estamos atrasados y tenemos una deuda histórica social con los niños y estamos en camino de saldarla.
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Usted es psicólogo. ¿Cómo afecta a los niños ser víctima de desaparición?
En los primeros años de vida nosotros establecemos un vínculo con nuestros cuidadores, entonces cuando estamos en una situación de peligro lo primero que buscamos es esa base segura (poder retornar a ella). La desaparición es compleja porque no se puede volver a esa base que brinda cuidado y protección, entonces es un momento de mucho malestar para el infante y ese es uno de los temas que tocamos en la obra, porque aquí hablamos de dos mundos: el de los encontrados y el de los perdidos. En el primero se encuentra Esperanza, la mamá de la niña, haciendo todo lo posible para encontrar a su hija (ella vive la tormenta desde su perspectiva). En el segundo hallamos a Rocío, la niña, quien está en un mundo mucho más fantasioso, aunque al mismo tiempo está muy preocupada (a pesar de que en cada escena que aparece está jugado también está buscando a su mamá, haciendo esfuerzos para volver a su casa). Entonces, en la obra también podemos encontrar mi visión acerca de cómo los niños se enfrentan a una desaparición.
Como mencionaba al inicio, en la obra la madre de la niña tiene que esperar 72 horas para que empiecen a buscarla. ¿Qué piensa de la efectividad de los mecanismos de búsqueda en el país?
Entiendo la ventana de 72 horas en tanto una persona puede tomar la decisión de alejarse un rato de su círculo (por eso se espera ese rango de tiempo). En el caso de los niños la situación es completamente distinta porque la idea es que siempre estén acompañados de un cuidador, así no sean sus padres, pero sí alguien que reconozcan como una base segura. Considero que hay que revisar que no es normal ni seguro que un niño no esté cerca de alguien que dé información. Con respecto a la obra, también está la posición de la mamá, quien es como mi voz, en donde ella se cuestiona estos mecanismos, se pregunta: “¿Por qué tengo que esperar 72 horas, si en la primera hora pudo haberle pasado algo?”.
En la obra Esperanza termina siendo señalada por la policía como negligente y, por lo tanto, como la culpable de la desaparición de su hija…
Así es. En la obra pasa que Esperanza tiene un historial con respecto al cuidado de Rocío. Aquí vemos también cómo la sociedad juzga el rol materno: a las mamás siempre las critican, pero en últimas a nadie le enseñan a ser mamá, y el peso del juicio suele ser muy fuerte. En la obra, para intentar salirse de esta insistencia de Esperanza, lo que hacen es “devolverle la flecha a ella” y decirle: “No vamos a activar los mecanismos porque es posible que usted haya hecho algo, es más, vamos a investigarla”.
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Es más fácil echarle la culpa al otro…
Pues sí, acá siempre estamos lanzándonos baldados entre todos para no asumir las responsabilidades propias. Esa es la belleza del teatro: uno siempre está llevando a escena la vida misma. Una obra que habla sobre desaparición, la infancia y el rol materno termina hablando de otra cantidad de factores como el que mencionas: no asumir culpas.
¿Qué enseñanza cree que podría dejar “Hasta que deje de llover”?
No sé si deje alguna enseñanza, mi invitación con mi trabajo, en estos momentos de mi vida, va orientado a abrir un espacio de reflexión. Para mí el teatro es de total incomodidad, un lugar en donde el espectador sienta que está viendo la vida misma, que es incómoda (también es bello ver eso porque es humano). Nosotros los seres humanos somos pasionales y no vemos una cantidad de cosas internas que terminamos reflejando en otros y poderlo ver en teatro es maravilloso. Entonces la obra a lo que invita es a reflexionar y, sobre todo, reivindicar el rol de los niños en la sociedad.
¿Y qué reflexión le ha dejado a usted?
Es mirar para adentro. Una vez terminé de escribir “Hasta que deje de llover” como que no había mucha pretensión, pero, cuando los actores tomaron a los personajes, la obra me empezó a mostrar lo que había ahí de mí; cosas inconscientes comenzaron a aparecer: gritos de ayuda, un reencuentro con mi niño interno, identificación de mi relación con mi mamá y reconocimiento de las formas en las que “piloteé” los momentos críticos de mi infancia (el proceso realmente me llevó a un lugar de reconocimiento propio).
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Como mirarse al espejo…
Mirar para adentro… difícil. Esa es otra de las bellezas del teatro: siempre estamos mirando para adentro. Esta obra la escribí y la pongo en escena yo, pero el espectador también se ve ahí. Una de las cosas con las que nos hemos encontrados en las conversaciones que sostenemos al final con el público es que se sienten muy conmovidos, conectados, porque ven a los niños que tienen por dentro, o recuerdan situaciones que tienen en casa o a su mamá, entonces es poner en escena la vida para que todos podamos vernos ahí.
Hablemos un poco sobre el nombre de la obra: “Hasta que deje de llover”.
El título fue lo último que escribí. La obra gira alrededor de un drama familiar: la desaparición de una niña de once años y narra las 72 horas de búsqueda en las que se le detiene la vida a quienes están buscándola e incluso a ella misma. Entonces, hay una asociación que hago con la lluvia, con el diluvio; con todas las fases de tiempo de invierno, en donde a veces llueve más y en otras ocasiones solo caen gotas, aunque en realidad todo es una lluvia constante en donde uno solo está esperando a que salga el sol (ni siquiera sabes si va a salir o no), en la obra siempre se está esperando a que deje de llover.
¿Por qué se interesó en hacer una obra relacionada con la desaparición en nuestro país?
Todo empezó debido a esta problemática que ocurrió hace algunos meses: el hallazgo de cuerpos en bolsas de basura. Solo podía pensar en qué pasaría con mi familia y mi círculo cercano si fuera uno de esos cuerpos. Ese fue el gatillo inicial, y así empezó todo este universo.
Pero se centró fue en la desaparición infantil…
Sí, porque hay también una relación con mi infancia: a esta obra la llamo mi autoficción, porque, aunque no cuenta mi historia de vida, sí la forma en como veo la infancia, un lugar mágico, lleno de fantasía (en donde todo puede pasar), pero también es doloroso, una etapa en donde eres invisibilizado y no tienes ni voz ni voto. Por eso quería hacer una reconciliación con mi niño interno y mezclé ambos temas: la desaparición y mi infancia.
Le invitamos a leer: “La gente en ambientes hostiles cree que las buenas personas son bobas”
¿Y su infancia fue así como la describe?
No solo la mía, estoy tentado a pensar que la infancia es invisibilizada en toda Colombia (lo infantil es invisible ante los ojos de nuestra sociedad). La niñez no importa, lo que importa es darles un beneficio económico: sacarlos adelantes en términos de educación, alimento y vivienda, pero realmente no hay una preocupación profunda alrededor de su mundo psicológico y la forma en cómo los tratamos. Siento que la infancia -casi que poniendo la voz de muchos compañeros y personas con las que he hablado y que se han devuelto a su infancia viéndola con dolor- tiende a ser menospreciada por todas las instituciones, desde el colegio, la misma Iglesia (solo a cierta edad se puede consumir la comunión) y la familia (se les dicen a los niños: “No te metas en conversaciones de adultos”).
Como si los niños no tuvieran voz…
Exacto. Para el adulto los niños son casi como una máquina de sus propios procesos, pero ellos tienen un montón de cosas que contar, de heridas y sueños. Todo esto lo he ido descubriendo a través de un proyecto que se llama La Diva Teatral: construyendo paz y cuidado, en donde trabajamos con niños entre los seis y 12 años, allí nos hemos encontrado con sus voces que nos dicen: “Es que a mí no me escuchan en la casa. A mí me golpean y ya, y solo para eso estoy”.
¿Y por qué cree que en nuestra sociedad tendemos a invisibilizar a los niños?
Porque el concepto de niñez es muy nuevo. En plena Revolución Industrial los niños eran contratados para los oficios que un adulto no podía hacer (cuando querían limpiar una tubería, no cabía el meñique de un adulto, pero sí el de un niño). Con la explotación de ellos en esta época y con el nacimiento de la psicología empezaron a ocurrir fenómenos que reivindican sus derechos y voces. Entonces, todo es muy nuevo (finales del siglo XIX y principios del siglo XX), así que estamos atrasados y tenemos una deuda histórica social con los niños y estamos en camino de saldarla.
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Usted es psicólogo. ¿Cómo afecta a los niños ser víctima de desaparición?
En los primeros años de vida nosotros establecemos un vínculo con nuestros cuidadores, entonces cuando estamos en una situación de peligro lo primero que buscamos es esa base segura (poder retornar a ella). La desaparición es compleja porque no se puede volver a esa base que brinda cuidado y protección, entonces es un momento de mucho malestar para el infante y ese es uno de los temas que tocamos en la obra, porque aquí hablamos de dos mundos: el de los encontrados y el de los perdidos. En el primero se encuentra Esperanza, la mamá de la niña, haciendo todo lo posible para encontrar a su hija (ella vive la tormenta desde su perspectiva). En el segundo hallamos a Rocío, la niña, quien está en un mundo mucho más fantasioso, aunque al mismo tiempo está muy preocupada (a pesar de que en cada escena que aparece está jugado también está buscando a su mamá, haciendo esfuerzos para volver a su casa). Entonces, en la obra también podemos encontrar mi visión acerca de cómo los niños se enfrentan a una desaparición.
Como mencionaba al inicio, en la obra la madre de la niña tiene que esperar 72 horas para que empiecen a buscarla. ¿Qué piensa de la efectividad de los mecanismos de búsqueda en el país?
Entiendo la ventana de 72 horas en tanto una persona puede tomar la decisión de alejarse un rato de su círculo (por eso se espera ese rango de tiempo). En el caso de los niños la situación es completamente distinta porque la idea es que siempre estén acompañados de un cuidador, así no sean sus padres, pero sí alguien que reconozcan como una base segura. Considero que hay que revisar que no es normal ni seguro que un niño no esté cerca de alguien que dé información. Con respecto a la obra, también está la posición de la mamá, quien es como mi voz, en donde ella se cuestiona estos mecanismos, se pregunta: “¿Por qué tengo que esperar 72 horas, si en la primera hora pudo haberle pasado algo?”.
En la obra Esperanza termina siendo señalada por la policía como negligente y, por lo tanto, como la culpable de la desaparición de su hija…
Así es. En la obra pasa que Esperanza tiene un historial con respecto al cuidado de Rocío. Aquí vemos también cómo la sociedad juzga el rol materno: a las mamás siempre las critican, pero en últimas a nadie le enseñan a ser mamá, y el peso del juicio suele ser muy fuerte. En la obra, para intentar salirse de esta insistencia de Esperanza, lo que hacen es “devolverle la flecha a ella” y decirle: “No vamos a activar los mecanismos porque es posible que usted haya hecho algo, es más, vamos a investigarla”.
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Es más fácil echarle la culpa al otro…
Pues sí, acá siempre estamos lanzándonos baldados entre todos para no asumir las responsabilidades propias. Esa es la belleza del teatro: uno siempre está llevando a escena la vida misma. Una obra que habla sobre desaparición, la infancia y el rol materno termina hablando de otra cantidad de factores como el que mencionas: no asumir culpas.
¿Qué enseñanza cree que podría dejar “Hasta que deje de llover”?
No sé si deje alguna enseñanza, mi invitación con mi trabajo, en estos momentos de mi vida, va orientado a abrir un espacio de reflexión. Para mí el teatro es de total incomodidad, un lugar en donde el espectador sienta que está viendo la vida misma, que es incómoda (también es bello ver eso porque es humano). Nosotros los seres humanos somos pasionales y no vemos una cantidad de cosas internas que terminamos reflejando en otros y poderlo ver en teatro es maravilloso. Entonces la obra a lo que invita es a reflexionar y, sobre todo, reivindicar el rol de los niños en la sociedad.
¿Y qué reflexión le ha dejado a usted?
Es mirar para adentro. Una vez terminé de escribir “Hasta que deje de llover” como que no había mucha pretensión, pero, cuando los actores tomaron a los personajes, la obra me empezó a mostrar lo que había ahí de mí; cosas inconscientes comenzaron a aparecer: gritos de ayuda, un reencuentro con mi niño interno, identificación de mi relación con mi mamá y reconocimiento de las formas en las que “piloteé” los momentos críticos de mi infancia (el proceso realmente me llevó a un lugar de reconocimiento propio).
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Como mirarse al espejo…
Mirar para adentro… difícil. Esa es otra de las bellezas del teatro: siempre estamos mirando para adentro. Esta obra la escribí y la pongo en escena yo, pero el espectador también se ve ahí. Una de las cosas con las que nos hemos encontrados en las conversaciones que sostenemos al final con el público es que se sienten muy conmovidos, conectados, porque ven a los niños que tienen por dentro, o recuerdan situaciones que tienen en casa o a su mamá, entonces es poner en escena la vida para que todos podamos vernos ahí.