Selma: una lucha por la vida, la justicia y la dignidad
La movilización social entre Selma y Montgomery pasó a la historia como una de las conquistas más importantes del Movimiento de Defensa de los Derechos Civiles. Si bien en Estados Unidos continúa la lucha por el respeto a la vida y a la dignidad de la población negra, pues la violencia y la discriminación aún hacen parte del día a día, la marcha marcó su lugar en el imaginario colectivo del país. La película Selma: el poder de un sueño narra el esfuerzo social detrás de esta manifestación.
María José Noriega Ramírez
Una mujer tiene en sus manos un formulario con el que espera registrarse para poder votar. El documento pide información personal básica: nombre, apellido, sexo, raza y nivel de estudios. Ella escribe: Cooper Annie Lee, femenino, afroamericana, séptimo grado (como máximo nivel educativo) y carencia de educación universitaria. Con un ritmo pausado, pero con entonación firme, empieza a recitar el preámbulo de la Constitución Política de Estados Unidos, “los ciudadanos, con el objeto de formar una unión más perfecta, que se haga justicia, asegurar tranquilidad doméstica, aportar a la defensa común, promover el bienestar general...”, y de un momento a otro la interrumpen, la callan. Le preguntan cuántos jueces de condado hay en Alabama y su respuesta, tajante y sin vacilaciones, es “sesenta y siente”. Ante la seguridad de lo que estaba diciendo, el funcionario de la oficina de registro se dio a la tarea de encontrar en ella un punto débil, y si no lo hallaba, se propuso imponérselo. “Menciónelos”, le dijo. El silencio se adueñó del lugar y Annie Lee Cooper bajó la mirada. Un sello, que en letras rojas y en mayúscula decía rechazado, manchó el formulario de quien sería una de las activistas del Movimiento de Defensa de los Derechos Civiles en la marcha de Selma hasta Montgomery, en Alabama.
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Una mujer tiene en sus manos un formulario con el que espera registrarse para poder votar. El documento pide información personal básica: nombre, apellido, sexo, raza y nivel de estudios. Ella escribe: Cooper Annie Lee, femenino, afroamericana, séptimo grado (como máximo nivel educativo) y carencia de educación universitaria. Con un ritmo pausado, pero con entonación firme, empieza a recitar el preámbulo de la Constitución Política de Estados Unidos, “los ciudadanos, con el objeto de formar una unión más perfecta, que se haga justicia, asegurar tranquilidad doméstica, aportar a la defensa común, promover el bienestar general...”, y de un momento a otro la interrumpen, la callan. Le preguntan cuántos jueces de condado hay en Alabama y su respuesta, tajante y sin vacilaciones, es “sesenta y siente”. Ante la seguridad de lo que estaba diciendo, el funcionario de la oficina de registro se dio a la tarea de encontrar en ella un punto débil, y si no lo hallaba, se propuso imponérselo. “Menciónelos”, le dijo. El silencio se adueñó del lugar y Annie Lee Cooper bajó la mirada. Un sello, que en letras rojas y en mayúscula decía rechazado, manchó el formulario de quien sería una de las activistas del Movimiento de Defensa de los Derechos Civiles en la marcha de Selma hasta Montgomery, en Alabama.
Antes de que se convocara a la movilización que reunió a los estadounidenses en nombre de la dignidad y la justicia, las autoridades negaban de forma sistemática el derecho al voto de la comunidad afroamericana, en el sur de Estados Unidos. En forma de rechazo a la solicitud de registro, sin el cual no se podía votar, o en forma de hostigamiento contra las pocas personas que sí estaban registradas y sí lo podían hacer, la verdad era que existía una premisa básica: dejar por fuera del debate público, y por ende por fuera de la representación, a la comunidad negra. Frente al intento de minimizar la problemática, Martin Luther King fue el vocero de una petición colectiva que, a partir de gritos que exclamaban “no más, no más”, demandaba una legislación federal que garantizara el derecho al voto.
La lucha trascendía la acción de votar, pues la exigencia que se le hacía al Estado tenía que ver, en el fondo, con el rechazo hacia los asesinatos motivados por la raza, por el rechazo a la impunidad que quedaba detrás de ellos y por la negativa de prorrogar la existencia de unas dinámicas sociales, legales y políticas que violentaban la vida de los afroamericanos. Tenía que ver con un llamado a la acción frente a la indiferencia, con un llamado a la acción en nombre del respeto a la justicia y a la dignidad. “Este es el esfuerzo por la vida, por la vida como comunidad, por la vida como nación”, afirmó Martin Luther King en una iglesia en Selma donde, en medio de ovaciones, aplausos y gritos de apoyo, el activista logró unir a los afroamericanos bajo una misma meta: la defensa de sus derechos.
Martin Luther King se encargó de recordarles a los miembros de la comunidad que detrás de una batalla viene la siguiente y la siguiente y la siguiente, y que si en ese entonces estaban luchando de forma pacífica por la defensa de los derechos civiles era gracias a sus antepasados y en nombre de ellos. También les recalcó que la batalla no era exclusiva de la comunidad negra. Al contrario, tenía que ser una lucha de todos los estadounidenses, de todos los ciudadanos, sin importar la raza. Las marchas empezaron con unos pocos. Con un caminado pausado, con los brazos entrelazos entre sí, con una mirada fija en el horizonte, directo hacia el futuro por el cual luchaban, y en silencio, la comunidad afroamericana caminaba por las calles de Selma. Al principio eran algunos cuantos. Unos fueron golpeados y maltratados, otros, como Jimmie Lee Jackson, fueron asesinados. Fueron varias las marchas, varias las manifestaciones que hicieron, pero el éxito de la movilización estaba en la capacidad de convocar aliados más allá de las fronteras de la comunidad. La lucha por la defensa de los derechos civiles tenía que ocupar las páginas de los periódicos y las pantallas de los televisores. Tenía que ser el centro de discusión, y si el gobierno no lo situaba como tal, la sociedad civil sí lo iba a hacer.
Dos años antes, tras unas protestas pacíficas en Birmingham (Alabama), que también terminaron en una acción violenta perpetrada por las autoridades, Martin Luther King escribió: “La acción directa no violenta busca crear una crisis y una tensión creativa tal que una comunidad que se haya negado constantemente a negociar se vea forzada a enfrentar el asunto”. Y el “Domingo Sangriento de 1965” logró tal efecto. Tras una brutal represión contra cientos de afroamericanos que buscaban marchar desde Selma hasta Montgomery (Alabama), Estados Unidos se dio cuenta de la violencia que las autoridades ejercían sobre la población. El puente Edmund Pettus fue el escenario de lo sucedido. Allí las autoridades dispersaron la marcha con gases lacrimógenos y golpes. Pero la lucha no cesó, el Movimiento por la Defensa de los Derechos Civiles retomó la acción, intentó por segunda y por tercera vez cruzar el puente, cuando el poder judicial y el poder ejecutivo respaldaron la movilización, y finalmente lo logró. Hombres y mujeres de todas las razas llegaron a Montgomery, y la movilización entre las dos ciudades de Alabama pasó a la historia como una de las conquistas más importantes del movimiento.
La movilización logró lo buscado: se aprobó la Ley de Derecho al Voto de 1965, instrumento con el que se buscó eliminar las prácticas discriminatorias que impedían a los afroamericanos votar. Si bien en Estados Unidos continúa la lucha por el respeto a la vida y a la dignidad de la población negra, pues la violencia y la discriminación aún hacen parte del día a día, la marcha de Selma a Montgomery marcó su lugar en el imaginario colectivo del país.