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Cursó su primaria y bachillerato en el glorioso Colegio Santander, público por antonomasia, en el que trasegaron por sus aulas un gran número de muchachos con ganas de salir adelante y a fe que lo hicieron: médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, economistas, periodistas, empresarios, se formaron en el Santander y recibieron las enseñanzas de grandes maestros. En sus últimos años de estudio y ante las necesidades de la casa tuvo que trabajar y estudiar para culminar su bachillerato y dio sus primeros pasos para acceder al mundo maravilloso del periodismo. Con la ayuda de amigos cercanos pudo ingresar a El Demócrata, diario de pura estirpe liberal, y desde ese entonces empezó a imbuirse en el escenario de los linotipos y el plomo en un horario noctámbulo de 6 p.m. a 2 a.m, que le produjo serios aprietos para mantener la atención en las clases que iniciaban a las 7 en punto. De hecho, varios de sus maestros, en todo el sentido de la palabra, en varias oportunidades le permitieron un sueñito reparador porque eran conscientes del esfuerzo in extremis que hacía para arribar a esas clases del alba. Al final lo logró, en la sesión de clausura fue exaltado con el premio de honor al esfuerzo personal y una placa empotrada en alguna de las paredes del prestigioso colegio da fe de ese hecho trascendental para su vida.
En esos mismos años mozos, fue elegido por votación entre los diferentes colegios y centros de enseñanza públicos de Bucaramanga, como la Institución Educativa Técnico Dámaso Zapata, la Escuela de Arte y Oficios, su propio colegio Santander, miembro principal para integrar el primer Consejo Directivo de la recién fundada Universidad Industrial de Santander, la UIS, creada por ordenanza de la Asamblea Departamental de Santander en el año de 1944 y que inició labores algunos años después. A la sazón, en aquella época tendría 17 años y fue parte y artífice del surgimiento de semejante universidad hoy reconocida y reputada como una de las mejores del país especialmente en el área de las ingenierías, en particular la de petróleos, con más de cuarenta carreras disponibles, incluidas las de medicina y derecho, con sedes en Barrancabermeja, Barbosa, Málaga, y Socorro, al servicio no solo de la juventud santandereana, sino de toda Colombia y de algunos otros países de la región, con más de setenta años de existencia.
La sola historia de la primera sede en la que inició labores la UIS contada con pasión desbordada por ese testigo de excepción, con precisión de hechos, lugares, personas, con un detalle propio de una memoria prodigiosa, daba para escribir otra de sus tantas crónicas maravillosas que nos dejó por su paso en este mundo como periodista y reportero cazador de noticias.
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Después de El Demócrata ingresó al periódico tradicional de Santander Vanguardia Liberal, de la familia Galvis, sin saber utilizar la máquina de escribir, instrumento esencial de un periodista en esa época. Su misión no fue fácil, reemplazar al periodista más popular y conocido por la crónica roja, la judicial. Fuera del problema de la máquina aceptó el reto con agrado sin haber escrito nada, ni una sola línea. Lo primero que hizo fue conseguir una tipiadora prestada, una Remington modelo 38, en ella empezó a experimentar y detectó que tenía habilidad para escribir con dos dedos. Practicó fuertemente, diariamente le dedicó horas de trabajo y al final, si bien no fue un ortodoxo en la forma de teclear la máquina, terminó como un verdadero “chusógrafo” pero con una velocidad que causaba admiración por su bajo volumen de errores en el tipiado. En cuanto a la redacción, para ese entonces ya era un lector voraz de prensa y obras de literatura, que le permitieron aquistar y fortalecer su escritura, su poder de sindéresis y sintaxis impecable, aunado a las recomendaciones permanentes que recibió de los linotipistas, personajes que por su trabajo de armado de las columnas en plomo tenían una cultura reconocida con amplio bagaje de información, por lo que fueron sus maestros de valiosos secretos de redacción.
De Bucaramanga y luego de haber cumplido su judicatura en la ciudad de Barrancabermeja como Juez Municipal, para optar por el grado de abogado, se trasladó la familia en ese entonces pequeña, su esposa María de la Paz y sus dos hijos mayores a Bogotá e ingresó ya como un redactor y periodista con experiencia al Diario Gráfico, vespertino apéndice de El Siglo de Don Álvaro Gómez Hurtado. De allí pasó al radio-periódico Democracia de Don Julio César Turbay Ayala, luego a la República de la familia Ospina, posteriormente a El Mercurio del eximio maestro Mario Laserna Pinzón, para finalmente arribar al periódico que se constituyó en su casa permanente, en la que estuvo presente y dedicó sus mejores y más productivos esfuerzos: El Espectador de la familia Cano, en donde prestó sus servicios con absoluta lealtad y entrega por más de 40 años, fue partícipe de premios de periodismo, entre ellos, destaco el más hermoso obtenido por su sentido social y de clara protección a los niños desamparados de las calles de Bogotá, denominado las Olimpiadas de los “Caras Sucias”.
Recuerdo sus columnas varias de ellas en la página editorial: Apuntes del Redactor, Micro Secretos, Cabildo Abierto y las cartas de los lectores, sus colaboraciones constantes en la tradicional y prestigiosa Día a Día y sus crónicas maravillosas a lo largo de tantos años de periodista con historias de personas desconocidas, sencillas, de clara connotación social, de apoyo a causas nobles, de lucha incesante por el bienestar de la justicia, defensa irrestricta a la Universidad Nacional y sus estudiantes y todo lo que tuviera que ver con su Santander, su tierra que siempre mantuvo en su corazón, su esencia y sus costumbres. Don Gabriel Cano “El Jefecito”, padre de Don Guillermo Cano, cuando estuvo al mando de esta casa editorial en su diaria verificación de todo lo publicado, plasmó de su puño y letra con su tradicional pluma roja sobre los textos publicados expresiones que muestran el talante del gran articulista que fue: “Una crónica con tema verdaderamente original. Este GG es un genio del periodismo. Adelante!”. “Es capaz de sacarle capul a una calavera!. Que gran periodista tenemos, adelante!”.
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Quizás su mejor crónica la produjo con ocasión de aquella noche fatídica en que acabaron miserablemente con la vida de Don Guillermo Cano, su jefe, pero más que su jefe, todo un señor, un caballero. A pesar de lo desbastado que estaba sacó el temple necesario para dirigirse inmediatamente al periódico y escribir la que título entre comillas: “El abuelo que no conocí”, que tomó de un escrito de Don Guillermo Cano sobre su abuelo Fidel fundador del periódico. En esa crónica magistralmente en unas pocas cuartillas hizo referencia a la historia de El Espectador, la trinidad del periódico conformada por: Don Fidel, Don Luis y Don Gabriel y el cambio de mando en cabeza de Don Guillermo Cano que se produjo un 2 de enero de 1.974, “anunciada por un lingote discreto en la primera página de la edición”, con el propósito férreo de que esa historia no terminara sino que se prolongara en el tiempo.
Hizo parte de una época muy dura para el periódico por sucesos como el citado, el bombazo en las instalaciones de la avenida 68, la supresión de pautas, buscando acallarlo, arrodillarlo, pero de igual forma de un equipo excepcional que lo sacaron siempre avante, nunca se arrugaron, como el noble amigo de su alma Darío Bautista, Doña Inés de Montaña, Don José Salgar, Álvaro Monroy, Luis de Castro, Carlos Murcia, Jairo Gómez, Enrique Alvarado, Oscar Alarcón, el siempre recordado Mike Forero Nougués, su paisano, quien tuvo a bien presentarlo ante los directivos del periódico, y tantos otros con los que trabajó en un ambiente de algarabía y bullicio como el que había en la segunda planta del citado edificio.
Pero también su trabajo como profesor en la Nacional en la facultad de Derecho por más de 25 años fue enteramente gratificante, varios de sus alumnos hoy magistrados de varias cortes así lo expresan y consignan. Fue exaltado como conjuez de la Corte Suprema de Justicia en su Sala Penal, también lo fue en el Tribunal Superior de Bogotá en la misma sala, ejerció la abogacía en el área penal, tuvo activa participación en varios casos de interés nacional, se destacó como un eximio orador y un estratega juicioso en el manejo de la prueba forense y el análisis integral de los asuntos sustanciales para sacar avante aquellos casos complejos que asumió.
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En fin, Don Guillermo García Guaje, dejó historia en su caminar por este mundo, se casó con una hermosa mujer también de Bucaramanga María de la Paz Cadena en una relación que perduró más de sesenta años, tuvieron seis hijos y hay nietos y bisnietos, fue un trabajador permanente con un gran despliegue de actividad , un ser humano excepcional, de trato cordial, sencillo, amable, directo, transparente, muy generoso, orgulloso de su gran familia, de su origen santandereano, de ser un liberal puro desde el punto de vista filosófico más que político, gran conversador, de buen humor, con un buen bagaje de conocimiento y su lucidez que por fortuna nuestra se mantuvo innata, imperturbable hasta el final de sus días, su luz se apagó con una muerte tranquila en su casa el pasado 29 de octubre en la tarde.