‘Señor, aguánteme la burra’
Lelis Enrique Movilla, escritor monteriano, publica el que puede
considerarse el primer “tratado sexual para una buena burreada”.
Pablo Correa
Casi 26 años permaneció inédito un flaco librito que el periodista y escritor monteriano Lelis Movilla tituló con humor Señor, aguánteme la burra. “Por el temor al qué dirán” el autor, radicado en Sincelejo, archivó las 60 páginas en las que se asoma con desparpajo y minuciosidad a un aspecto de la vida costeña practicado por muchos pero comentado por pocos: el ayuntamiento con las burras.
El texto, que por fin conoció la imprenta, es en palabras de su autor “un tratado sexual para una buena burreada”, advirtiendo que el tema no es apto para menores de cien años.
En tan sólo siete capítulos el lector puede enterarse de los pormenores de una curiosa y extendida práctica que hunde sus raíces en la historia y la cultura de la Costa Caribe.
En el primer capítulo, La verdad, Lelis Movilla plantea una polémica tesis: la prostitución y el homosexualismo se dispararon en la sociedad costeña desde que se comenzó a restringir el sexo con las burras. Se supone que las burras han cumplido con resignación una tarea ingrata: la iniciación sexual de los adolescentes. Es por esto que se suele decir que el primer amor del costeño es la burra.
El siguiente capítulo, en el que ensalza los aportes del asno al desarrollo del mundo, le sirve como preámbulo a la parte más espinosa del tema: “la burra como objeto sexual”. Allí se revelan intimidades de cómo ocurre el encuentro entre el hombre y la burra o asna, pollina, meneca, cachona, meneja o María Casquito, como también se le llama a este animal entrañablemente ligado al folclor caribeño.
Luego de relatar cómo se buscan las burras en el monte, anotar que lo ideal es salir a su encuentro en grupos de tres y detallar las comodidades y peligros a los que se enfrentan los burreros, el autor enumera algunas enseñanzas de los más avezados: “Un experto en burras jamás de los jamases va directo al grano. A la burra se le acaricia, como a cualquier mujer, de manera que el animal tome confianza. Luego se le acaricia el pelo de la crin, y con ambas manos, se soba por la tabla del pescuezo, pasando luego al lomo y al bajo vientre hasta llegar al anca. Un experto en sexualidad burrera, antes de abandonar las orejas y la crin, le da dos besos en los cachetes. Una vez en la zona de candela, se saca un palito que previamente se ha lijado para no maltratar la piel del animal. Ese objeto de madera, cuando ya se ha hecho la penetración, se soba por todo el hilo del lomo de la burra que sacándole el cuerpo al objeto que se le desliza, mueve acompasadamente el anca y le da una connotación distinta al mete y saca del burrero”.
Con este singular testimonio, Lelis Enrique Movilla se suma a una saga de expertos o al menos admiradores de la burrería. Saga en la que aparecen nombres ilustres como los del poeta cartagenero Raúl Gómez Jattin, que escribió el poema Te quiero, burrita (ver recuadro), y el cantante cereteano Noel Petro, quien le compuso versos al burro.
El libro despide al lector con una anécdota de la que nace el título. Cuenta Movilla que acompañando a un tío suyo a vender mercancía entraron a La Lechería, área en la que descansaban las burras en las que cargaban la mercancía. Un niño de 10 a 12 se acercó con naturalidad para pedir sin sonrojarse que le permitiera estar con la burra. Entonces ocurrió lo que no olvidaría jamás el autor del libro, una vocecita dijo sin pudor: “Señor, perdone, pero la burra no se está quieta y no tengo con qué amarrarla. ¿Me ayuda, por favor, señor?”.
Homenajes a las burras
Raúl Gómez Jattin, poeta cartagenero, les escribió unos versos memorables a las burras. El poema “Te quiero, burrita”, dice: “Te quiero burrita porque no hablas ni te quejas/ ni pides plata/ ni lloras/ ni me quitas un lugar en la hamaca/ ni te enterneces/ ni suspiras cuando me vengo/ ni te frunces/ ni me agarras./ Te quiero sola, como yo/ sin pretender estar conmigo/ compartiendo tu crica con mis amigos/ sin hacerme quedar mal con ellos/ y sin pedirme un beso”.
Yury Rhenals , famoso acordeonero y cantante sabanero, incluyó en su penúltima producción un pegajoso tema: “La burra go-gó”. Una de las estrofas dice: “A mi burra yo la quiero/ cómo no voy a quererla/ si ella me ayudó a crecer/ y me enseñó la experiencia/ que tengo con la mujer./ A mi burra yo la quiero/ y aunque usted no me lo crea/ cuando le jalo los pelos/ ella brinca y corcovea...”.
Casi 26 años permaneció inédito un flaco librito que el periodista y escritor monteriano Lelis Movilla tituló con humor Señor, aguánteme la burra. “Por el temor al qué dirán” el autor, radicado en Sincelejo, archivó las 60 páginas en las que se asoma con desparpajo y minuciosidad a un aspecto de la vida costeña practicado por muchos pero comentado por pocos: el ayuntamiento con las burras.
El texto, que por fin conoció la imprenta, es en palabras de su autor “un tratado sexual para una buena burreada”, advirtiendo que el tema no es apto para menores de cien años.
En tan sólo siete capítulos el lector puede enterarse de los pormenores de una curiosa y extendida práctica que hunde sus raíces en la historia y la cultura de la Costa Caribe.
En el primer capítulo, La verdad, Lelis Movilla plantea una polémica tesis: la prostitución y el homosexualismo se dispararon en la sociedad costeña desde que se comenzó a restringir el sexo con las burras. Se supone que las burras han cumplido con resignación una tarea ingrata: la iniciación sexual de los adolescentes. Es por esto que se suele decir que el primer amor del costeño es la burra.
El siguiente capítulo, en el que ensalza los aportes del asno al desarrollo del mundo, le sirve como preámbulo a la parte más espinosa del tema: “la burra como objeto sexual”. Allí se revelan intimidades de cómo ocurre el encuentro entre el hombre y la burra o asna, pollina, meneca, cachona, meneja o María Casquito, como también se le llama a este animal entrañablemente ligado al folclor caribeño.
Luego de relatar cómo se buscan las burras en el monte, anotar que lo ideal es salir a su encuentro en grupos de tres y detallar las comodidades y peligros a los que se enfrentan los burreros, el autor enumera algunas enseñanzas de los más avezados: “Un experto en burras jamás de los jamases va directo al grano. A la burra se le acaricia, como a cualquier mujer, de manera que el animal tome confianza. Luego se le acaricia el pelo de la crin, y con ambas manos, se soba por la tabla del pescuezo, pasando luego al lomo y al bajo vientre hasta llegar al anca. Un experto en sexualidad burrera, antes de abandonar las orejas y la crin, le da dos besos en los cachetes. Una vez en la zona de candela, se saca un palito que previamente se ha lijado para no maltratar la piel del animal. Ese objeto de madera, cuando ya se ha hecho la penetración, se soba por todo el hilo del lomo de la burra que sacándole el cuerpo al objeto que se le desliza, mueve acompasadamente el anca y le da una connotación distinta al mete y saca del burrero”.
Con este singular testimonio, Lelis Enrique Movilla se suma a una saga de expertos o al menos admiradores de la burrería. Saga en la que aparecen nombres ilustres como los del poeta cartagenero Raúl Gómez Jattin, que escribió el poema Te quiero, burrita (ver recuadro), y el cantante cereteano Noel Petro, quien le compuso versos al burro.
El libro despide al lector con una anécdota de la que nace el título. Cuenta Movilla que acompañando a un tío suyo a vender mercancía entraron a La Lechería, área en la que descansaban las burras en las que cargaban la mercancía. Un niño de 10 a 12 se acercó con naturalidad para pedir sin sonrojarse que le permitiera estar con la burra. Entonces ocurrió lo que no olvidaría jamás el autor del libro, una vocecita dijo sin pudor: “Señor, perdone, pero la burra no se está quieta y no tengo con qué amarrarla. ¿Me ayuda, por favor, señor?”.
Homenajes a las burras
Raúl Gómez Jattin, poeta cartagenero, les escribió unos versos memorables a las burras. El poema “Te quiero, burrita”, dice: “Te quiero burrita porque no hablas ni te quejas/ ni pides plata/ ni lloras/ ni me quitas un lugar en la hamaca/ ni te enterneces/ ni suspiras cuando me vengo/ ni te frunces/ ni me agarras./ Te quiero sola, como yo/ sin pretender estar conmigo/ compartiendo tu crica con mis amigos/ sin hacerme quedar mal con ellos/ y sin pedirme un beso”.
Yury Rhenals , famoso acordeonero y cantante sabanero, incluyó en su penúltima producción un pegajoso tema: “La burra go-gó”. Una de las estrofas dice: “A mi burra yo la quiero/ cómo no voy a quererla/ si ella me ayudó a crecer/ y me enseñó la experiencia/ que tengo con la mujer./ A mi burra yo la quiero/ y aunque usted no me lo crea/ cuando le jalo los pelos/ ella brinca y corcovea...”.