Ser DJ en un pueblo
Un texto sobre lo que fue el pasado fin de año en Bomba (Magdalena), en donde se baila de todo menos reguetón en el bar Donde Jesús: pasos de baile inventados, peinados desbaratados por el sudor y el debut de la autora del texto como DJ de la fiesta.
Linda Esperanza Aragón
Le bajaron el volumen a la música y gritaron:
-¡El DJ se durmió! ¡Está borrachito!
-¿Cómo va a ser?, dijeron en coro dentro del establecimiento.
-Ya lo vamos a acostar, dijo Jesús, el dueño del sitio.
-¿Quién será el reemplazo?, preguntó un hombre medio ebrio. Después hubo un silencio y todos se quedaron mirándose las caras.
-¡Yo me le mido!, me lancé.
-¡Listo!, pero no queremos reguetón, eso acaba las fiestas aquí, advirtió Jesús.
Le sugerimos leer: Héctor Rojas Herazo, a la sombra del boom latinoamericano
El nombre del establecimiento sí está bien puesto: Donde Jesús, como si fuese la mismísima gloria. Es un sitio espacioso, que cuenta con un sistema de sonido que estremece el corazón. La pista de baile es mitad cemento y mitad tierra. Hay una parte encerrada con tablas y mallas, y el techo es de zinc; la otra está al aire libre. Entre más rudimentario, gusta más.
Cada diciembre viajo a Bomba (Magdalena) para pasar la Nochevieja y esa, pues, tenía que ser inolvidable. Había más de 50 personas ansiosas por seguir sacudiendo el esqueleto. Ante tremenda responsabilidad, pensé en tirar la toalla, pero le puse coraje a la vaina.
Mientras sacaban al DJ somnoliento y borracho del estadero Donde Jesús, me llené de fortaleza y me metí en la película. Asumí el rol a las 9 de la noche y hasta la madrugada del día siguiente. No podía alejarme mucho de la programación musical que llevaba el disyóquey anterior, la idea era mantenerlos prendidos.
Podría interesarle: “La Náusea”, el pilar del existencialismo sartreano
Me asaltaron dudas: ¿con qué arranco?, ¿será con vallenato, champeta, salsa o merengue? Como el vallenato bailable es el rey, la primera canción que solté fue La niña Mane, de Los Zuleta, y ahí la gente se puso a bailar y a repartir tragos de aguardiente. Buen arranque, me dije. Luego reproduje Los cambios de la luna, de Diomedes Díaz. Se volvieron locos: trago que iba, trago que venía, paso que iba y paso que volvía. Al rato sonó Mosaico sabroso, de Los Betos, y los rumberos cogieron temple.
Para salir un rato de la tanda de vallenatos lancé El timbalero, de El Gran Combo, y para terminar este descanso del acordeón coloqué El comején, de Wilfrido Vargas. Lo pensé: podía pasar que rechazaran las canciones por la falta del expertise salsero, no obstante, el que no supo bailar se inventó los pasos.
Después soné un clásico de Mr Black, Los trapitos al agua: ese temazo los excitó más. Y pa que siguieran vacilando, les lancé Falta la plata, de Joe Arroyo.
Poco a poco iba llegando más personal. Los oriundos y los nostálgicos que regresaron a su terruño confluyeron con un mismo fin: gozar y bailar.
Podría interesarle: Anton Chéjov: Un hombre de cuento (III)
Durante el día en el pueblo las mujeres se hacen la vuelta con ganchos que estiran y alisan, pero en la noche, mientras danzan, se olvidan de la melena y dejan que el sudor corra sin tapujos. Todos esperan la noche para bailar y cantar aquellas canciones que escuchan en cada diciembre, esas que la radio no suena ya en las ciudades. Hay gritos de alegría, aplausos, fogaje, polvo levantado, calor, caderas a toda máquina y ganas de seguir bailando.
A las 12 se desearon el feliz año. La fiesta continuó con Mambaco, de Irene Martínez.
El reguetón no estuvo dentro de la programación, tal como lo advirtieron, pues habría envenenado el jolgorio. El vacile estaba blindado. No hubo problema por eso. En la madrugada no faltó quien me dijera que sonara un vallenato alegre y sabrosón. Y soné El traca, traca, uno que es como el himno de las fiestas en Bomba y que dice más o menos así:
Con la nueva moda ando así
Con la nueva ola vivo es perdío
A quién no le gusta bailá apretao
A quién no le gusta bailá metío
A quién no le gusta ese traca, traca
A quién no le gusta ese jala, jala
A los primeros segundos de la canción se vivió un asalto alcohólico descarado y enseguida reproduje Se te acabó el jueguito, otro himno de la población. La gente se emocionaba cuando escuchaba el estribillo, y aunque que no se conoce muy bien su significado, el ritmo es magnético y no queda más remedio que bailarlo. El intérprete repite la palabra inescrutable que les fascina:
Quitipá
Quitipá
Quitipá
Quitipá
Ver y sentir a tantas personas poner el alma en cada paso, sin importar si lo hacen sobre un piso encerado o sobre la tierra y el polvero, es mejor que ir a cualquier club moderno de la ciudad. Fue como la coreografía de un pueblo optimista, acogedor y jovial donde al comienzo se dicen “paisano” y cuando la alegría alcanza el clímax se llaman “mi sangre”.
Le bajaron el volumen a la música y gritaron:
-¡El DJ se durmió! ¡Está borrachito!
-¿Cómo va a ser?, dijeron en coro dentro del establecimiento.
-Ya lo vamos a acostar, dijo Jesús, el dueño del sitio.
-¿Quién será el reemplazo?, preguntó un hombre medio ebrio. Después hubo un silencio y todos se quedaron mirándose las caras.
-¡Yo me le mido!, me lancé.
-¡Listo!, pero no queremos reguetón, eso acaba las fiestas aquí, advirtió Jesús.
Le sugerimos leer: Héctor Rojas Herazo, a la sombra del boom latinoamericano
El nombre del establecimiento sí está bien puesto: Donde Jesús, como si fuese la mismísima gloria. Es un sitio espacioso, que cuenta con un sistema de sonido que estremece el corazón. La pista de baile es mitad cemento y mitad tierra. Hay una parte encerrada con tablas y mallas, y el techo es de zinc; la otra está al aire libre. Entre más rudimentario, gusta más.
Cada diciembre viajo a Bomba (Magdalena) para pasar la Nochevieja y esa, pues, tenía que ser inolvidable. Había más de 50 personas ansiosas por seguir sacudiendo el esqueleto. Ante tremenda responsabilidad, pensé en tirar la toalla, pero le puse coraje a la vaina.
Mientras sacaban al DJ somnoliento y borracho del estadero Donde Jesús, me llené de fortaleza y me metí en la película. Asumí el rol a las 9 de la noche y hasta la madrugada del día siguiente. No podía alejarme mucho de la programación musical que llevaba el disyóquey anterior, la idea era mantenerlos prendidos.
Podría interesarle: “La Náusea”, el pilar del existencialismo sartreano
Me asaltaron dudas: ¿con qué arranco?, ¿será con vallenato, champeta, salsa o merengue? Como el vallenato bailable es el rey, la primera canción que solté fue La niña Mane, de Los Zuleta, y ahí la gente se puso a bailar y a repartir tragos de aguardiente. Buen arranque, me dije. Luego reproduje Los cambios de la luna, de Diomedes Díaz. Se volvieron locos: trago que iba, trago que venía, paso que iba y paso que volvía. Al rato sonó Mosaico sabroso, de Los Betos, y los rumberos cogieron temple.
Para salir un rato de la tanda de vallenatos lancé El timbalero, de El Gran Combo, y para terminar este descanso del acordeón coloqué El comején, de Wilfrido Vargas. Lo pensé: podía pasar que rechazaran las canciones por la falta del expertise salsero, no obstante, el que no supo bailar se inventó los pasos.
Después soné un clásico de Mr Black, Los trapitos al agua: ese temazo los excitó más. Y pa que siguieran vacilando, les lancé Falta la plata, de Joe Arroyo.
Poco a poco iba llegando más personal. Los oriundos y los nostálgicos que regresaron a su terruño confluyeron con un mismo fin: gozar y bailar.
Podría interesarle: Anton Chéjov: Un hombre de cuento (III)
Durante el día en el pueblo las mujeres se hacen la vuelta con ganchos que estiran y alisan, pero en la noche, mientras danzan, se olvidan de la melena y dejan que el sudor corra sin tapujos. Todos esperan la noche para bailar y cantar aquellas canciones que escuchan en cada diciembre, esas que la radio no suena ya en las ciudades. Hay gritos de alegría, aplausos, fogaje, polvo levantado, calor, caderas a toda máquina y ganas de seguir bailando.
A las 12 se desearon el feliz año. La fiesta continuó con Mambaco, de Irene Martínez.
El reguetón no estuvo dentro de la programación, tal como lo advirtieron, pues habría envenenado el jolgorio. El vacile estaba blindado. No hubo problema por eso. En la madrugada no faltó quien me dijera que sonara un vallenato alegre y sabrosón. Y soné El traca, traca, uno que es como el himno de las fiestas en Bomba y que dice más o menos así:
Con la nueva moda ando así
Con la nueva ola vivo es perdío
A quién no le gusta bailá apretao
A quién no le gusta bailá metío
A quién no le gusta ese traca, traca
A quién no le gusta ese jala, jala
A los primeros segundos de la canción se vivió un asalto alcohólico descarado y enseguida reproduje Se te acabó el jueguito, otro himno de la población. La gente se emocionaba cuando escuchaba el estribillo, y aunque que no se conoce muy bien su significado, el ritmo es magnético y no queda más remedio que bailarlo. El intérprete repite la palabra inescrutable que les fascina:
Quitipá
Quitipá
Quitipá
Quitipá
Ver y sentir a tantas personas poner el alma en cada paso, sin importar si lo hacen sobre un piso encerado o sobre la tierra y el polvero, es mejor que ir a cualquier club moderno de la ciudad. Fue como la coreografía de un pueblo optimista, acogedor y jovial donde al comienzo se dicen “paisano” y cuando la alegría alcanza el clímax se llaman “mi sangre”.