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                                                                                    Colombia +20

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                                                                                                                                “Si se aprecia el arte, se aprecia la vida”

                                                                                                                                La violinista, Ingrid Espitia, fue contratada por el centro comercial Fontanar para recibir y acompañar a las personas. Para ella, su presencia es una garantía: si hay medidas que tengan en cuenta el arte, habrá medidas sanitarias para cuidar la vida.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                Ingrid Espitia dicta clases de violín por internet.
                                                                                                                                Foto: Daniel Aldana
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fontanar
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le podría interesar: “Infinite seed”, la sanación a través de la Tierra y las estrellas

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                                                                                                                                Espitia es egresada de la Universidad Incca. Su especialización es la música clásica, pero las canciones que toca en el centro comercial son más “urbanas y modernas”. Desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde, se ubica, vestida de negro y con un kimono de figuras rojas y doradas encima, en alguna esquina del centro comercial para tocar durante 45 minutos. Después rota. Antes de salir de su casa, que queda en el barrio Los Cerezos, en Bogotá, desayuna. Ese día comió papaya, café y huevo. Me dijo que también se tomó dos litros de agua, que por salud. Que siempre lo hace y ese día no fue la excepción. Tiene carro, así que llegar a Fontanar (vía Chía km 2,5 Cajicá) no es difícil. Se demora cuarenta minutos. A la una de la tarde descansa y almuerza. La comida la lleva en una “coquita” y tiene una hora para almorzar. Yo la conocí a las cuatro de la tarde, así que a esa hora ya se había comido las verduras, el arroz y el jugo de manzana y apio que llevó.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                “¿Y cómo estás tú?”, le pregunté de nuevo, pero esta vez fue distinto. La pregunta era genuina y ella lo notó. Esta vez no era un código ni un paso para cumplir con el manual de las formas. Esta vez sí quería saber cómo estaba. Espitia me miró y comenzó a llorar. Se disculpó. Me dijo que la perdonara, que no sabía por qué lloraba. Que ella creía que este momento era necesario y que no estaba tan triste como para llorar, pero que no podía parar. Yo me quedé callada. Después le dije que tranquila, que llorara si eso era lo que el cuerpo le estaba pidiendo. Que yo la esperaba. Me preguntó para qué quería esperarla. Le dije que quería saber qué la había conmovido tanto. Me dijo que bueno y escuché que comenzó a respirar. Cerró los ojos, después los abrió y se echó antibacterial para quitarse las lágrimas de la cara.

                                                                                                                                Podría interesarle: Aprobada la compra del predio para la facultad de artes de la Universidad Distrital

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                                                                                                                                Espitia lloró porque se sentía afortunada de tener trabajo. Porque sabía que muchas de las personas que estaban en el centro comercial no querían comprar, sino sacarse la ansiedad que les producía el confinamiento. Lloró porque con su violín contribuía a que esa ansiedad se redujera. Lloró porque hacía mucho tiempo nadie le preguntaba cómo estaba. Lloró porque, al responder, se dio cuenta de que estaba bien. De que estaba sana. De que su vida era un testimonio y de que su violín era puro oxígeno.

                                                                                                                                https://www.elespectador.com/noticias/cultura/yo-confieso-capitulo-14-el-enigma-de-las-cifras/

                                                                                                                                Ingrid Espitia dicta clases de violín por internet.
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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fontanar
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le podría interesar: “Infinite seed”, la sanación a través de la Tierra y las estrellas

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                                                                                                                                Espitia es egresada de la Universidad Incca. Su especialización es la música clásica, pero las canciones que toca en el centro comercial son más “urbanas y modernas”. Desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde, se ubica, vestida de negro y con un kimono de figuras rojas y doradas encima, en alguna esquina del centro comercial para tocar durante 45 minutos. Después rota. Antes de salir de su casa, que queda en el barrio Los Cerezos, en Bogotá, desayuna. Ese día comió papaya, café y huevo. Me dijo que también se tomó dos litros de agua, que por salud. Que siempre lo hace y ese día no fue la excepción. Tiene carro, así que llegar a Fontanar (vía Chía km 2,5 Cajicá) no es difícil. Se demora cuarenta minutos. A la una de la tarde descansa y almuerza. La comida la lleva en una “coquita” y tiene una hora para almorzar. Yo la conocí a las cuatro de la tarde, así que a esa hora ya se había comido las verduras, el arroz y el jugo de manzana y apio que llevó.

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                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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