M. Gevisser: “Siempre está la posibilidad de que la llama del retroceso se avive”

El periodista sudafricano Mark Gevisser, quien estará en Colombia del 18 al 21 de octubre, presenta en su libro «La línea rosa» un documento extraordinario que permite entender los avances en materia de derechos y libertades de la población LGBTIQ+, así como los duros desafíos que se vislumbran en la materia.

Esteban Parra
28 de septiembre de 2022 - 09:29 p. m.
El escritor y periodista Mark Gevisser nació en Sudáfrica en 1964.
El escritor y periodista Mark Gevisser nació en Sudáfrica en 1964.
Foto: Cortesía Ediciones Urano
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Siete años de viajes, entrevistas e investigación fueron necesarios para que Mark Gevisser culminará la escritura de «La línea rosa». Visitó Sudáfrica, Rusia, México, Egipto e India con el objetivo de ver cómo se ha dado la lucha en pro de los derechos y libertades de la población LGBTIQ+ y también de identificar los avances y retrocesos en la materia en cada territorio. En este libro, publicado en Colombia por Ediciones Urano, seguimos una línea de tiempo de indispensable consulta para estudiar la evolución de nuestra sociedad y comprender diversos fenómenos que se construyen y transforman con el paso del tiempo.

¿Cuándo y por qué decidió escribir este libro?

Al salir del clóset en la década de los 80, jamás imaginé que el número de lugares en el mundo en el que se reconocerían los derechos de personas queer como yo crecería de manera exponencial. Eso fue algo asombroso para mí.

Pero también se convirtió en un tema de discusión importante en materia geopolítica por la velocidad con la que estaba ocurriendo dicha discusión, logrando convertirse en una conversación de connotación global.

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Creo que el detonante para mí fue en 2009. Me casé con el hombre con el que había pasado más de 20 años. Sudáfrica legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y dije que sí, no tanto por el matrimonio como institución, sino por los beneficios que traía consigo. Muy poco después de eso, conocí la historia de una pareja en Malaui que celebró una ceremonia pública de compromiso. Les arrestaron y sometieron a un juicio humillante en el que se les impuso una sentencia de 14 años de trabajos forzados por relacionamiento carnal contra el orden de la naturaleza.

Eso me empujó a querer conocer historias y también a contarlas.

La globalización de la información ha servido como herramienta para dar mayor visibilidad a las luchas en favor de los derechos y libertades de la población LGBTIQ+, pero al mismo tiempo ha contribuido al resurgimiento de diferentes tipos de violencia en contra de dicha población. ¿Cómo ve el panorama en este sentido?

Hay toda una nueva ola legislativa de derecha en diferentes partes del mundo, por ejemplo, en contra de los derechos de las personas queer y del derecho que tienen las mujeres de abortar. Esa será una realidad latente mientras vivamos en una sociedad patriarcal.

Lo que significa esto es que tenemos que seguir luchando, seguir entendiendo lo cambios sociales que se dan y fortaleciendo nuestros discursos a medida que todo evoluciona.

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No podemos negar que hemos avanzado, que las cosas no son iguales que hace 40 o 50 años, pero siempre existirá la posibilidad de que la llama del retroceso se encienda si la agenda machista está vigente y la derecha sigue usando la religión como forma de adoctrinamiento.

En relación con lo anterior, podemos hablar del uso que dan ciertos grupos al concepto de familia como mecanismo para perpetuar la vulneración de los derechos en contra de la población LGBTIQ+. Bajo su experiencia y sus términos, ¿cómo definiría esta palabra?

Durante el tiempo que he trabajado en estos temas he visto el uso que han dado a esa palabra para generar acciones en contra de personas como yo. Es un arma política. Nos hacen ver como seres que van en contravía de los “valores familiares” y en algunos territorios esto se lleva al extremo. Por ejemplo, en Europa del Este hay una crisis poblacional y en Rusia muchos consideran que ser homosexual es algo antipatriótico.

Yo nací de un país multiétnico, en el que poca gente encaja realmente en los ideales de la familia que demandan algunas religiones y mucha menos cumple con esos “valores familiares”. La mayoría de las personas viven en familias intergeneracionales con varias madres y, a menudo, sin ningún padre. Y en muchos países ocurre lo mismo. Es raro encontrar núcleos conformados por papá, mamá y dos hijos como se ve en las pancartas de quienes profesan la teología anti-género. Así no son todas las familias.

Hace unos años en Sudáfrica curé una exposición donde se presentaron diferentes tipos de familias queer. Esto fue supremamente relevante porque dio pie a que otros sintieran que lo suyo también encajaba allí y les permitió exigir sus derechos.

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Como persona queer, este concepto es uno de mis regalos más grandes, uno de los dones que me ha permitido la sociedad. De alguna forma, hemos institucionalizado la palabra familia de una manera interesante, incluso hemos batallado para que se reconozcan las nuestras legalmente. El concepto de familia elegida es realmente poderoso, tal como lo exploro en el capítulo que dedico a mi viaje a la India. Cuando nos echan de nuestros círculos biológicos, tenemos la oportunidad de encontrar a nuestros propios hermanos dentro de la comunidad. Cuando a un niño transgénero lo sacan de su hogar, mujeres trans de diferentes generaciones le abren las puertas y se convierten en su refugio. Eso también es una familia.

Hablar de ello me da pie a traer a esta conversación un tema trascendental y que agradezco esté tan presente en la discusión pública en la actualidad: la representación.

Cuando pienso en representación, pienso en el lenguaje y en cómo este ha evolucionado. Las discusiones que se dan en países hispanoparlantes al respecto del uso de los pronombres son realmente interesantes y ese va a ser uno de los grandes desafíos que tendré que enfrentar cuando vaya al continente para hablar sobre mi libro.

Para poder darnos voz a nosotros mismos, tenemos que darle voz a los demás; reconocerles como quieren que se les reconozca es vital para ello.

¿Cómo podemos, quienes de una u otra manera tenemos una vida privilegiada, seguir contribuyendo en la construcción de una sociedad más sana e incluyente?

Hay cosas pequeñas y cosas grandes que podemos hacer. Voy a concentrarme en las primeras, porque están más al acceso de todas las personas y no requieren de un gran número de recursos para darse.

Ser empáticos y empáticas, respetar y ser amables, tratar de entender a todas y todos, buscar siempre seguir aprendiendo para así abrirnos a distintas maneras de vivir. La curiosidad es muy valiosa.

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Es importante la apertura a recibir lo que las demás personas tienen para aportarnos. También resulta fundamental ayudar a crear espacios para que, sin importar la identidad de género, cualquiera pueda ser y sentir como quiera.

Ah, y no puedo dejar de mencionar el activismo, porque es una herramienta esencial si queremos transformar nuestros contextos.

¿Cuál será el siguiente paso para la línea rosa?

Creo que en Colombia ya lo vivieron en 2017, durante lo ocurrido en el proceso de paz con la campaña de desinformación sobre la ideología de género. La derecha usando el futuro de niñas y niños como bandera para perpetuar las ideas de que somos personas malas y de que queer es sinónimo de ser depredadores de la infancia.

A pesar de que la gran mayoría sabe que nosotros y nosotras no somos como quieren hacerles creer, cuando se usa la ideología para sembrar conceptos e ideas equivocados, la realidad se trunca y la percepción puede transformarse. Hay que detener esta oleada de gobernantes que usan el miedo para vender sus ideas, que usan el temor de la gente para venderles mentiras como verdades.

Hay que seguir apostando por la secularización de la sociedad, porque es un proceso fundamental y que debería no tener reversa.

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Por Esteban Parra

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