Símbolo de la memoria: el reconstruido cementerio sefardí en Barranquilla
Un lugar para recordar que la ola migratoria fue muy importante para la ciudad.
Pedro Mendoza / Especial para El Espectador
En Barranquilla un cementerio ha sido recuperado y restaurado. Las paredes ya están de color blanco, los senderos que dividen las tumbas se encuentran limpios y se puede observar encima de las lápidas, las pequeñas piedras que se colocan en lugar de flores. Ya no es lo que era antes, el sacramental, forma parte del respeto a la memoria de sus moradores y la tranquilidad de sus descendientes. La sombra cae sobre las tumbas, en algunas el mármol deja ver los nombres. Pasando un arco, se observan las sepulturas. En muchas de ellas está la Estrella de David. Es el cementerio sefardita.
“Los cementerios por lo general guardan los nombres y las historias de personas, fundadoras o no, de una comunidad determinada”, le dice a El Espectador Adelaida Sourdis Nájera, quien es reconocida por su trabajo como historiadora e investigadora, estudió Derecho y recientemente fue distinguida como miembro honorario de la Academia Colombiana de Historia. Afirma que estos sitios constituyen, debidamente interpretados, repositorios de la memoria de las personas, son monumentos y símbolos de los orígenes que recuerdan las vidas de familias y de antepasados.
Encontrar un cementerio sefardí en la ciudad no es un hecho aislado. En la capital del Atlántico se radicaron los judíos que hacían negocios y comercio desde tiempos inmemorables, me recuerda la historiadora. “El hecho de haber sido desde la antigüedad un pueblo perseguido, despojado de su territorio les obligó a moverse constantemente de un país a otro. En su dilatada diáspora se expandieron por el mundo, a América llegaron clandestinamente desde Colón y a Colombia con toda legalidad en 1823, invitados por el Libertador-presidente Simón Bolívar”.
¿Por qué escogieron a Barranquilla para establecerse? “Llegaron primero a Curazao donde prosperaron y construyeron una importante comunidad, que llegó a ser en el siglo XVIII la más importante de América, de allí pasaron a Riohacha y finalmente a la pequeña villa de Barranquilla, localidad ribereña del río Magdalena, donde fueron acogidos sin mayores reservas, aunque la iglesia católica estigmatizó su presencia”.
Se asentaron y gracias a su cultura y buenos recursos económicos muchos de ellos se integraron rápidamente a la comunidad y lideraron valiosas obras benéficas para la sociedad. Tales fueron, por ejemplo, el primer acueducto, o la primera línea aérea comercial que conectó al país con el mundo: la SCADTA, luego Avianca. Dada su mentalidad capitalista, en una población atrasada y semicolonial, sus comercios y negocios fueron gran novedad e impulsaron el gran desarrollo de la ciudad”.
Sefarditas, comercio y Shaare Sedek
Es importante recordar que los judíos no tenían acceso a los cementerios católicos y antiguamente los muertos de la fe católica se sepultaban en las iglesias. Por eso se consideró crear un primer camposanto para los sefarditas.
“Abraham Senior, eminente miembro de la comunidad que se distinguía por el servicio a la sociedad, promovió en 1857 la construcción del segundo cementerio hebreo, del que tratamos hoy, en un lote donado por el Concejo Municipal. Su casa fungió como sinagoga y actuó como rabino Don Moisés de Sola”, subrayó la historiadora.
A muchas tumbas les robaron sus lápidas en época de la Segunda Guerra Mundial cuando no se importaban mármoles. “Este segundo cementerio guarda, pues, los más antiguos sepulcros de judíos fallecidos en esta sección del país”.
La ola migratoria fue muy importante para la ciudad. El portal esefarad.com señala que el acueducto de Barranquilla fue “dado al servicio en 1880 y construído gracias al impulso de Jacobo Cortizzos y Ramón B. Jimeno, asociados con miembros de la comunidad sefardí. Un buen número de inmigrantes judíos fundó el Club Social de Barranquilla. El primer banco de la ciudad: Banco de Barranquilla”.
Hacen también un reconocimiento: “En 1919, Ernesto Cortizzos tuvo un papel determinante en el establecimiento de la primera compañía comercial de transporte aéreo que funcionó en el Nuevo Mundo, SCADTA. Para honrar su memoria, el aeropuerto internacional de la ciudad de Barranquilla fue bautizado con su nombre”.
Como parte de esta cultura, en la ciudad se encuentra la sinagoga Shaare Sedek, un templo ortodoxo, perteneciente a la comunidad sefardí. Cuenta con un requisito de mínimo diez personas mayores para la realización de ciertos rituales, preceptos y lectura de algunas oraciones. Allí reza la frase: “Es el refugio donde se le han dado gracias al Sublime por sus bondades o suplicado su ayuda en los momentos de adversidad”
Las nuevas paredes y las piedras sobre el mármol
Los sitios vivos se mantienen, pero el cementerio estaba olvidado, cayó en la desgracia y pareciera que hubiera sido abandonando. “Por diversas circunstancias se asimilaron a la cultura católica dominante y su identidad judaica se desvaneció en pro de colombianos convencidos, distinguidos por sus notables ejecutorias en los campos de la cultura, la economía, la industria y la política en todo el país”, puntualiza Adelaida Sourdis Nájera.
Y como si se tratará de una resurrección, el tiempo volvió a reunir a varios descendientes de familias sefarditas en Barranquilla, convencidos de la importancia y el valor patrimonial del cementerio, que se encuentra en el barrio Chiquinquirá.
Willy Gerdst es uno de ellos. En 1997 empezó un trabajo de investigación. “Quería entender los motivos que llevaron a mis antepasados alemanes y sefardíes a establecerse en Barranquilla a mediados del siglo IX”. Vive en Miami y en el 2017, con los documentos que había obtenido, decidió con su primo Mauricio Villegas Gerdts, tramitar la ciudadanía española por ascendencia sefardí. Una ley del 2015 les permitía hacerlo. David de Isaac Haim Salas, su antepasado, les abrió el camino.
La necesidad y la curiosidad empezaron a ser parte de la vida de estos empíricos historiadores, buscadores del pasado. En ese camino se encontraron con el cementerio, deteriorado, olvidado como una historia que nunca hubiera existido.
El Espectador acompañó a Mauricio Villegas en una de sus visitas. El polvo cubría las bóvedas y el abandono se podía palpar en los muros. El sentimiento del respeto a la muerte se perdía en el desorden. Algunas piedras estaban sobre pocas tumbas como testigos de alguna visita esporádica.
La tradición judía no deja flores sobre la lápida, se colocan piedras, que perduran y recuerdan el legado de quien murió, un símbolo de la memoria. También protege el alma, dicen algunos. “Tzror” es la palabra para la piedra y cuando rezan piden que sus muertos sean atados al lazo de la vida. “Tzror hajaim”, así la piedra se convierte en un símbolo de la vida eterna.
Willy recuerda que después de hacer todo el proceso obtuvieron la ciudadanía española. Luego de recibir material, ver fotos, oír y hablar con amigos ratificó el estado del cementerio. “Decidimos recuperarlo a través de donaciones. Contactamos a la administración de los cementerios sefardíes y sinagogas y nos pusimos manos a la obra, comunicándonos con los descendientes”.
Y se empezó el trabajo, Willy es barranquillero y sabe de la generosidad, Se puso en la tarea de buscar a muchos de los descendientes sefardíes, algunos se conocían y se empezó a formar una cadena para traer el pasado. “A través de empresas, colegios y clubes sociales, la mayoría ya éramos amigos o conocidos. Nuestros padres y abuelos fueron amigos, conocidos y socios”, subraya.
Arreglar muros, pintarlos, recuperar los espacios, organizar y embellecer el puesto de cada uno de los antepasados, fue alguno de los trabajos que se hicieron. La remodelación tardó el tiempo necesario para volver a la dignidad. A mediados de marzo, se encontraron todos, algunos no se conocían, pero el pasado con su lazo de vida los mantenía unidos. Fueron con sus familias y se volvieron testigos del nuevo cementerio.
Allí estaba la tumba de David de Isaac Haim Salas con su estrella de David en la parte superior, se lee que falleció en Barranquilla en enero 19 de 1890. Willy y Mauricio estuvieron un tiempo en silencio frente a su antepasado. Dejaron unas piedras sobre la tumba. Lo mismo sucedió en otras sepulturas, era un silencio conforme y agradecido por los familiares del pasado.
El cementerio ya es habitable y reconocido para los vivos y sus muertos. Es haber vuelto al símbolo del pasado, como lo destacó la historiadora Adelaida Sourdis Nájera. “La recuperación y restauración del cementerio sefardí de Barranquilla es una iniciativa importante para poner en valor el símbolo del pasado de uno de los primeros grupos humanos que construyeron la ciudad. Los descendientes de los judíos españoles que fueron desterrados de España por los Reyes Católicos en 1492″.
En Barranquilla un cementerio ha sido recuperado y restaurado. Las paredes ya están de color blanco, los senderos que dividen las tumbas se encuentran limpios y se puede observar encima de las lápidas, las pequeñas piedras que se colocan en lugar de flores. Ya no es lo que era antes, el sacramental, forma parte del respeto a la memoria de sus moradores y la tranquilidad de sus descendientes. La sombra cae sobre las tumbas, en algunas el mármol deja ver los nombres. Pasando un arco, se observan las sepulturas. En muchas de ellas está la Estrella de David. Es el cementerio sefardita.
“Los cementerios por lo general guardan los nombres y las historias de personas, fundadoras o no, de una comunidad determinada”, le dice a El Espectador Adelaida Sourdis Nájera, quien es reconocida por su trabajo como historiadora e investigadora, estudió Derecho y recientemente fue distinguida como miembro honorario de la Academia Colombiana de Historia. Afirma que estos sitios constituyen, debidamente interpretados, repositorios de la memoria de las personas, son monumentos y símbolos de los orígenes que recuerdan las vidas de familias y de antepasados.
Encontrar un cementerio sefardí en la ciudad no es un hecho aislado. En la capital del Atlántico se radicaron los judíos que hacían negocios y comercio desde tiempos inmemorables, me recuerda la historiadora. “El hecho de haber sido desde la antigüedad un pueblo perseguido, despojado de su territorio les obligó a moverse constantemente de un país a otro. En su dilatada diáspora se expandieron por el mundo, a América llegaron clandestinamente desde Colón y a Colombia con toda legalidad en 1823, invitados por el Libertador-presidente Simón Bolívar”.
¿Por qué escogieron a Barranquilla para establecerse? “Llegaron primero a Curazao donde prosperaron y construyeron una importante comunidad, que llegó a ser en el siglo XVIII la más importante de América, de allí pasaron a Riohacha y finalmente a la pequeña villa de Barranquilla, localidad ribereña del río Magdalena, donde fueron acogidos sin mayores reservas, aunque la iglesia católica estigmatizó su presencia”.
Se asentaron y gracias a su cultura y buenos recursos económicos muchos de ellos se integraron rápidamente a la comunidad y lideraron valiosas obras benéficas para la sociedad. Tales fueron, por ejemplo, el primer acueducto, o la primera línea aérea comercial que conectó al país con el mundo: la SCADTA, luego Avianca. Dada su mentalidad capitalista, en una población atrasada y semicolonial, sus comercios y negocios fueron gran novedad e impulsaron el gran desarrollo de la ciudad”.
Sefarditas, comercio y Shaare Sedek
Es importante recordar que los judíos no tenían acceso a los cementerios católicos y antiguamente los muertos de la fe católica se sepultaban en las iglesias. Por eso se consideró crear un primer camposanto para los sefarditas.
“Abraham Senior, eminente miembro de la comunidad que se distinguía por el servicio a la sociedad, promovió en 1857 la construcción del segundo cementerio hebreo, del que tratamos hoy, en un lote donado por el Concejo Municipal. Su casa fungió como sinagoga y actuó como rabino Don Moisés de Sola”, subrayó la historiadora.
A muchas tumbas les robaron sus lápidas en época de la Segunda Guerra Mundial cuando no se importaban mármoles. “Este segundo cementerio guarda, pues, los más antiguos sepulcros de judíos fallecidos en esta sección del país”.
La ola migratoria fue muy importante para la ciudad. El portal esefarad.com señala que el acueducto de Barranquilla fue “dado al servicio en 1880 y construído gracias al impulso de Jacobo Cortizzos y Ramón B. Jimeno, asociados con miembros de la comunidad sefardí. Un buen número de inmigrantes judíos fundó el Club Social de Barranquilla. El primer banco de la ciudad: Banco de Barranquilla”.
Hacen también un reconocimiento: “En 1919, Ernesto Cortizzos tuvo un papel determinante en el establecimiento de la primera compañía comercial de transporte aéreo que funcionó en el Nuevo Mundo, SCADTA. Para honrar su memoria, el aeropuerto internacional de la ciudad de Barranquilla fue bautizado con su nombre”.
Como parte de esta cultura, en la ciudad se encuentra la sinagoga Shaare Sedek, un templo ortodoxo, perteneciente a la comunidad sefardí. Cuenta con un requisito de mínimo diez personas mayores para la realización de ciertos rituales, preceptos y lectura de algunas oraciones. Allí reza la frase: “Es el refugio donde se le han dado gracias al Sublime por sus bondades o suplicado su ayuda en los momentos de adversidad”
Las nuevas paredes y las piedras sobre el mármol
Los sitios vivos se mantienen, pero el cementerio estaba olvidado, cayó en la desgracia y pareciera que hubiera sido abandonando. “Por diversas circunstancias se asimilaron a la cultura católica dominante y su identidad judaica se desvaneció en pro de colombianos convencidos, distinguidos por sus notables ejecutorias en los campos de la cultura, la economía, la industria y la política en todo el país”, puntualiza Adelaida Sourdis Nájera.
Y como si se tratará de una resurrección, el tiempo volvió a reunir a varios descendientes de familias sefarditas en Barranquilla, convencidos de la importancia y el valor patrimonial del cementerio, que se encuentra en el barrio Chiquinquirá.
Willy Gerdst es uno de ellos. En 1997 empezó un trabajo de investigación. “Quería entender los motivos que llevaron a mis antepasados alemanes y sefardíes a establecerse en Barranquilla a mediados del siglo IX”. Vive en Miami y en el 2017, con los documentos que había obtenido, decidió con su primo Mauricio Villegas Gerdts, tramitar la ciudadanía española por ascendencia sefardí. Una ley del 2015 les permitía hacerlo. David de Isaac Haim Salas, su antepasado, les abrió el camino.
La necesidad y la curiosidad empezaron a ser parte de la vida de estos empíricos historiadores, buscadores del pasado. En ese camino se encontraron con el cementerio, deteriorado, olvidado como una historia que nunca hubiera existido.
El Espectador acompañó a Mauricio Villegas en una de sus visitas. El polvo cubría las bóvedas y el abandono se podía palpar en los muros. El sentimiento del respeto a la muerte se perdía en el desorden. Algunas piedras estaban sobre pocas tumbas como testigos de alguna visita esporádica.
La tradición judía no deja flores sobre la lápida, se colocan piedras, que perduran y recuerdan el legado de quien murió, un símbolo de la memoria. También protege el alma, dicen algunos. “Tzror” es la palabra para la piedra y cuando rezan piden que sus muertos sean atados al lazo de la vida. “Tzror hajaim”, así la piedra se convierte en un símbolo de la vida eterna.
Willy recuerda que después de hacer todo el proceso obtuvieron la ciudadanía española. Luego de recibir material, ver fotos, oír y hablar con amigos ratificó el estado del cementerio. “Decidimos recuperarlo a través de donaciones. Contactamos a la administración de los cementerios sefardíes y sinagogas y nos pusimos manos a la obra, comunicándonos con los descendientes”.
Y se empezó el trabajo, Willy es barranquillero y sabe de la generosidad, Se puso en la tarea de buscar a muchos de los descendientes sefardíes, algunos se conocían y se empezó a formar una cadena para traer el pasado. “A través de empresas, colegios y clubes sociales, la mayoría ya éramos amigos o conocidos. Nuestros padres y abuelos fueron amigos, conocidos y socios”, subraya.
Arreglar muros, pintarlos, recuperar los espacios, organizar y embellecer el puesto de cada uno de los antepasados, fue alguno de los trabajos que se hicieron. La remodelación tardó el tiempo necesario para volver a la dignidad. A mediados de marzo, se encontraron todos, algunos no se conocían, pero el pasado con su lazo de vida los mantenía unidos. Fueron con sus familias y se volvieron testigos del nuevo cementerio.
Allí estaba la tumba de David de Isaac Haim Salas con su estrella de David en la parte superior, se lee que falleció en Barranquilla en enero 19 de 1890. Willy y Mauricio estuvieron un tiempo en silencio frente a su antepasado. Dejaron unas piedras sobre la tumba. Lo mismo sucedió en otras sepulturas, era un silencio conforme y agradecido por los familiares del pasado.
El cementerio ya es habitable y reconocido para los vivos y sus muertos. Es haber vuelto al símbolo del pasado, como lo destacó la historiadora Adelaida Sourdis Nájera. “La recuperación y restauración del cementerio sefardí de Barranquilla es una iniciativa importante para poner en valor el símbolo del pasado de uno de los primeros grupos humanos que construyeron la ciudad. Los descendientes de los judíos españoles que fueron desterrados de España por los Reyes Católicos en 1492″.