Sin corona (Cuentos de sábado en la tarde)
En medio de cartas, fotografías y documentos enmohecidos hallados en baúles viejos en el sótano de la casa de tus abuelos, pasas los días y las noches buscando tus presuntas raíces teñidas de sangre real. Revisas apellidos, escudos y títulos que deberías portar como heredero de alguna familia prominente emparentada con monarquías europeas.
Consuelo Cepeda
Fatigados por tus incesantes comunicaciones acerca de tus presuntos títulos nobiliarios, el Centro de Memoria Histórica encargado del reconocimiento de títulos y grandezas, ha accedido a revisar los documentos que tengas en tu poder y además te ha pedido que realices un examen de ADN para revelar tu genoma ancestral.
Todo va bien y estás casi listo para que, según como has soñado, los demás tengamos que hincarnos frente a tu distinguida presencia. Luego de recibir el kit del laboratorio, colocas la muestra de saliva en un pequeño tubo que envías para completar el riguroso análisis de ADN.
Le sugerimos leer: Los nombres en el fútbol (y IV)
El prestigioso laboratorio, después de un mes de pruebas, ha enviado los resultados que me enseñas con timidez y desdén, buscando algo de consuelo. Península Ibérica: treinta por ciento (Portugal); americano indígena: cuarenta por ciento (Ecuador, Perú, Colombia); África del Norte: Treinta por ciento.
Tus pretensiones no tienen fundamento y te sientes acabado. Has gastado años enteros en una persecución de títulos nobiliarios queriendo distinguirte y te das cuenta que no hay asomo de realeza en tu sangre.
Acabas de saber que existe una corona que está disponible para todo el mundo y la cual es capaz de poner a todo el mundo de rodillas, tal y como sueñas. Te postulas para ella. El único requisito es cumplir con las condiciones señaladas por el mortal virus.
Fatigados por tus incesantes comunicaciones acerca de tus presuntos títulos nobiliarios, el Centro de Memoria Histórica encargado del reconocimiento de títulos y grandezas, ha accedido a revisar los documentos que tengas en tu poder y además te ha pedido que realices un examen de ADN para revelar tu genoma ancestral.
Todo va bien y estás casi listo para que, según como has soñado, los demás tengamos que hincarnos frente a tu distinguida presencia. Luego de recibir el kit del laboratorio, colocas la muestra de saliva en un pequeño tubo que envías para completar el riguroso análisis de ADN.
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Tus pretensiones no tienen fundamento y te sientes acabado. Has gastado años enteros en una persecución de títulos nobiliarios queriendo distinguirte y te das cuenta que no hay asomo de realeza en tu sangre.
Acabas de saber que existe una corona que está disponible para todo el mundo y la cual es capaz de poner a todo el mundo de rodillas, tal y como sueñas. Te postulas para ella. El único requisito es cumplir con las condiciones señaladas por el mortal virus.