“Sincrética”: repensar la hibridación cultural
La exposición de Anyelo López, que se presenta hasta el 23 de mayo en la galería Estudio 74 (calle 74A n.° 20C-75), reflexiona sobre las realidades y los imaginarios culturales tradicionales y contemporáneos, a través de la ironía, el humor y la denuncia.
Danelys Vega Cardozo
La fachada de una casa de dos pisos, ubicada en el barrio San Felipe, es naranja. Tiene una puerta corrediza de vidrio con marco de madera. “Estudio 74”, anuncian unas letras negras. En sus dos ventanas, separadas por los mismos marcos de su puerta, hay un cartel blanco: “Sincrética / Una exposición del artista Anyelo López/ Curaduría Oscar Fagua”, se lee. Al ingresar a la vivienda hay dos plantas, cerca de una de ellas se encuentra una puerta blanca, que conduce al interior de una galería. En el primer piso, al fondo, un nuevo cartel aparece con una breve descripción de la exposición que anunciaba el anterior. A su derecha hay un pasillo, que comunica a un espacio con paredes azules y grises. En ellas aparecen varios personajes universales: Donald Trump, Michael Jackson, la reina Isabel II, Salvador Dalí, Frida Kahlo, Napoleón Bonaparte y Nefertiti. Ninguno de ellos está solo; convergen con elementos contradictorios o propios de la cultura colombiana. La hibridación cultural ha hecho de las suyas y no por una exposición.
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La fachada de una casa de dos pisos, ubicada en el barrio San Felipe, es naranja. Tiene una puerta corrediza de vidrio con marco de madera. “Estudio 74”, anuncian unas letras negras. En sus dos ventanas, separadas por los mismos marcos de su puerta, hay un cartel blanco: “Sincrética / Una exposición del artista Anyelo López/ Curaduría Oscar Fagua”, se lee. Al ingresar a la vivienda hay dos plantas, cerca de una de ellas se encuentra una puerta blanca, que conduce al interior de una galería. En el primer piso, al fondo, un nuevo cartel aparece con una breve descripción de la exposición que anunciaba el anterior. A su derecha hay un pasillo, que comunica a un espacio con paredes azules y grises. En ellas aparecen varios personajes universales: Donald Trump, Michael Jackson, la reina Isabel II, Salvador Dalí, Frida Kahlo, Napoleón Bonaparte y Nefertiti. Ninguno de ellos está solo; convergen con elementos contradictorios o propios de la cultura colombiana. La hibridación cultural ha hecho de las suyas y no por una exposición.
Las personas que se encuentran en aquel lugar llevan en los bolsillos o en sus manos celulares o iPhones, calzan zapatos quizás provenientes de alguna marca extranjera; lo mismo pasa con alguna de sus otras prendas. De eso también da cuenta la exhibición: del indígena que lleva una mochila, pero también Converse; del campesino que porta una gorra Nike o unos audífonos de diadema y un celular, sin dejar al lado su atuendo, o la mujer con vestimenta campesina y un bolso tejido que sostiene en sus manos una bolsa de compra de Bershka y Zara. “Normalmente los seres humanos tendemos a juzgar, a decir: ‘Si es un campesino, ¿por qué no está vestido así?’, pero todos tenemos elementos de afuera”, dice Anyelo López, quien se interesó por el sincretismo desde hace muchos años, pero solo en 2018 empezó a llevarlo hasta su trabajo artístico.
Cuando emprendió aquella tarea, lo hizo con objetos. En sus primeras piezas mezclaba elementos como los cigarrillos Marlboro con tinto colombiano, o el Chocoramo o tamal con Coca-Cola. Ahora es Frida Kahlo quien toma un café colombiano, Salvador Dalí quien bebe un sorbo de cerveza Club Colombia Dorada o Donald Trump quien viaja en Transmilenio. Incluso, aunque no estén exhibidas en el momento, ahora también es Marilyn Monroe quien come un Chocoramo o John Lennon quien fuma unos cigarrillos Marlboro. “Nosotros identificamos inmediatamente, con un retrato de ellos, a Salvador Dalí, Frida Kahlo, Donald Trump, y Michael Jackson, pero al mezclarlo con otros elementos ya te genera una conversación y una reflexión, que es el propósito de la obra”. Como esa reflexión que quizá deja una obra inspirada en la carátula de un álbum de Nirvana: Nevermind.
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En la pieza no es un bebé quien está acompañado de un dólar, sino el Niño Dios. “¿Qué pasa con la fe? Hay gente que se lucra con ella”. Cerca de esa imagen, pero en otra pared, aparece Michael Jackson sosteniendo unos globos de helio con personajes animados. “De Michael se ha hablado muy bien y mal. Por un lado, que amaba a los niños y, por otro lado, todo el tema de la pedofilia”. Pero en realidad Anyelo López no busca darles a los observadores una interpretación de sus obras, sino que sean ellos mismos quienes saquen sus conclusiones o cuestionamientos. “A las personas que vienen a ver las obras les pregunto: ‘¿Qué se te viene a la mente cuando las ves? ¿Qué piensas?’”. Un ejercicio de introspección similar al que hizo y dio vida a una de sus piezas: Cien años de soledad.
Anyelo López siempre pensó que la reina Isabel II era una mujer solitaria. Un día, que por su mente paseaba aquel pensamiento, le llegó también la imagen de una obra literaria: Cien años de soledad. Empezó a investigar y se dio cuenta de que Gabriel García Márquez había escrito mucho sobre aquella monarca. “Entonces también creo que había una conexión entre los dos personajes”. Y la había porque la reina Isabel II y la monarquía británica se convirtieron en una de las obsesiones del autor, llevándolo a escribir en 1957 textos como “El año más famoso del mundo”.
“La juventud londinense había agotado un millón de discos de ‘Rock Around the Clock’ en treinta días —el mayor récord después de El tercer hombre— la mañana en que la reina Isabel de Inglaterra se embarcó en el avión que la condujo a Lisboa. Esa visita al discreto y paternalista presidente de Portugal, Oliveira Salazar, parecía tener una intención política tan indescifrable, que fue interpretada como un simple pretexto de la soberana de Inglaterra para salir al encuentro de su marido, el príncipe Felipe de Edimburgo, que desde hacía cuatro meses vagaba en un yate lleno de hombres por los últimos mares del Imperio británico”.
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Entonces, en una pared reposa un retrato de la reina Isabel II leyendo Cien años de soledad, acompañada de tres mariposas, una de ellas se posa sobre su hombro. Esa obra surgió seis meses antes de que la monarca falleciera. “La pieza te pone a pensar qué pasó, cómo fue la vida de ella, qué conexión tiene con el libro”. Al frente de ella se encuentra otro rey, quien fue designado emperador en 1804: Napoleón Bonaparte. Siete años después de ostentar aquel último título, Jacques-Louis David pintó un retrato de óleo sobre lienzo del rey. En la pintura, denominada Napoleón cruzando los Alpes, el emperador monta a caballo y tiene levantada una mano como en forma de señalización. Pero ahí, colgado en una pared azul, monta en un toro mecánico. Lo histórico se mezcla con lo contemporáneo no solo en esa obra.
En otro espacio de ese mismo lugar está Nefertiti —reina de Egipto durante la dinastía XVII— comiendo un helado. Es un dibujo como todos los demás. “Dentro de mi carrera artística siempre quiero rescatar el dibujo en las galerías, porque en muchas de ellas dejan de lado mostrar el dibujo tradicional para exhibir obras con conceptos un poco más abstractos”. En realidad, aquellas obras fueron concebidas bajo la técnica del grabado en punta seca. “Lo que hago es tallar creando un surco y luego le agrego tinta litográfica por debajo”. Y el dibujo está por debajo del surco. “La intención es que, gracias a efectos de luz, el dibujo de alguna manera se proyecte dentro de la pared, que ella también genere una conversación con la obra”. Son obras en donde también los personajes animados son los protagonistas.
Al fondo, en una pared gris, a la derecha está Mickey Mouse sonriendo en una banca; con la mano izquierda sostiene un globo que lleva la cara de Bob Esponja. Mientras tanto, a la izquierda una imagen similar se repite, pero con un intercambio de personajes: ahora es Bob Esponja quien sostiene un globo de Mickey Mouse. “La guerra comercial entre Nickelodeon y Disney siempre ha estado presente”. Tan presente como lo estuvo el arte en su vida.
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Anyelo López siempre veía a su padre pintar los fines de semana, sentado con su caballete. De ahí surgieron sus primeros acercamientos a los materiales artísticos; cogía las pinturas de su padre. El hombre que a los ochos años lo llevó por primera vez al Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO). “Fue muy impactante encontrarme con las obras de grandes maestros. Entonces desde niño siempre pensaba: ‘Algún día quiero estar ahí exponiendo’”. Y tal vez no ha llegado hasta el MAMBO, pero sí ha expuesto en varios espacios nacionales e internacionales, entre ellos el Museo y Centro Regional de las Artes de Autlán, en México.
En su actual propuesta, con el sincretismo busca “manejar la ironía, el humor y la denuncia” para generar una reflexión sobre lo qué está pasando con la mezcla de las culturas. “Entender por qué cada vez las culturas se hibridan más, algo que es inevitable. En muchas ocasiones juzgamos a nuestros personajes y hay que empezar a aceptar que cada vez más estamos adoptando elementos de afuera. Muchas veces las tradiciones se pierden, pero con la llegada de nuevos elementos, hay un acercamiento con otras culturas”.