Frente a la soledad y a la desconexión del ser humano, la literatura
Siquiera tenemos las palabras es un viaje por la lectura personal que Alejandro Gaviria hace del ser humano a través de la literatura. Los problemas de hoy, al tener sus raíces en el pasado, hablan a través de los versos y las estrofas de escritores como Joaquim Machado de Assis, Jonathan Swift, George Orwell, Joseph Brodsky y Gabriel García Márquez.
María José Noriega Ramírez
“La literatura no podrá salvarnos, pero es uno de nuestros principales mecanismos de defensa”, escribe Alejandro Gaviria en Siquiera tenemos las palabras. Desde el límite de nuestra democracia, pasando por la soledad de América Latina y Colombia, por la corrupción del lenguaje, la incapacidad de entender la crítica y la ironía, así como por la construcción de una sociedad del espectáculo, los libros han narrado al ser humano en su máxima expresión. De este a oeste, de norte a sur, pasando por Gran Bretaña, Rusia y Latinoamérica, entre otros países y continentes, la literatura ha sido un refugio para entender a la humanidad desde sus posibilidades y sus límites. Y es que, quizás, los libros, así como la cultura, son los escenarios ideales para pensarnos como sociedad.
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“La literatura no podrá salvarnos, pero es uno de nuestros principales mecanismos de defensa”, escribe Alejandro Gaviria en Siquiera tenemos las palabras. Desde el límite de nuestra democracia, pasando por la soledad de América Latina y Colombia, por la corrupción del lenguaje, la incapacidad de entender la crítica y la ironía, así como por la construcción de una sociedad del espectáculo, los libros han narrado al ser humano en su máxima expresión. De este a oeste, de norte a sur, pasando por Gran Bretaña, Rusia y Latinoamérica, entre otros países y continentes, la literatura ha sido un refugio para entender a la humanidad desde sus posibilidades y sus límites. Y es que, quizás, los libros, así como la cultura, son los escenarios ideales para pensarnos como sociedad.
Desde finales del siglo XIX, Joaquim Machado de Assis reflexionó sobre los límites que hoy vemos en la democracia. A través de El alienista, de ese relato que narra “la vulnerabilidad de las instituciones humanas y la precariedad de nuestros mecanismos de defensa contra el uso arbitrario de poder”, el escritor brasileño utilizó su pluma para escribir sobre la tensión entre dictadura y libertades, sobre el miedo y el oportunismo. El médico Simón Bacamarte fue su punto de partida. Aprovechando el prestigio en su profesión, bajo un discurso de “estudiar profundamente la locura, sus grados diversos, clasificar sus casos, descubrir en fin la causa del fenómeno y el remedio universal”, expandió su poder al costo del silencio, del miedo y de la coacción a las libertades. Hubo intentos de rebelión, sí, en los que una masa crítica trató de hacerle frente a la arbitrariedad, pero también se vio el derrumbe de dicho intento, el cese de toda protesta y la concentración absoluta de poder en él. Gaviria afirma: “El alienista puede leerse como una advertencia. Ahora no es un médico investido de autoridad científica el que amenaza las libertades civiles, sino una figura distinta: un hombre indignado, rabioso, que promete encarcelar no a los locos, sino a los corruptos (…). Hagan la lista. Con matices, el alienista es una presencia ubicua en medio mundo”.
La ausencia de introspección y autocrítica, la falta de entendimiento de los problemas y el abandono de cualquier forma de ironía, son algunos rasgos que Machado de Assis resaltó a la hora de poner en palabras las lógicas detrás de las aspiraciones políticas, o por lo menos esa es la lectura que Gaviria hace sobre él. “Escápale a todo lo que pueda oler a reflexión, originalidad, etcétera, etcétera (…). En cuanto al contenido de los discursos, puedes elegir: o los negocios menudos o la metafísica política; opta, sin embargo, por la metafísica. Es más fácil y atractiva. Un discurso de metafísica política apasiona naturalmente a los partidos (…). No debes recurrir a la ironía, ese rictus hacia el costado de la boca, lleno de misterios, inventado por algún griego de la decadencia, contraído por Luciano, transmitido a Swift y Voltaire, mueca propia de los escépticos y descarados”, se lee en La Teoría del Figurón, en ese cuento en el que un padre le da consejos sobre la vida pública, la política y la sociedad a su hijo de 21 años.
Y es que una sociedad del espectáculo, donde el análisis de los hechos no existe, donde la inmediatez alimenta la indignación y el entretenimiento, no hay espacio para la ironía. “A la hora de las noticias, yo prefiero leer un libro. Las letras siempre han sido un buen antídoto contra la vulgaridad del mundo”, escribe Gaviria. Recordando a Jonathan Swift, y su capacidad de usar la sátira para la crítica social, considera que la sociedad ha muerto en la literalidad y que el debate democrático se ha reducido a la “indignación rabiosa”. Citando a Juan Gabriel Vásquez: “Una sociedad que no percibe una ironía es una sociedad que ha comenzado a volverse ciega, a ver solo lo que quiere ver, a dejar de cuestionar lo visto o lo leído. Es una sociedad que ha comenzado a pensar en blanco y negro. Es una sociedad en regresión”.
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“El adjetivo es el alma del idioma, su porción idealista y metafísica. El sustantivo es la realidad desnuda y cruda, es el naturalismo del vocabulario”, escribió Machado de Assis en La Teoría del Figurón. Detrás de eso está el poder del lenguaje: una herramienta que posibilita o imposibilita, que violenta o concilia, y George Orwell, con su ensayo La política y el lenguaje inglés, reflexionó sobre ello, sobre la manipulación del lenguaje por parte de los poderosos. Según él, la palabra democracia, vacía de sentido, ha justificado abusos de poder, así como la palabra igualdad se ha utilizado para justificar todo lo contrario. En la lista siguen los términos progresismo, liberalismo, decencia y justicia, por mencionar a algunos. Según el escritor británico: “Uno no puede cambiarlo todo en un momento, pero uno sí puede al menos cambiar sus propios hábitos y puede incluso, cada cierto tiempo, enviar algunas expresiones gastadas e inútiles al trasto de la basura donde deberían estar”. De su pensamiento se podría deducir que, ya que la rebeldía en el lenguaje permite decir las cosas como son, el buen uso de este podría fortalece la vida en democracia.
Gaviria recuerda la postura del poeta ruso Joseph Brodsky: “Si hubiéramos elegido a nuestras autoridades basándonos en su experiencia de lectores y no en sus programas políticos, en la tierra habría menos dolor […] por la simple razón de que el pan de cada día de la literatura es justamente la diversidad y disformidad humana; ella, la literatura, resulta ser un antídoto eficaz contra cualquier intento, ya conocido o futuro, de un enfoque uniforme y masivo de la resolución de los problemas de la existencia humana”. Siendo un bibliófilo y un amante de los textos antiguos, Gaviria resalta la convicción que el poeta tuvo sobre la literatura: el ser un seguro moral y el salvavidas del ser humano; a la vez, retoma esa soledad milenaria de América Latina de la que habló Gabriel García Márquez, aquella en la que se ve la falta de comprensión del Nuevo Mundo por parte de los europeos, el imperialismo cultural y la incapacidad de apreciar la diversidad en su complejidad, para concluir que la soledad tiene otra dimensión: “Nuestro aislamiento intelectual, nuestra vida en la periferia del conocimiento, nuestra lejanía de los centros del saber (…). La soledad de América Latina también ha sido el aislamiento”. Es ahí, en ese vacío, en ese desconocimiento y desconexión entre seres humanos, que la literatura cobra sentido y que se eleva la frase de “Siquiera tenemos las palabras”.