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Hubiese sido más fácil hacer un festival virtual. Cuando en 2020, Lina Rodríguez, directora general del Festival Internacional de Cine de Cartagena, y Felipe Aljure, director artístico, decidieron suspender la versión sesenta a mitad de programación, hubiese sido más sencillo decirles a las personas que en 2021 tampoco habría presencialidad, que ofrecían excusas, pero las circunstancias “se les salían de las manos”, y que ya volveríamos, tal vez en 2022, a un festival que celebraría el cine en medio de las calles de Cartagena; pero no, se resistieron.
“Me parece peligroso satanizar el encuentro”, dijo Aljure después de la última proyección del FICCI Interruptus, la versión excepcional que, contra todos los pronósticos, logró celebrarse a lo largo de ocho meses: una función de luna llena por mes desde marzo hasta octubre. Esta fue la manera que encontraron para que, además de aprovechar las facilidades, oportunidades y comodidades de la virtualidad, el FICCI siguiera siendo una celebración presencial.
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Fue un modelo acordeón (así lo describieron) con el que en 2021 sobrepasaron los distintos obstáculos que la pandemia les impuso: no podían juntar a muchas personas ni generar mucho movimiento, así que resolvieron distanciarla en el tiempo y reducir los aforos. No podían juntar personas en espacios cerrados como las salas de cine, así que montaron pantallas en la calle. En el día no podían hacerlo, por el clima y la luz, así que se tomaron las noches, y eligieron las lunas llenas como el gran símbolo de cada función, como una forma de integrarse al curso que el universo tomara.
El FICCI planeado para 2020 se curó, gestó y produjo con el objetivo de plantear preguntas sobre la relación de los humanos con el planeta. “No tenemos las preguntas fundamentales resueltas: de dónde venimos, ni idea; para dónde vamos, ni idea; qué hay antes de la vida, ni idea; qué hay después de la muerte, ni idea; para qué estamos aquí, quién sabe”, agregó Aljure a la conversación sobre para qué o cómo fue que se eligieron las secciones y películas que celebrarían los sesenta años del festival. Esta estructura coincidió entonces con la pandemia, una coyuntura que se mezcló con preguntas que comenzaron a llenar cada uno de nuestros espacios físicos y mentales desde que comenzaron los encierros.
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“Para 2020 teníamos una edición especial. Llevábamos un año preparando la fiesta y cuando tuvimos que suspender fue muy difícil. Quedamos en una especie de shock. Cada hora nos cerraban un aeropuerto y teníamos personas atascadas que venían de varios países esperando vuelos que se cancelaron; además, un decreto que nos exigía atender las circunstancias de la emergencia, pero que tenía que blindar todo un esfuerzo corporativo de más de cien alianzas, y una comunidad cineasta que ya estaba aquí, en Cartagena, y en medio de todo el caos. Cuando comenzamos a salir de ese cuarto oscuro, diseñamos un plan para 2021 que nos permitiera celebrar una edición titánica: el FICCI Interruptus fue un esfuerzo gigantesco y difícil. Casi que fue hacer ocho festivales en un año”, dijo Lina Rodríguez.
De las ocho funciones de luna llena no hubo una sola aplazada ni cancelada. En junio, tuvieron que decidir seguir adelante a pesar de la lluvia. Pensaron que la función estaría sola, que nadie iría, pero los asistentes se quedaron y vieron la película con sombrillas. Para Rodríguez, Aljure y el resto del festival, esa imagen fue la más clara indicación de que su insistencia en la presencialidad no era un capricho, y que sí había una necesidad de encuentro, palabras y miradas.
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El valor pedagógico de la presencialidad en la cultura es una preocupación muy comentada por estos días en los que, a pesar de que se ha ido activando el sector, las personas no han regresado de forma masiva, por lo menos a cine. Además del miedo, que sigue siendo legítimo, ya que el virus convive entre nosotros, está la decisión de la virtualidad. Y es que a pesar de la necesidad de encuentro por la que pelean el FICCI y otros festivales como el Bogotá International Film Festival, que acaba de culminar, ver películas en casa podría resultar, entre otras cosas, más barato y más cómodo. “Ese es un golpe fuertísimo a los exhibidores, los festivales y las muestras, pero, sobre todo, a la posibilidad de agruparse en colectivo”, dijo Aljure, quien se sostiene en que, aunque es una pelea difícil, sería grave no darla. “El cine comienza a experimentar lo que le pasó a la zarzuela, la ópera y el teatro cuando llegó el cine. La repartición de las ganancias bajo este modelo digital no es muy sostenible para, por ejemplo, las salas. ¿Qué va a pasar? ¿Seguiremos eligiendo la casa? Si las salas son unos de los principales lugares de agrupación de la manada. Hay algo que se está reescribiendo, pero el valor de la presencialidad es invaluable, sobre todo porque las películas se producen para estrenarse en formatos a gran escala: hay un esfuerzo gigantesco de sonido, imagen, etc. Eso no lo percibes en tu casa frente a una pantalla”.
Felipe, usted decía que, cuando la pandemia comenzó, hasta sentía vergüenza por preocuparse por un festival de cine cuando el mundo entero estaba sumido en una crisis. ¿Cómo dio esa pelea frente a, por ejemplo, Lina Rodríguez, la directora ejecutiva y encargada del presupuesto del festival?
Felipe Aljure: mira, yo pensé que los que hacíamos cine estábamos locos, hasta que conocí a los que hacían festivales. Uno hace la película y se aguanta sus líos: financiamientos, hipotecas, bancos, etc. Pero al final pasan dos cosas: uno termina y si no quiere volver a hacer una película, no la hace. Y dos, le queda la película. Bueno, pues cuando culminó la versión 59 del FICCI, terminamos y yo, contento, me fui a dormir, a descansar. A las 7 de la mañana del otro día me llamaron a preguntarme qué íbamos a hacer para la edición sesenta. Les pregunté cuándo celebraban, cuándo se abrazaban. Y es que del festival no queda nada, pero al mismo tiempo queda todo. Es decir, no queda algo en el mundo material, pero sí en la gente que vio una película y se transformó, en la gente que oyó el conversatorio y le pareció importante. Un festival de cine modifica individuos: nos exponemos a nuevos criterios, pensamientos extranjeros, géneros nuevos. Nos hacemos mejores seres humanos y luego, después de vivir el festival, nos insertamos a nuestros colectivos, pero no llegamos iguales. Afortunadamente, siempre hemos estado de acuerdo con la organización del festival.
Lina Rodríguez: Nunca fue una opción convertirnos en un festival enteramente virtual. Entre el equipo creativo y el ejecutivo coincidíamos en la experiencia vivencial. De hecho, hablando con otros festivales de cine no solo de Colombia, sino del mundo, siempre estuvimos de acuerdo en que, si bien fue una solución de paso, ninguno se quiso quedar en lo digital. Ahora, claro que iremos leyendo qué están haciendo los creadores y qué están pidiendo las audiencias. La apuesta, creo yo, es por los formatos híbridos. Pero en esa decisión no hubo tensión. Este festival se hace para servirle a la industria, que está hecha para la pantalla grande, para el encuentro, para transformarnos juntos.