Sobre el ruido blanco del extravío
Esta obra, dirigida por Bernardo García y escrita por Carlos Valencia, tuvo su última presentación el pasado 5 de octubre en la sala alterna del Teatro Petra. Aparentemente, una pareja está en medio de una crisis por problemas corrientes, pero a medida que la obra avanza, todo se complejiza.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Podría pensarse que es, simplemente, la recreación de uno de los estereotipos con los que han cargado las mujeres (los hombres han cargado con los suyos): la esposa neurótica que se levantó con ganas de pelear. Sus gestos son duros, le clava el tenedor con violencia a una manzana picada que, además, se come con disgusto. Mira fijamente a su esposo, pero en sus ojos, además de un fastidio visible, hay un desconcierto profundo que intenta calmar con preguntas que, para su pareja, son absurdas.
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Podría pensarse que es, simplemente, la recreación de uno de los estereotipos con los que han cargado las mujeres (los hombres han cargado con los suyos): la esposa neurótica que se levantó con ganas de pelear. Sus gestos son duros, le clava el tenedor con violencia a una manzana picada que, además, se come con disgusto. Mira fijamente a su esposo, pero en sus ojos, además de un fastidio visible, hay un desconcierto profundo que intenta calmar con preguntas que, para su pareja, son absurdas.
Le sugerimos leer el texto sobre el ensayo de esta obra en su etapa inicial: La intensidad del vacío
La discusión sobre los detalles se alarga. En este caso la pregunta es precisa y se trata del momento, de la ropa, del olor y del ambiente de ese día, del gran día, del instante en el que tuvieron su primera cita y su historia comenzó con una serie de sucesos que, seguramente, fueron absolutamente irrelevantes para los demás humanos que estaban en el mismo lugar a la misma hora. Ella le pregunta y, con una ansiedad que la desespera, se calla esperando la respuesta de un esposo que también está fastidiado, pero por razones distintas. Sus reacciones y su cara demuestran que atravesar todo ese drama que ella le propone y le impone, es algo, para él, innecesario. Se fastidia porque cree que todo está bien, que nada debe cambiar, que saberse tantos detalles no es tan importante.
La obra, que inicialmente se desarrollaría a través de diferentes espacios del primer piso del Teatro Petra, se presentó en la sala alterna, que además se lanzó con esta pieza. Tal vez descartaron el movimiento de los actores para que nadie se perdiera de ningún diálogo o de ningún gesto. Tal vez dejaron una tarima fija para que los giros que se iban dando a medida que avanzaba la obra, fuesen reemplazando el extravío no solamente de los personajes, sino también de los asistentes, que tuvimos que hacer un esfuerzo por entender cómo fue que una pelea tan superficial, cotidiana y vacua, comenzó a develar profundidad.
Antes de ver la obra terminada, estuve en un ensayo. Recuerdo que primero me confundieron y luego me conmovieron. Lo que pasaba en ese diálogo era tan cercano que me enterneció, pero también me indignó, y entonces creí entender por dónde se enrutarían las cosas (o por dónde se debían enrutar), si no fuera porque uno de los dos personajes no entendió lo evidente (o lo evidente para mí). Y esos ojos desorbitados fueron los que, después de la claridad que creí tener en las manos, me trajeron una sensación de impotencia en la que me estanqué en ese círculo vicioso al que entran las relaciones de amores intensos y comunicaciones rotas. La intensidad del vacío, pensé.
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Porque “Ruido Blanco” es algo así como lo que acabó de ocurrir con el anterior párrafo: pura confusión. Los personajes no se entiende. Y se repiten las cosas, pero nada, no recuerdan o no comprenden. Y entonces, los que estamos mirándolos, nos sentimos peor que ellos haciendo dos cosas al mismo tiempo: tratando de entenderlos y de evitar el reflejo inevitable al ver a ese pobre par de humanos que no tienen ni idea de nada, pero pelean para tener razón.
Después de un rato las cosas se fueron aclarando. Se comenzó a descifrar el porqué del cuadro en la pared, la explicación del color del arete de ella, de Laura, y la mano en el cuello de Andrés.
Laura y Andrés se casaron por amor, pero ahora su presente es algo así como una farsa que sobrepasa el egoísmo de la condición humana. Ella se ve ejecutiva, vacía y desesperada. Él se ve como un tipo más bien tímido y un poco torpe. Ella dice que no puede seguir casada con él, y al intentar salvar su matrimonio, descubre que su decisión no es un capricho. Se da cuenta de que su relación debe ser cuestionada, al igual que su propia existencia.
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Esta obra, escrita por Carlos Valencia, que también fue uno de los actores junto a Samantha Agudelo, fue dirigida por Bernardo García, actor bogotano, improvisador y entrenador de actores.