Sobre ensayar para teatro y para ser víctimas convincentes (Tras bambalinas)
“Huellas de gente y orines de perro” es la obra con la que se inaugurará el Festival de Teatro Alternativo el próximo 8 de abril. Un texto sobre el ensayo de esta pieza en la que una familia desplazada se esfuerza por olvidar su pasado y práctica un libreto improvisado para convencer a los “señores” de la capital de que son víctimas.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Una se quejó del aroma de su vestuario: huele a guardado y yo no me lo aguanto, dijo. Y se lo quitó. Mientras exageró los gestos y se burló de su propio fastidio, se cambió la ropa y roció la nueva con un líquido que olía a hierbabuena. Otro de los actores contó que el ayuno intermitente le sirvió y que por estos días solo desayunaba y almorzaba. Alguien le respondió desde el fondo del escenario que sí, que ese nuevo régimen estaba cumpliendo con el objetivo: lo veo muy delgado, Charli. Otra de ellas, una actriz, comenzó a taconear fuerte, como si estuviera probando los zapatos. Y esos de dónde los sacó, le preguntaron. “En el mercado de las pulgas. Cinco lucas”. ¡Bueno, ya!, gritó alguien que quería comenzar el ensayo rápido para no salir tan tarde. Y todos estuvieron de acuerdo, pero pasó mucho tiempo antes de que pudiesen comenzar.
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Una se quejó del aroma de su vestuario: huele a guardado y yo no me lo aguanto, dijo. Y se lo quitó. Mientras exageró los gestos y se burló de su propio fastidio, se cambió la ropa y roció la nueva con un líquido que olía a hierbabuena. Otro de los actores contó que el ayuno intermitente le sirvió y que por estos días solo desayunaba y almorzaba. Alguien le respondió desde el fondo del escenario que sí, que ese nuevo régimen estaba cumpliendo con el objetivo: lo veo muy delgado, Charli. Otra de ellas, una actriz, comenzó a taconear fuerte, como si estuviera probando los zapatos. Y esos de dónde los sacó, le preguntaron. “En el mercado de las pulgas. Cinco lucas”. ¡Bueno, ya!, gritó alguien que quería comenzar el ensayo rápido para no salir tan tarde. Y todos estuvieron de acuerdo, pero pasó mucho tiempo antes de que pudiesen comenzar.
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Los ensayos de obras de teatro son extensos: las escenas se repiten las veces que sean necesarias (hasta que el director de la señal de continuar o hasta que los actores sientan que ya las comienzan a dominar). Generalmente, comienzan repasando el texto. Esta vez lo hicieron, pero en medio de puertas que se abrían y cerraban, diferentes líneas del libreto y una escalera en medio del escenario en la que se trepó un técnico que ajustó luces mientras ellos hablaron.
“Huellas de gente y orines de perro” es el nombre de esta obra, que además abrirá el Festival de Teatro Alternativo, organizado por la Corporación Colombiana de Teatro. Lo dirige Patricia Ariza, directora del Teatro La Candelaria, quien además supervisó una parte del ensayo: que le bajaran el volumen a la música en algunas entradas, que hubiese más furia en la línea de una actriz que debía mostrar desespero y que no pararan a pesar de que no se acordaran o no tuvieran, por ejemplo, una foto que no aparecía y necesitaban para una escena.
El escenario de la Corporación estaba forrado en un material blanco. También había unos cubos del mismo color. El techo negro y repleto de tubos que sostenían luces. En medio de esa blancura, decidieron si la actriz que interpretaría a un niño debía fajarse para disimular el tamaño de sus senos, recuperaron el ritmo y las partes en las que cada uno debía decir cada cosa. También cantaron una canción que en la obra se suponía que no debían recordar, pero que realmente no recordaron.
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Cuatro actores ensayaron lo que sería la representación de una familia de desplazados que llegan a la ciudad sintiéndose unos farsantes. No reconocen nada y quieren olvidarlo todo. En medio de una confusión que demuestran con los ojos, con los gestos, con el cuidado obsesivo de las pocas cosas que tienen, sobresale una vulnerabilidad casi que insoportable de mirar. La empatía que consiguen es insoportable de sentir.
Uno de los actores se llama Carlos Satizábal e interpreta el papel del padre. Al momento de huir, su personaje dejó una luz prendida en la casa, como si fuese a regresar. Al momento de correr, debía parar y pedir paciencia: con su mano izquierda se sobaba la cadera y respiraba rapidísimo, casi que jadeaba. Tenía una bolsa de tela, de esas que ahora se usan para mercar, y dentro de la bolsa, un radio envuelto en una tela. Sus manos lo tomaban con un afán especial, como si fuese la única cosa a la que pudiese aferrarse. Y no lo apagaba. No importaba mucho lo que sonara: ese ruido lo mantenía a salvo, lo refugiaba de su realidad tan imposible de entender. Le hablaba a su esposa y a su hijo con un tono conciliatorio e intentaba acomodarse a la nueva circunstancia: ser una víctima convincente. Eso es lo que querrían en la ciudad: que pareciera una víctima real y muy agradecida de la ayuda que recibiría y de los derechos que le garantizarían. Él era el que debía actuar junto con su familia. Ellos eran los invasores de una ciudad fría en la que residían puras miradas esquivas, miedosas, afanadas.
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En ocasiones, los actores olvidaron detalles, y entonces el encargado de la música o el hombre que ayudó con las luces les gritó las líneas. Cuando repitieron, se despistaron, pero recuperaron el ritmo con rapidez. Se quejaron de hambre y se mostraron cansados, pero siguieron. Se exasperaron cuando cometieron los mismos errores, pero regresaron al texto. Se confundieron en medio de correcciones, pero retomaron.
Un ensayo largo (dos horas y media), tenso (no querían, pero debían repetir) y angustiante (el afán por la coordinación fue el mismo de sus personajes, que transitaron un desesperante túnel de confusión).