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Una denuncia hecha a través de Twitter por la escritora Carolina Sanín ha sido el tema de varios debates durante la última semana. En su cuenta, Sanín afirmó que la editorial mexicana Almadía había cancelado un contrato para publicar dos de sus libros: “Somos luces abismales” y “Tu cruz en el cielo desierto”, luego de haber comprado y pagado por los derechos de sus textos, sosteniendo como argumento principal las posturas que Sanín ha compartido con respecto a la “política identitaria”.
Las reacciones no se hicieron esperar y se inició un debate frente a lo que esta decisión significa frente a la libre expresión, al igual que nuevas críticas con respecto a las ideas compartidas por Sanín. Voces de apoyo y detracción se escucharon desde diferentes lugares, la escritora comentó en su perfil de Twitter que el contenido de los libros que estaban en proceso de publicación no está relacionado con identidad y afirmó en un hilo de trinos que esto “sienta un precedente tenebroso”.
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En entrevistas con medios mexicanos Sanín contó que el contrato había sido firmado hace dos años, en agosto de 2020. En noviembre de 2021 se reunió con los editores para afinar detalles y acordaron promocionar los libros en dos ferias en México. Sanín le dijo a Excelsior que “quedamos en tener pronto otra reunión para hablar de portadas y otros detalles, pero la editorial no volvió a contactarme. En marzo o abril le escribí al director, Guillermo Quijas, con quien tenía trato personal y cordial por haber sido invitada por él dos veces a la FILO, y me dijo que le diera unos días. No me volvió a escribir. Volví a intentar un par de veces, entre abril y octubre, siempre sin respuesta. También lo hicieron mis agentes. Finalmente, el 4 de noviembre, mi exagente, Andrea Montejo, me avisó por un mensaje de voz que Quijas le había confirmado que, tras mucha deliberación y a pesar de apreciar mis libros, no podía publicarlos por mis manifestaciones sobre el tema trans. La editorial desistió, en cumplimiento del contrato, de la devolución del anticipo. Nunca habló conmigo”.
Tanto la decisión de la editorial como las reacciones en redes sociales levantan de nuevo el debate frente a la cultura de la cancelación y lo que esta acarrea. En una investigación publicada en 2021, el Pew Research Center afirmó que “se dice que la frase ‘cancelar cultura’ se originó a partir de un término de jerga relativamente oscuro, ‘cancelar’, que se refiere a romper con alguien, que se usa en una canción de la década de 1980. Luego se hizo referencia a este término en el cine y la televisión y luego evolucionó y ganó fuerza en las redes sociales. En los últimos años, cancelar la cultura se ha convertido en una idea profundamente cuestionada en el discurso político de la nación. Hay muchos debates sobre qué es y qué significa, incluso si es una forma de responsabilizar a las personas, o una táctica para castigar a otros injustamente, o una combinación de ambas. Y algunos argumentan que la cultura de la cancelación ni siquiera existe”.
Mientras que la investigación de la institución encontró que la mitad de las personas encuestadas en Estados Unidos definen la cancelación como una forma de hacer que otros rindan cuentas, una parte de las personas que participaron en la investigación relacionan el concepto con “silenciar a una persona” y “censurar”. Esto muestra que la “cultura de cancelación” tiene diferentes significados para las personas, lo cual no es exclusivo para Estados Unidos. Otra de las conclusiones a las que llegó el estudio habla sobre el impacto y consecuencias psicológicas y emocionales en la persona cancelada. Para unos significa un castigo injusto, mientras que para otros es una herramienta para hacer que un individuo con una plataforma considerable rinda cuentas.
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El caso de Sanín guarda ciertas similitudes con el caso de J.K Rowling, autora de la saga Harry Potter. Ambas han sido criticadas por sus posturas compartidas en sus redes sociales y han recibido el calificativo “transfóbicas”. Sin embargo, no son las únicas que han visto su obra envuelta en controversia por sus opiniones. En el pasado han existido casos en los que se pide “cancelar” la obra de artistas como Gaugin y Picasso por sus acciones realizadas en vida.
En un ensayo escrito por Héctor Abad Faciolince y publicado en la plataforma World Crunch, el escritor colombiano se refería a quienes realizan prácticas de “cancelación” como “lectores inquisitoriales”, a quienes define como un “lector que lee, simplemente, para detectar frases, indicadores y evidencias que demuestren que el texto ofende o se desvía de la supuesta moral de nuestro tiempo o de las doctrinas éticas aprobadas por el Estado”.
Eve Fairbanks, autora del libro “The inheritors”, en su artículo para The Atlantic recuerda que al momento de publicar su obra en Estados Unidos sintió temor de que una mala reacción en redes sociales acabara con su carrera y reputación, por lo que incurrió en la autocensura. Esto es algo que advierte Faciolince en su ensayo argumentando que “si un escritor fue atacado previamente (y simbólicamente colgado a secar), vacilará en el momento de escribir. Estarán temerosos de pronunciar otra “herejía”. Se siente entonces la tentación de practicar la autocensura para evitar las llamas de una inquisición verbal. Pero incluso con estas precauciones, y cuando se tiene el debido cuidado en matizar y calificar todas las proposiciones, los inquisidores siempre encontrarán el detalle que se interpreta como un ataque al ‘pensamiento correcto’”.
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“La cultura en la cultura de la cancelación implica que estos fenómenos, la nefasta consecuencia de volverse impublicable o no contratable, y los esfuerzos de las instituciones mediáticas por controlar el trabajo para determinar su aceptabilidad, son dominantes”, advierte Fairbanks. La postura de la escritora se asemeja a la de Sanín en cuanto a la forma en que esta “cultura” vuelve impublicable a una persona. En su entrevista con Excelsior la colombiana complementó su posición afirmando que “es una condena sumaria que somete la literatura a la ideología y supedita la totalidad de un autor —y de una persona— a una de sus opiniones. Así que es cancelación, reducción, sentencia y condena”.
Más allá de las posturas y advertencias de Sanín y Fairbanks, se encuentra un peligro que menciona Faciolince y es al que se refiere como autocensura o autopreservación, porque “un escritor cauteloso para evitar toda crítica nunca podría escribir nada que valga la pena leer. Si nos atenemos a las actitudes predominantes de nuestro tiempo, nunca nos desviamos de los cánones establecidos y nos volvemos incapaces de cuestionar nuestros propios pensamientos, o si no nos atrevemos a enfrentar la ira del lector inquisitivo, nos hundiremos en la insipidez y la cobardía. El escritor que no ofendería a nadie se vuelve insignificante. Su trabajo es como ruido blanco”.
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