Sobre “La fiesta del chivo” y los abusos disfrazados de hazañas
Para el siguiente capítulo del pódcast de literatura de El Espectador, “El refugio de los tocados” (que se estrenará la próxima semana), la siguiente invitada, Salud Hernández-Mora, eligió el libro “La fiesta del chivo”, publicado en el año 2000. Adelanto de la conversación con Hernández-Mora y reseña del libro.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Desde diferentes experiencias que, a su vez, se desarrollan en distintos tiempos o voces (la conciencia de los personajes, por ejemplo), se va contando la historia de la Era Trujillo, una dictadura que duró más de 30 años en República Dominicana y que, además de revelar las triquiñuelas más cotidianas y las atrocidades más inhumanas de este régimen, describe cómo estos movimientos fueron afectando la vida de cada uno de los dominicanos que vivieron durante la dictadura.
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Desde diferentes experiencias que, a su vez, se desarrollan en distintos tiempos o voces (la conciencia de los personajes, por ejemplo), se va contando la historia de la Era Trujillo, una dictadura que duró más de 30 años en República Dominicana y que, además de revelar las triquiñuelas más cotidianas y las atrocidades más inhumanas de este régimen, describe cómo estos movimientos fueron afectando la vida de cada uno de los dominicanos que vivieron durante la dictadura.
La historia comienza con Urania, la hija de Agustín Cabral, uno de los colaboradores más fieles de Trujillo, quien, sin aviso, un día “cayó en desgracia”, como le decían al momento en el que alguno de los cercanos al dictador era apartado del régimen, se convertía en un enemigo o simplemente se cruzaba en los pensamientos del “Generalísimo”, mientras fraguaba un plan para salvarse de algún escándalo nacional o internacional. Caer en desgracia podía materializarse de muchas maneras: la indiferencia del régimen que se traducía en quedar desempleado de por vida, la cárcel o la muerte. A Cabral le tocó la primera, que fue algo así como una muerte en vida. Su hija, que se fue del país cuando era una niña y abandonó su relación con todo lo que tenía que ver con su familia y su país, regresó después de 30 años y comenzó a recordar…
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Una de las primeras cosas que rememoró al regresar a las calles de Ciudad Trujillo, como se le llamó durante la dictadura a Santo Domingo, fue que su papá decía: “‘Del Jefe se dirá lo que se quiera. La historia le reconocerá al menos haber hecho un país moderno y haber puesto en su sitio a los haitianos. ¡A grandes males, grandes remedios!’. No sólo justificaba aquella matanza de haitianos del año treinta y siete; la tenía como una hazaña del régimen. ‘¿No salvó a la República de ser prostituida una segunda vez en la historia por ese vecino rapaz? ¿Qué importan cinco, diez, veinte mil haitianos si se trata de salvar a un pueblo?’”. Así que con Hernández-Mora, en el capítulo del pódcast, hablamos sobre los excesos que muchos, como Cabral, le justificaron a Trujillo por “salvar un pueblo”, pero también su posición con respecto a estas consideraciones y la pérdida de libertad, los derechos básicos y hasta la vida, abusos a los que han sido sometidos no solo los dominicanos, sino miles de ciudadanos que han tenido que sobrevivir a una dictadura como la de Trujillo. Se cruzaron los nombres de Franco, Hitler, Mussolini, etc.
Vargas Llosa contó cómo en una dictadura los defectos podían disfrazarse para convertirse en virtudes: el servilismo o fanatismo, convertido en lealtad, solo por mencionar uno de los miles de rasgos oscuros que cualquier humano pudiese cometer, y que terminaron excusándose y, además, celebrándose por el “bien del pueblo”, que era el bien del régimen y, por lo tanto, de Trujillo. Los que lo rodeaban debían ser leales, pero su principal interés, más allá de sus convicciones, era protagonizar en favor del poder, el dinero o una palmada en la espalda de ese gran Dios. De ese mito que deshumanizaron para convertir en figura casi que inmortal. Decían que no sudaba, adoraban su método y comprendían como hijos ciegos y sumisos su barbarie.
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En este capítulo y con base en este libro, se habló sobre las que para Trujillo fueron los pilares que sostuvieron su poderío durante tres décadas, pero también sobre los principios que cualquier sociedad “sana” debería tener según Hernández-Mora, quien, entre muchas cosas, eligió el libro por cómo fue escrito: “la genialidad de esta obra” la maravilló por la forma en la que Vargas Llosa la construyó, y entonces lo recomienda y lo regala.
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La tía Adelina, hermana de Agustín Cabral, papá de Urania, tiene una conversación con su sobrina en la que le cuenta que, durante mucho tiempo, se resistió a creer que uno de los amigos más cercanos a su padre lo haya traicionado: “Yo no quería creer que hubiera traicionado a su compañero de toda la vida. Bueno, la política es eso, abrirse camino entre cadáveres”, y es justamente lo que sobresale durante todo el libro mientras la historia va metiéndose al despacho del dictador, los burdeles a los que después iban sus subalternos y las casas de sus familias. Todos esos movimientos tan humanos, que nada tenían que ver con el bienestar de República Dominicana ni el patriotismo, se tejían entre tragos y sábanas, o al interior de una oficina después de cualquier disgusto. Se decidía sobre los cargos, los dineros, la reputación y hasta las vidas de los que hacían sentir inseguro al gran jefe o alguno de sus lacayos.
“A mí solo me sacarán muerto”, les decía Trujillo a los que le aconsejaban que se retirara para que pasara a la historia como un “estadista magnánimo que pasó el timón a los jóvenes”. Reconocía que los que le obedecían y no eran capaces de traicionarlo, no lo hacían por lealtad, sino por miedo. Le ponía las pruebas más absurdas y crueles a los que le rodeaban y era abiertamente machista y xenófobo, tanto que un día mandó matar a una cifra descomunal de haitianos, que ni siquiera pudo confirmarse y que “pagó” con 275 mil dólares. Además, la presumió como la decisión más difícil de su vida (pero también la que más orgullo le dio, pues lo confirmó como el gran salvador de su pueblo).
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Los rasgos que hacían de Trujillo un dictador excepcional están descritos al detalle en estas páginas, pero también los padecimientos de quienes, realmente, lo siguieron por creerlo el mesías de los dominicanos, y después decepcionarse hasta el punto de querer matarlo, y finalmente llegar a hacerlo. Un dictador que deja sin trabajo, humilla o mata a un colaborador por desobedecerle o tener un uniforme manchado, tarde o temprano, despierta la ira de los que soportan, y ese agotamiento de la resistencia de muchos después de tantas vidas destrozadas y tanta sangre derramada, además de uno de los reflejos de lo que ha sido la política latinoamericana y su relación con Estados Unidos, es lo que se cuenta en esta novela elegida por la periodista Salud Hernández-Mora.