Sobre la novela “Del agua al desierto” y vivir en Bogotá
Un poeta y su experiencia de la lectura del más reciente libro del profesor de literatura Azriel Bibliowicz, presentado esta semana bajo el sello editorial Tusquets.
Juan Manuel Roca * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
He tenido el gusto de presentar las anteriores novelas de Azriel Bibliowicz, Migas de pan y El rumor del Astracán. Ahora lo hago con el mismo gusto, con el mismo asombro, al introducir Del agua al desierto, su más reciente novela.
Su obra es ya una trilogía que engloba una narrativa de sugerencias y precisiones alrededor del mundo judío, un mundo escindido y a la vez tejido con un hilo de cáñamo, esto es, en un tránsito continuo e indisoluble. (Recomendamos: “Migas de pan”, otra novela de Azriel Bibliowicz, en reseña de Nelson Fredy Padilla).
Antes de reseñar esta bella novela, quiero recordar que Azriel, al crear de manera precursora en el ámbito universitario de nuestra región la Maestría de Escrituras Creativas de nuestra Universidad Nacional de Colombia, abrió un camino con muchos senderos borgesianos que se bifurcan. Celebro este hecho fundamental a la par de su obra narrativa.
***
Un juego de antípodas es lo que propone de entrada el título Del agua al desierto. Me parece que se puede tomar metafóricamente como una suerte de leit motiv, como un proyecto para narrar desde dos orillas distintas y distantes una historia.
Por una parte, desde la liquidez del tiempo, aunque el agua pueda trocarse en hielo, y por otra desde el desierto, que remite sin duda a la sequedad, a la aridez o el olvido. En Migas de pan, la primera novela de Bibliowicz, ya ronda la idea de tener que luchar por ocupar un lugar en el mundo, algo que también es una constante en su otra excelente novela, El rumor del Astracán, la pesquisa por un mundo identitario.
Una valija parece ser siempre parte fundamental de una heráldica judía, algo así como un símbolo ineludible de una perpetua trashumancia.
Que un judío aparezca casi siempre acompañado de una maleta a medio hacer es algo que de suyo incorpora una pregunta o una pesquisa por la identidad, por un sentido de la móvil y muchísimas veces peregrina pertenencia.
En Del agua al desierto esta suerte de maridaje se establece desde dos miradas tribales que en principio parecen antípodas: el mundo judío y el de la comunidad muisca.
David, el personaje dominante de la historia, es el autor de un diario y de una posible novela que descubre al encuentro con una mujer de la comunidad muisca, un tejido de relaciones inesperadas entre esas dos culturas perseguidas y en acoso permanente.
Zué, una sabia y profunda lideresa muisca, le sirve a David, un profesor de literatura y novelista en ciernes, como punto de encuentro y de reflexión de dos culturas perseguidas, de dos mundos comunitarios permanentemente en vilo, el mundo aborigen y el judío.
David es un hidrólatra. Mucho lo inquieta la paradoja de vivir en una ciudad como Bogotá, una desaliñada y grande ciudad que por momentos se inunda pero carece de agua para beber.
En esa feroz contradicción tercermundista este personaje encuentra el tema para su novela. Una ciudad, sí, que desde los tiempos coloniales se mueve en un sino trágico frente al agua: “Qué locura vivir en una ciudad rodeada por agua, pero con sed”. Es como si se hiciera una vez más evidente un mundo descrito por un poeta de otros lares: “muero de sed al lado de la fuente”.
Digamos que la novela es un amplio litigio ecológico, una suerte de requisitoria a causa de una larga cadena de lagos disecados, a una vida reseca y a la vez inundada, lo que la enmarca en serias y absurdas contradicciones muy propias de nuestra maltrecha y expoliada cultura.
La prosa de Azriel Bibliowicz es de una hondura poética que se resiste a la ampulosidad y pareciera encontrar la palabra justa en el inmenso pajar del lenguaje. Su palabra nos muestra sin estridencias una ciudad invadida por el ladrillo: “… perros sin árboles, hombres y mujeres también pelearán por su cuota de árboles”.
Se trata de una ciudad levantada sobre una rica capa vegetal que sin embargo no soportaría un personaje como el de El barón rampante de Italo Calvino, un arbóreo ciudadano del bosque. De ahí que inquiete tanto una pregunta del narrador, una sencilla pregunta con hondas raíces: “Vivimos acabando con las aguas, con los bosques y el oxígeno. ¿Podrá sobrevivir la palabra?”.
Es un mundo sincrético al que nos lleva David, el protagonista de Del agua al desierto. Y por supuesto, esto no tendría ocurrencia sin la prosa decantada y cenital del autor. El mundo entreverado entre la cultura muisca y la judía sirve también a Bibliowicz para narrar una historia compleja, una historia si se quiere de amor entre dos seres que se encuentran en dos mundos distintos y a la vez paralelos, una historia de una pena por la muerte de una mujer capaz de explicar lo indecible, lo por venir.
* Palabras leídas el jueves pasado en la Biblioteca del Gimnasio Moderno de Bogotá.
He tenido el gusto de presentar las anteriores novelas de Azriel Bibliowicz, Migas de pan y El rumor del Astracán. Ahora lo hago con el mismo gusto, con el mismo asombro, al introducir Del agua al desierto, su más reciente novela.
Su obra es ya una trilogía que engloba una narrativa de sugerencias y precisiones alrededor del mundo judío, un mundo escindido y a la vez tejido con un hilo de cáñamo, esto es, en un tránsito continuo e indisoluble. (Recomendamos: “Migas de pan”, otra novela de Azriel Bibliowicz, en reseña de Nelson Fredy Padilla).
Antes de reseñar esta bella novela, quiero recordar que Azriel, al crear de manera precursora en el ámbito universitario de nuestra región la Maestría de Escrituras Creativas de nuestra Universidad Nacional de Colombia, abrió un camino con muchos senderos borgesianos que se bifurcan. Celebro este hecho fundamental a la par de su obra narrativa.
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Un juego de antípodas es lo que propone de entrada el título Del agua al desierto. Me parece que se puede tomar metafóricamente como una suerte de leit motiv, como un proyecto para narrar desde dos orillas distintas y distantes una historia.
Por una parte, desde la liquidez del tiempo, aunque el agua pueda trocarse en hielo, y por otra desde el desierto, que remite sin duda a la sequedad, a la aridez o el olvido. En Migas de pan, la primera novela de Bibliowicz, ya ronda la idea de tener que luchar por ocupar un lugar en el mundo, algo que también es una constante en su otra excelente novela, El rumor del Astracán, la pesquisa por un mundo identitario.
Una valija parece ser siempre parte fundamental de una heráldica judía, algo así como un símbolo ineludible de una perpetua trashumancia.
Que un judío aparezca casi siempre acompañado de una maleta a medio hacer es algo que de suyo incorpora una pregunta o una pesquisa por la identidad, por un sentido de la móvil y muchísimas veces peregrina pertenencia.
En Del agua al desierto esta suerte de maridaje se establece desde dos miradas tribales que en principio parecen antípodas: el mundo judío y el de la comunidad muisca.
David, el personaje dominante de la historia, es el autor de un diario y de una posible novela que descubre al encuentro con una mujer de la comunidad muisca, un tejido de relaciones inesperadas entre esas dos culturas perseguidas y en acoso permanente.
Zué, una sabia y profunda lideresa muisca, le sirve a David, un profesor de literatura y novelista en ciernes, como punto de encuentro y de reflexión de dos culturas perseguidas, de dos mundos comunitarios permanentemente en vilo, el mundo aborigen y el judío.
David es un hidrólatra. Mucho lo inquieta la paradoja de vivir en una ciudad como Bogotá, una desaliñada y grande ciudad que por momentos se inunda pero carece de agua para beber.
En esa feroz contradicción tercermundista este personaje encuentra el tema para su novela. Una ciudad, sí, que desde los tiempos coloniales se mueve en un sino trágico frente al agua: “Qué locura vivir en una ciudad rodeada por agua, pero con sed”. Es como si se hiciera una vez más evidente un mundo descrito por un poeta de otros lares: “muero de sed al lado de la fuente”.
Digamos que la novela es un amplio litigio ecológico, una suerte de requisitoria a causa de una larga cadena de lagos disecados, a una vida reseca y a la vez inundada, lo que la enmarca en serias y absurdas contradicciones muy propias de nuestra maltrecha y expoliada cultura.
La prosa de Azriel Bibliowicz es de una hondura poética que se resiste a la ampulosidad y pareciera encontrar la palabra justa en el inmenso pajar del lenguaje. Su palabra nos muestra sin estridencias una ciudad invadida por el ladrillo: “… perros sin árboles, hombres y mujeres también pelearán por su cuota de árboles”.
Se trata de una ciudad levantada sobre una rica capa vegetal que sin embargo no soportaría un personaje como el de El barón rampante de Italo Calvino, un arbóreo ciudadano del bosque. De ahí que inquiete tanto una pregunta del narrador, una sencilla pregunta con hondas raíces: “Vivimos acabando con las aguas, con los bosques y el oxígeno. ¿Podrá sobrevivir la palabra?”.
Es un mundo sincrético al que nos lleva David, el protagonista de Del agua al desierto. Y por supuesto, esto no tendría ocurrencia sin la prosa decantada y cenital del autor. El mundo entreverado entre la cultura muisca y la judía sirve también a Bibliowicz para narrar una historia compleja, una historia si se quiere de amor entre dos seres que se encuentran en dos mundos distintos y a la vez paralelos, una historia de una pena por la muerte de una mujer capaz de explicar lo indecible, lo por venir.
* Palabras leídas el jueves pasado en la Biblioteca del Gimnasio Moderno de Bogotá.